

Es dulce, por eso, en lugar de las peluquerías que pueblan cada esquina en A Coruña, Pontevedra tiene cada 200 metros una pastelería, que es el pecado ineludible para una golosa como yo que no pudo resistirse al cartel que incitaba a probar la tarta de almendra.

Es lugar de personajes, anónimos y conocidos, de tenderos que te cuentan su vida, de camareros que presumen, aunque no sea cierto, de hacer los mejores cafés del mundo. Lo que no hace que sea una ciudad vanidosa, sino que, como buena ciudad viajera, es atenta, permisiva y curiosa, abierta e inquieta ante nuevos caminos, aunque aparente una cerrada armonía.

Esos mismos personajes pueden ambientar una plaza, o pueden, quizás, sorprenderte en un paseo en forma de estatua de un viejo conocido de largas barbas y magnífica pluma.
Iglesias, conventos, verdes plazas, e improvisadas guías que te hablan de un puente equivocado (el de los Tirantes), que idease Calatrava, y que es la pesadilla de los piragüístas.
Y es, especialmente, una ciudad para pasear tranquilamente, alejándote del ruido, que tan sólo será roto, por el sonido de unas campanas.






Te acoge y te suelta, te amarra o te abandona, te hace tambalear, te da todo o nada, te lanza, como ese mar, amante y asesino, de la costa gallega, tan fiel reflejo de la intermitente y misteriosa Galicia. Te hace sentir ángel y demonio al mismo tiempo. Ambigua, incierta, objeto de desconfianzas. Tan acogedora como mentirosa, tan fiel que te provoca inseguridad. Tan sumamente agradable, hospitalaria, que te atrapa haciéndote olvidar quién eres, sin comprender que hay de cierto y que hay de irreal.

2 comentarios:
Todo esto también me suena jajaja http://tinyurl.com/lha2le ;)
Chico, ya veo que Galicia no tiene misterios para tí!
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