viernes, 5 de febrero de 2010

Madrid

Madrid no me gusta.
Lo he intentado, he buscado en sus rincones las cosas que me motivan. La he mirado con los ojos de Corpus Varga, de Umbral, de Barea, de Larra, de Sanchez Ostiz... Pero la ciudad sólo me devuelve la imagen que le dan mis ojos. 
No es que la ciudad sea negra, ni mucho menos gris; más bien, es de unos colores chillones que deslumbran, que incomodan.
Es la ciudad de los sueños inalcanzables, de las vanidades desmesuradas, de las rutinas impredecibles.
Madrid sabe a vómito, y huele a confusión.
Es una ciudad de cristales rotos, de abandono, de traiciones.
Sus precios desorbitados, su irremediable agenda, su desconfianza. Las prisas, constantes y agresivas. 
Es la ciudad de las mentiras, de las falsedades, de la hipocresía.
Ofrece, no lo niego, placeres maravillosos. Tiene una oferta cultural amplísima, pero es inabarcable, y extremadamente cara. Tiene la mejor red de transportes, cierto, pero aún así, es imposible llegar a los destinos sin perder tanto tiempo, sin que las horas pasen vacías. Te da la posibilidad de hallar todo lo que, materialmente, es imposible encontrar en otras ciudades. Y tiene calles y parques preciosos, y unos cielos y un sol y un tiempo agradables. Y sí, he vivido en este sueño sin mar algunos momentos que me han hecho muy feliz. Pero no, no compensa. 
Odio las mañanas abarrotadas de metro. Ni siquiera el placer de las lecturas me las salvan. La gente apegotonada, caminando, corriendo, con la mirada perdida y vacía. Ayer, una mujer lloraba en un intercambiador, y nadie levantó la cabeza al cruzarse con ella, nadie pareció percatarse. Yo, como ellos, me crucé con ella sin apenas mirarla, impulsada por las prisas que no remediarían que, un día más, llegase tarde.
Esa es la imagen que me devuelve Madrid. La de la indiferencia de los unos con los otros, la del desamparo, la de una extrema competencia, la de una silenciosa agonía. 
La diversidad, la multiculturalidad, la amplitud que aparentemente aporta se quedan en palabros vacuos. 
Le gente se vuelve huraña, estrepitosa, irritable. 
Madrid parece que te lo da todo, pero cuando te confías, se muestra como es, arrogante y cruel. 
Madrid te va des-almando poco a poco. Madrid no tiene sentido. 
No consigo que la ciudad que soñé en la adolescencia se plasme en mi madurez. Lo he intentado, pero no, no logro que me guste Madrid. 

3 comentarios:

Luís dijo...

Ay, ay, Patri, es que después de vivir en Coruña... hasta Madrid te sabe a poco, jajaja. Un beso y suerte!!!

Patricia Gardeu dijo...

Ya lo sabes Luís, me quedé enamorada de Galicia...

Multe dijo...

Madrid y Barcelona. Grandes urbes, sueño de todo aquel que va buscando 'algo más'. Teatros, conciertos, gente paseando, tiendas insospechadas. Aquí incluso tenemos mar. Lástima que entre tanta oferta se haya agotado lo más básico: el alma humana.

Ánimo con la cruzada. No dejes que Madrid te gane.