domingo, 17 de mayo de 2009

La carrera...

Sin clases ya. Me quedan tres exámenes para acabar la carrera. Bueno, tres exámenes y la prueba de inglés. Cuando las notas eran siempre nítidos “Progresa adecuadamente” y no levantábamos el metro y poco del suelo, ya mi maestro Moli me estampó un “Necesita Mejorar” en la asignatura de inglés. Y desde entonces sigo en las mismas... Casi no acabo el instituto por culpa del inglés y este verano no voy a tener el título por culpa de mi “buena relación” con ese estupendo idioma. Pero bueno, no me amarga mucho; la verdad, tal como está el patio, no hay muchas posibilidades de encontrar curro, sea con o sin título. Y pienso en eso mientras vía Facebook me entero de la revuelta que se traen en el Huelva Información, que han echado literalmente a media plantilla.


En fin, que dudo que me vaya a considerar ni más ni menos periodista ahora que el día que tenga el título. Pero sin embargo, acabar la carrera (y me refiero a acabarla ahora, en un par de semanas, dejando al margen el inglés) sí que me representa un importante cambio, al menos, mental. Hace un rato hablaba con una de las compañeras (y amiga) con las que he cursado algunos de estos años universitarios. También ella acaba ahora la carrera. Me decía que le daba pena dejar la ciudad y la vida en la que ha vivido los cinco años de carrera. Yo no tengo esa sensación, por la sencilla razón de que desde que dejé el instituto han pasado siete años, cinco ciudades, cuatro carreras, seis universidades… No sé cómo llevo la cuenta... Eso sí, título no tengo ninguno.


No es que haya cambiado de ideas tanto como de Universidad. Cuando Moli me suspendía inglés en el cole, yo ya me andaba pidiendo una grabadora a los Reyes Magos. Soy periodista por vocación, y por cabezonería. Por eso no me quedé en Sevilla estudiando Filología.















Los mejores años de Universidad han sido los segovianos, de eso no tengo dudas. Quizás porque ha sido la única ciudad de la que no he salido huyendo, o porque soy una andaluza que se siente medio segoviana.

Cómo no reconocer que los años de la "Uni" te influyen decisivamente... Cómo para no, sales de casa con la mayoría de edad recién cumplida y la cabeza llena de pajaritos, y acabas unos cuantos años después mucho más madura, más espabilada y con muchos aún –pero no con todos– de esos pájaros. Conoces a un montón de gente, gente que a menudo no tiene nada que ver contigo, y eso influye mucho. Te vuelves más abierta. Nada como irse a estudiar lejos de casa. Yo hace muchos años que dejé de ser tímida. Y te haces aún más independiente. Eso seguro.


Influye mucho esa gente con la que compartes ese proceso. Eso sí, siempre me queda, y no lo puedo remediar, una sensación de pasajero, de que nada ni nadie es eterno. Aunque a veces, unas pocas, hay excepciones maravillosas. A lo largo de siete años he coincidido en la Universidad, en los trabajos, en las aficiones… con mucha gente, he tenido un montón de compañeros y amigos. Con muchos de ellos tuve relaciones fuertes en momentos concretos, luego cada uno siguió su camino, y quedan los recuerdos, y los buenos momentos compartidos. Otros aparecieron y ya hemos continuado juntos. De alguna, hasta una vida paralela.


Quizás porque la aventura de irme fuera la comencé arropada por las amigas de toda la vida, he tenido siempre claro que hay que disfrutar los momentos porque se pasan pronto. Sevilla fueron dos años muy diferentes entre sí, en los que aprendí que la gente de toda la vida puede realmente seguir a tu lado toda la vida. Aprendí también que en la vida hay que arriesgarse y que las cosas no son fáciles, que el trabajo hay que currárselo, aunque sea haciendo pesas durante todo un verano.


Pero repito, el lugar y el momento donde pasarlo bien y sentirme a gusto, Segovia. Me influyeron mucho esos dos años y medio, en todos los aspectos. Inmersa por fin en la comunicación, cursé asignaturas en las que sentirme un poco más periodista, en las que pensar. Estudiar en una desastrosa Universidad llena de defectos desarrolla la imaginación. Y tuve a las mejores compañeras, convertidas en las mejores amigas. Cada una llegada de una punta de España, supimos combinar las mejores sangrías con los mejores resultados académicos. Una pareja de pucelanas, una de Ólvega, una gijonesa y dos andaluzas que conectamos desde el primer día y, esta vez sí, eternamente.


Y me fui de la ciudad en el momento perfecto, cuando aún no me había cansado de ella pero tampoco daba para quedarme más. Una se va entonces fuera de España “a pensar”, como decía entonces, pero lo de pensar es una cosa un poco ambigua y hasta la ciudad más bella del mundo, que lo era, puede asfixiarte cuando quieres estar asfixiada.


Así que con ganas de acabar la carrera, Madrid me brindó un año un tanto especial. No tengo la sensación de que en Madrid las cosas estén cerradas, quizás porque la ciudad es demasiado grande y las experiencias vividas allí, muy fuertes. Ambiente universitario no hubo; competencia y prepotencia, mucha; pero no hay una Universidad más competente que la mía, ni un derroche mayor de material, de medios y de profesionalidad. Para ser feliz, la UVA; para aprender, la Carlos III. Aunque no fue en las clases donde más cosas aprendí, fue un año diferente, en todos los aspectos. Aprendí de emociones, de esas que te cambian la vida. Conocí a poca gente que mereciera la pena entre mis compañeros, y, sin embargo, en aquellas mismas aulas, pero al otro lado de la balanza, conocí a la persona a quien más unida me he sentido en toda mi vida.


A punto de acabar la carrera estoy y me doy cuenta de que donde menos he aprendido ha sido en las asignaturas. Y qué mejor prueba de ello que este curso. Acabo la carrera en otro país, con otro idioma y con otros amigos. En Perugia he aprendido poco de periodismo pero he sacado muchas cosas en limpio. Yo tan lista que creía que, a estas alturas, irme fuera, otra vez, no iba a influirme, y sí que lo ha hecho. Y bastante.















Mis compañeros me hablan de un vacío, de una pena, de un desconcierto y de un miedo al acabar la carrera, pero yo no siento nada de eso. Yo me siento feliz de acabar la carrera, aunque sea sin título. Tengo muchas ganas de acabarla y de seguir adelante, el cómo y por qué caminos, ya se verá. No me preocupa mucho. Una de las cosas que en estos años he aprendido es que las cosas se programan sólo para después deshacer planes y cambiar las cosas.


Supongo que a estas alturas es sólo el tiempo el que me demostrara qué cosas y qué personas eran de paso, y qué otras son para siempre. Las promesas no valen para nada, sólo valen los hechos. Y el tiempo es el único que te deja irrevocablemente frente a esos hechos. Pero como diría Serrat, “por fría que fuera mi noche triste, no eche al fuego ni un solo de los besos que me diste”. Y es que si cambio algo de estos años, si echo al fuego lo malo, o las dudas, o los miedos, ya no serían mis años ni sería yo.

Cuando tenga hijos, pienso echarlos de casa en cuanto tengan 18, que hay muchas cosas que vivir... Esta ha sido mi carrera. Al final, el título es lo menos importante (aunque confío en tenerlo algún día… I hate English!!!)


1 comentario:

estrella de mar dijo...

¿no da miedo el futuro?

a mí me horroriza pensar que el año que viene tendré que hacerme mayo y decidirme.

estoy pensando estudiar otra carrera, así no se notará mi miedo a crecer.

un saludo y "in boca a luppo" para esos 3 exámenes