miércoles, 2 de septiembre de 2009

Elecciones...

Mis alpargatas moradas están dando sus últimos pasos. Y nunca mejor dicho. Tengo comprobado que la vida de la alpargata no dura más de un verano. Pero ese límite no les resta importancia: durante su corto periodo de vida son las reinas. Y así son las cosas, durante un pequeño margen temporal hay cosas en tu vida (cosas, personas, emociones...) que le dan fundamento, que se hacen imprescindibles, que crees que serán eternas... Pero no, las alpargatas, como todo y todos en la vida, también mueren. Se acaban, tienen su fin.

Pero no nos pongamos tristes, sólo son unas alpargatas.

Enfrentarse a comprar un zapato es una cosa complicadísima, pero al llegar el verano, vas a tiro hecho, por eso no entras en una zapatería convencional sino en una alpargatería. El resto es pura complicación. Así lo pienso mientras voy calzándome mis alpargatas moradas (en su último aliento) y descartando con esa elección, el resto de mis zapatos. No es tan sencillo. En Huelva no se te ocurre colocarte unas botas a inicios de septiembre. Pero en A Coruña puedes ponerte en el mismo día unas chanclas, unos deportes y unas botas de agua, y no desentonar. Así que la ciudad complica hasta extremos la elección de calzado.


De menos a más.

Tengo unas sandalias verdes romanas que me dejan el pie al descubierto. Me parecen preciosas. Pero las cosas más bellas a menudo nos dejan a la intemperie, y no sé si soy capaz de exponerme hasta ese punto.

Tengo otras que llevan ya conmigo siete años. Me costaron caras pero me han cundido. Me han salido bien buenas. Son viejas conocidas que me han demostrado de sobra que puedo contar con ellas. A veces la solera sí es un grado.

Tengo unas deportivas marrones que se han recorrido Italia de arriba abajo y Galicia de este a oeste. Pero me presentan un dilema. Cuando las vi no me llamaron la atención, no me gustaron y pasé de largo. Pero resulta que mi madre se las pilló para ella y como no le entraban, las heredé. Así, a la fuerza, empezó nuestra relación. Discretas, compatibles con cualquier prenda, baratas, comodísimas... tenían todo lo empíricamente demostrable, a su favor. Pero a mí no me convencieron. Y sin embargo, y a pesar de la imposición, al final acabaron siendo perfectas.

El caso contrario -o no, aún no lo sé- son unos botines rojos. Los vi y me enamoraron. Y me los llevé. No me importaron los argumentos en su contra: un color que sabía que después no me combinarían con nada, una altura y una forma un tanto extrañas que no iban a terminar de encajar, un material un tanto sucio, posibilidades grandes de calarse... etcétera. Pero, olvidándome de la razón, me las llevé de la tienda. Aún es pronto para saber si la reciente adquisición fue solo un flechazo o serán capaces de imponerse entre la variada gama de zapatos invernales. De momento, cada vez que las veo me parecen aún más bonitas. Pero no sé si eso es suficiente, si para ponerme esas botas, basta con querer hacerlo...

Y así podríamos seguir. La duda constante. La lucha interminable entre las deportivas y las botas, entre ponerse un calzado de agua, que no te apetecen demasiado pero sabes que te resolverán la papeleta, o arriesgarse a las alpargatas, que te encantan, pero sabes que un imprevisto aguacero puede deshacerlas... como se deshacen los sueños.

Qué harta estoy de tener que tomar decisiones. Qué difícil se me hace elegir... zapatos.

3 comentarios:

estrella de mar dijo...

ola!

me ha gustado tu dilema con el calzado. te doy una opción: un bolso grande. donde puedas meter chanclas y bailarinas, pa por si llueve.. y seguro que en unos años inventan unas botas de agua que no pesen 3 kilos como las mías. jeje

un saludo y una pregunta: ¿te quedarás en galicia ya?

Lucía Pita dijo...

No sé si te había dicho que me gusta cómo escribes. pero por si acaso, te lo digo: me gusta mucho tu forma de escribir. de contarnos, de aquella
manera, tus cosas.

Un día normal te diría cosas bonitas de todos y cada uno de los calzados. Pero creo que ahora lo más bonito que te podría decir sería algo parecido a prefiero no tener pies.

muak.

Patricia Gardeu dijo...

Al final, Lupi, me decanté por los "botines rojos"... Ay que optar por soñar... mejor aún, si es despiertos...

Estrella de mar, quedarme en Galicia... ¿para siempre? Nada es eterno...