martes, 22 de septiembre de 2009

¡¡¡Licenciada!!!


Con un “ya puedes relajarte” recibido en un e-mail en la mañana del domingo, me informaban de que –extraoficialmente- tenía aprobado el dichoso examen de inglés, y que, por lo tanto, ya era licenciada en Periodismo. Mi hermano y mi amiga Cristina estaban conmigo, y yo, que pensaba que este idioma pendiente me perseguiría por los siglos de los siglos, no podía aún creérmelo. En shock aún, llamé para dar la noticia a mi madre, que paso de mí, y a mi abuela, que se me puso a llorar...

Luego, mandé algún que otro mensaje, que con lo pesadita que he estado con el inglés, tenía que darle la noticia a mis amigos. Después me fui a mi universidad, quise compartir cara a cara la alegría con quien ha influido mucho, entre otras muchísimas cosas, en que me saque la carrera. Luego me fui pasillo arriba-pasillo abajo, Madrid arriba-Madrid abajo.

Comprendí dos cosas. Una es que un día te regalan un moleskine y te crees periodista y única, y luego resulta que al monje no lo hace el hábito, y además, único no hay nadie por muy únicos que seamos todos. Los moleskine también pueden comprarse en pack de tres, aún tengo mucho que aprender y hay demasiada competencia.

Lo segundo, más que comprenderlo fue ratificarlo. Esa sensación de desierto e incertidumbre ante no saber qué hacer, ese agobio por haber acabado la carrera del que me hablaban mis amigas, yo, como supuse que pasaría, no sólo no lo tengo, sino que ser hoy más periodista que nunca, a mí sólo me provoca alegría y seguridad. Y no hay nada que pueda amargarme el día: Estoy feliz.

He empezado por el lunes. Pero ahora, retrocedo un poco al viernes. Fue bajar en Chamartín y empezar a notar sarpullidos, alergia a la capital... ufff... pero luego se fue suavizando. Así que el sábado, salí feliz de mi examen y aquello del pensamiento positivo borro todo sarpullido inicial e incluso me plantee entre una de las posibilidades, regresar por algunos meses a este lugar de amores y odios tan extremos.

A mediodía, compartí exceso de comida y esperanzas; y por la tarde, compartí café y alguna cosa más. Llegué a casa contenta y huyendo de la masa que acogía la noche en blanco madrileña.

El domingo caminé desde Atocha hasta el Santiago Bernabéu. Consejos, suspiros, recuerdos e ideales. Una vuelta ciclista, porque todo gira. Un caballero colocando la chaqueta a su esposa, una limosna, un montón de esperanzas. Paseantes abrigados en calor. Y un verso de Ángel González: El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento. Comida, merienda y cena: Amigos. Y la noche acabó desvelando secretos con forma de palabras.

Y así, el lunes desayuné nervios con café hasta que el “ya puedes relajarte” me llegó en forma de ilusión, de esfuerzo, de motivación y de ganas. ¿Tu mejor cualidad? Me preguntan esa misma tarde en la sala de juntas de un periódico. La insistencia, respondo. ¿Y qué ha sido lo mejor de la carrera? Lo mejor, sin duda, las personas que he conocido. La foto es de primero, la fría Segovia. Me he sacado la carrera por pesada y porque he estado acompañada de gente maravillosa.

Del preábulo al epílogo: sin los abrazos, sin las regañinas, sin las palabras, sin los cafés, sin las fiestas, sin los apuntes, sin mi moleskine regalado, sin los ánimos, sin las fuerzas, sin los mimos, sin los amigos, no hubiese sido posible. A veces me tachan de fría pero esta es mi forma de expresarlo: me siento enormemente agradecida y muy alegre... feliz, feliz.