miércoles, 18 de mayo de 2011

Días verdes, días amarillos


Asumámoslo. Este trabajo no es de los de colgar el mono en el perchero y vida dentro-vida fuera. Aquí, uno se empapa hasta el fondo y no hay quien se desprenda del olor.
A mí los nervios se me van al estómago y empieza a dolerme la barriga cuando no veo las cosas claras. 
Hay días en que me como el mundo y aún me queda hambre para más, hay otros en que me veo tan verde que sólo me queda el "hija, te tenías que haber hecho veterinaria y no periodista". 

Hay jornadas que se complican. Si lo piensas en frío, apenas hay más complicaciones que las que tú te pones por el camino. Por eso, la prueba de que estás poco espabilada es que de esas mínimas dificultades haces un mundo, vamos, que estar verde es igual a ahogarte en un vaso de agua.

El lunes fue uno de esos días. Las informaciones me superaban y el dolor de barriga se potenciaba. Una noticia no es nada hasta que no es noticia... Pero así no era la frase... Ah, ya: "Un periodista no tiene nada hasta que tiene algo".
No me hice periodista para "pasar a limpio" notas de prensa... Pero, ¿por dónde seguir? No sé. ¿En quién confiar? Tampoco. 

La sensación de que algo se te queda grande, el miedo a no dar la talla, a equivocarte en tus decisiones, las dudas sobre todo o sobre casi todo, como diría Camba. Esos son los días verdes, los de "no sé". 

Después pasa el tiempo, las horas van amainando el viento. No hay Levante que, más tarde o más temprano, no cese. Eso lo saben bien en Ceuta. 

Pero no sólo eso. Al final la autosuficiencia autocreída se desvanece, y has de reconocer que una mirada lanzada por encima de la pantalla del ordenador, de esas que te revelan que quien te la ha lanzado es alguien en quien puedes confiar, vale más que cualquier promesa. Hay energías que conectan. Y entonces esos días verdes empiezan a teñirse de amarillo. Contaba un escritor que amarillo define "a es esa gente que cambia tu vida (mucho o poco) y que quizá vuelvas o no vuelvas a ver". Pues algo así. 

Lo verde y lo amarillo entremesclándose, la obsesión con darlo todo, con vivirlo todo, en una profesión que te amarra porque te enloquece. Y, al mismo tiempo, analizando referencias, regateando abrazos, viendo esfumarse todas esas promesas que te hiciste, todas esas en las que te decías que lo controlarías todo, que nada se te escaparía de las manos...

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