Son las dos de la mañana cuando en el coche vuelvo a casa después de un día de ocio. Estoy sentada en el asiento de atrás, medio dormida pero escuchando con atención la radio. Como durante todo el día, hablan del terremoto de Abruzos. La gente tiene miedo y la psicosis empieza a extenderse por el país. Un hombre cuenta como, siguiendo uno de los muchos llamamientos falsos que han hecho por Internet, ante el miedo de que los movimientos sísmicos le alcanzaran ha sacado de casa a su madre y a sus hijos. Rogaba que por favor no se difundieran falsas alarmas, no se impulsara a la gente a echarse a la calle, no se alertara aún más a una población que ya de partida está desconcertada y aterrorizada después de las réplicas que una tras otra se van sucediendo desde el lunes. Cuando lo escuché, me entraron ganas de vomitar. La nocturnidad, las horas de coche, el cansancio del día y el embotamiento de tantas noticias tuvieron como colofón una entrevista radiofónica que me cortó el cuerpo.
Días antes de todo, durante el Festival de Periodismo.
Días antes de todo, durante el Festival de Periodismo.
Escucho con admiración, con intriga, con expectación y con dudas una conferencia titulada “Bagdad zona roja, el Irak nunca visto”. Hablan las periodistas Anne Nivat y Stella Pende, dos reporteras de guerra que hablan con tranquilidad y aseguran que el mayor miedo que sienten cuando se van a cubrir un conflicto es al pensar en sus hijos. Hablan de la necesidad de “renunciar al espectáculo del dolor”, de no quedarse con la información que llega sólo de fuentes oficiales, apelan a las contradicciones y a la prioridad de las personas antes que de las masas.
Luego hablan de la profesión, de cómo a menudo han caído en depresiones cuando de una realidad dura vuelven a la comodidad de sus casas occidentales. Y se centran entonces en la responsabilidad del periodista.
Stella Pende recuerda que su amigo el afamado periodista Ryzard Kapuscinsky decía constantemente que para ser periodista era imprescindible ser una buena persona.
Una buena persona… pienso en ello mientras veo en TV la plaza del mercado de L´Aquila, una plaza que cotidianamente rebosaba de gente y que ahora rebosa de equipos de TV, de locutores de radio y de corresponsales llegados de todo el mundo. La plaza está ahora ocupada únicamente por periodistas, que permanecen a la espera de contar qué sucede a cada minuto en el epicentro del terremoto.
Entonces dudo si ellos, si yo misma desde la comodidad de mi casa a 170 km. del lugar, están y estoy pensando en el terremoto antes como desgracia, o antes como noticia. Me pregunto dónde queda la bondad si el alma de periodista se come al alma de persona.
Las mismas preguntas y miedos, la misma sensación y los mismos conflictos personales, que se me amontonan sin respuesta cada vez que vivo o que me involucro en hechos de esta naturaleza. Una implicación obviamente lejana, desde una perspectiva fácil y cómoda, desde una teorización.
Dónde queda mi alma de persona si me siento activa y enérgica, emocionada y excitada en la redacción del periódico donde hago prácticas siguiendo paso a paso los muertos que va dejando un accidente de avión.
Dónde queda mi alma de periodista si me pongo a llorar en silencio mientras entrevisto por teléfono a un bombero que, recién llegado del terremoto de Pisco (Perú), me cuenta como al sacar a los muertos de los escombros, a él sólo se le venía a la cabeza la imagen de su niña recién nacida.
Cuando a las tres y pico de la mañana, anoche me fui a la cama, me dolía muchísimo la cabeza. La última cifra de muertos ascendía a 235. La cifra retumbaba en mi cabeza como el eco. La imagen no vista, sólo escuchada, de la multitud de perros y gatos que deambulan desconcertados por el lugar del terremoto buscando a unos amos que están ya muertos. Y me recordó a como la periodista Mercedes Gallego contaba que, mientras estaba “empotrada” a las tropas norteamericanas durante la guerra de Irak, después de aguantar fría y serena ante la presencia de muertos y horrores, un día, de pronto se echó a llorar desconsoladamente ante la muerte de un pájaro. No era el pájaro en sí, era todo el significado añadido.
Mientras nuestras almas de personas y de periodistas combaten en duelo, aferrada a Internet sigo el minuto a minuto de La Repubblica, la radio hace eco y en TV habla Berusconi. Luego uno tras otros se suceden reportajes que ponen en práctica aquello que estudiamos en la carrera de que siempre marca más el reportaje personalizado que la abstracción de cifras. Una anciana, una concreta y no otra, llora por haber perdido todo.
No soy capaz de mantenerme serena, de pronto me encuentro abrumada bajo una masa de noticias. Mi alma de periodista pierde todas las batallas cuando me tambaleo, cuando no soy capaz de controlar mi sensibilidad, mis emociones, mis lágrimas o mi miedo. Mi alma de persona pierde todas esas mismas batallas cuando mi egoísmo aumenta con los años, cuando el mundo se desmorona y sólo reflexiono sin hacer nada, cuando, como ahora, sólo escribo por sobrevivir.
Luego hablan de la profesión, de cómo a menudo han caído en depresiones cuando de una realidad dura vuelven a la comodidad de sus casas occidentales. Y se centran entonces en la responsabilidad del periodista.
Stella Pende recuerda que su amigo el afamado periodista Ryzard Kapuscinsky decía constantemente que para ser periodista era imprescindible ser una buena persona.
Una buena persona… pienso en ello mientras veo en TV la plaza del mercado de L´Aquila, una plaza que cotidianamente rebosaba de gente y que ahora rebosa de equipos de TV, de locutores de radio y de corresponsales llegados de todo el mundo. La plaza está ahora ocupada únicamente por periodistas, que permanecen a la espera de contar qué sucede a cada minuto en el epicentro del terremoto.
Entonces dudo si ellos, si yo misma desde la comodidad de mi casa a 170 km. del lugar, están y estoy pensando en el terremoto antes como desgracia, o antes como noticia. Me pregunto dónde queda la bondad si el alma de periodista se come al alma de persona.
Las mismas preguntas y miedos, la misma sensación y los mismos conflictos personales, que se me amontonan sin respuesta cada vez que vivo o que me involucro en hechos de esta naturaleza. Una implicación obviamente lejana, desde una perspectiva fácil y cómoda, desde una teorización.
Dónde queda mi alma de persona si me siento activa y enérgica, emocionada y excitada en la redacción del periódico donde hago prácticas siguiendo paso a paso los muertos que va dejando un accidente de avión.
Dónde queda mi alma de periodista si me pongo a llorar en silencio mientras entrevisto por teléfono a un bombero que, recién llegado del terremoto de Pisco (Perú), me cuenta como al sacar a los muertos de los escombros, a él sólo se le venía a la cabeza la imagen de su niña recién nacida.
Cuando a las tres y pico de la mañana, anoche me fui a la cama, me dolía muchísimo la cabeza. La última cifra de muertos ascendía a 235. La cifra retumbaba en mi cabeza como el eco. La imagen no vista, sólo escuchada, de la multitud de perros y gatos que deambulan desconcertados por el lugar del terremoto buscando a unos amos que están ya muertos. Y me recordó a como la periodista Mercedes Gallego contaba que, mientras estaba “empotrada” a las tropas norteamericanas durante la guerra de Irak, después de aguantar fría y serena ante la presencia de muertos y horrores, un día, de pronto se echó a llorar desconsoladamente ante la muerte de un pájaro. No era el pájaro en sí, era todo el significado añadido.
Mientras nuestras almas de personas y de periodistas combaten en duelo, aferrada a Internet sigo el minuto a minuto de La Repubblica, la radio hace eco y en TV habla Berusconi. Luego uno tras otros se suceden reportajes que ponen en práctica aquello que estudiamos en la carrera de que siempre marca más el reportaje personalizado que la abstracción de cifras. Una anciana, una concreta y no otra, llora por haber perdido todo.
No soy capaz de mantenerme serena, de pronto me encuentro abrumada bajo una masa de noticias. Mi alma de periodista pierde todas las batallas cuando me tambaleo, cuando no soy capaz de controlar mi sensibilidad, mis emociones, mis lágrimas o mi miedo. Mi alma de persona pierde todas esas mismas batallas cuando mi egoísmo aumenta con los años, cuando el mundo se desmorona y sólo reflexiono sin hacer nada, cuando, como ahora, sólo escribo por sobrevivir.
1 comentario:
TRANQUILA AMIGA. CONTINÚA. ESTA ES LA PUTA VIDA Y NADA PUEDE CAMBIARLA. TÚ ADEMAS DE SER BUENA PERSONA ERES HONESTA
UN ABRAZO MUY GRANDE.
Y COMO TE DESANIMES TE JODES.
¡¡¡AANNIIMMOO!!
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