sábado, 1 de agosto de 2009

Agua y deseos


“En las ciudades provinciales uno escribe siempre sobre el agua”, escribía un veinteañero Antonio Muñoz Molina en el periódico Ideal de Granada en el año 1984.

Ese año nací yo. Los sueños de los periodistas provinciales de asaltar la Puerta del Sol no siempre son productivos, ni beneficiosos. Además, lo de escribir sobre el agua, igual acaba sucediendo en provincias, que en la más castiza redacción de al lado del metro Hortaleza.

Es tema, éste del agua, recurrente, y más en verano. Más que de aguas, escribí de playas en Huelva, y mucho. Dobles que hacíamos cada semana sobre una playa de la provincia. Y en algún que otro reportaje, reconozco, acabé dándome un chapuzón en el mar con el fotógrafo. No hubo prácticas en las que mejor lo pasase que en aquellas, por muy provinciales que fueran.

Pero una, llena de vanidades, también soñó entonces con eso de “asaltar” la Puerta del Sol, el Oso y el Madroño o Atocha misma. Supongo que como consecuencia de aquellos sueños pro madrileños criados de adolescente, grabadora en mano y acreditación al cuello, acompañada de los dos fieles escuderos por los festivales de cine de la capital onubense. Me hace gracia recordar la idealización que plasmábamos sobre una ciudad que nos parecía la más maravillosa del mundo, pero también la más lejana. Esos setecientos kilómetros que nos separaban de la capital y que los tres, con los años, tantas veces haríamos, en aquel tiempo nos parecían una frontera utópica e inalcanzable que dibujaba el contenido de nuestros sueños. Aún por nuestras casas debe estar en algún cajón escondido aquel “guión cinematográfico” que escribimos a medias y que no era otra cosa que la historia de un grupo de amigos que al crecer se van a Madrid a comerse la ciudad. Pero quizás también, reflejo de lo que sería, en nuestro relato adolescente ya la ciudad acaba devorando el alma de los protagonistas, que no eran otros que nosotros mismos con diez años más, es decir, los mismos diez años más que ya tenemos ahora.

No hace falta estar en provincias para escribir sobre aguas. Mis prácticas en Madrid se basaron en escribir un interminable reportaje sobre el agua que en lugar de acabar publicándolo, terminé ahogándome en él. Pero no hay mejor remedio contra la vanidad que entrar de becaria en un periódico nacional, y aquello fue el mejor modo de aprender que cuando queremos ahogarnos, nos ahogamos; igual que cuando queremos salir a flote, hemos de empezar por inflar nuestros flotadores, que para eso tenemos buenos pulmones.

Un año en Madrid fue suficiente para comprender que cada uno es dueño de sus acciones, y que no es necesariamente mejor periodismo el que se hace en la capital que el que se hace en la periferia. Un verano escribiendo en el aire sobre el agua fue el punto de partida para que me desesperara, pero también gracias a ese verano, y a lo que él supuso, comprendí que no hay que confundir los sueños con las idealizaciones, las promesas con los instantes, el cariño con la dependencia, ni la motivación con la euforia.

Puede que el Madrid que encontrase no tuviese nada que ver con el que había dibujado y soñado, pero me enseñó muchas cosas, probablemente, cosas muy diferentes a las que pensé que podría aprender, enseñanzas que me han cambiado, ya no sólo como periodista sino como persona. Y cuando en una ciudad, uno logra detener el tiempo alcanzando, aunque sólo sea por unos segundos, el climax de la felicidad, consigue que esa ciudad ya sea para siempre eterna, y que el momento perfecto, perdure por encima de la irremediable imperfección, y más allá de la incomprensible realidad.

Cuando, de vuelta a provincias (aunque esta vez, la provincia esté en el otro extremo del país), mi jefa me encarga un reportaje sobre el agua (aquí convertida en auga), no deja de resultarme curioso que este tema me persiga. Con la diferencia de que cuando a los días se publica, mi sensación es de alivio, porque al verlo materializado en un resultado, me da la seguridad de que a diferencia de en la capital, ahora los sueños no se están construyendo en el aire. Son conexiones extrañas de las que acostumbro a hacer, pero al menos ahora, sé el motivo que me impulsa a buscar señales, a encajar piezas de puzzles, y a intentar encontrar un sentido.

El agua puede ahogarte pero también cumple la misión de quitarte la sed.

De momento, no me interesan los sueños madrileños. La vida, y el periodismo, en la capital, no terminaron de convencerme. Comprendí que las luces que pensé que me guiaban, no eran más que luces de neón que se funden cada cambio de temporada haciendo necesario cambiar las bombillas. Prefiero, como ahora, escribir cerca del mar, liberándome de la sensación de creer que por ello, estoy traicionando a alguien. Lo que no quita para que, veleta e ilusa como soy, el mar acabe haciéndose huecos nuevamente y consiga llevar una playa hasta la capital. Todo puede ser... Eso piensa la gente cuando, en forma de deseos, lanza sus monedas a las fuentes: que todo es posible.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿sabeS? estoy enamorado de cada palabra que escribes..de cada sentimiento que se desprende de esa palabra..., porque en el fondo todo lo que escribes no deja de ser poesía en su estado más puro, con sus emociones, inquietudes, su nostalgia....

Te admiro mucho, lo sabes..

Luis Alberto.