Vuelta a casa
Primeros días del año. Como todos, tengo buenos propósitos y nuevas ilusiones, y también como todos, me propongo dejar lo malo en el 2008 para empezar con fuerza y con buen pié el 2009. El comienzo del año se me plantea viajero, o eso deseo; de momento, aún me aguardan varios meses continuando mi Erasmus, y entre mis planes, los carnavales venecianos o la escapada al irlandés Cork para visitar a mis amigas “las mellis”. Como meta principal de este 2009: terminar mi licenciatura de Periodismo. Por lo demás, disfrutar y aprender.
El 17 de diciembre tomé en Roma el avión de vuelta a Madrid. Antes de dejar Italia, contemplé el inmenso árbol de Navidad que decoraba la estación de trenes de Termini. Pequeños papeles que contenían miles de deseos se sujetaban sobre las ramas del gigante abeto, deseos pedidos a Babbo Natale y
Como el turrón…
…Vuelta a casa por Navidad. Y llegué a Madrid. Poco me esperaba en la capital, nada estaba dónde lo había dejado. Yo había pasado tres meses fuera, también esos tres meses habían transcurrido transformando a los que se habían quedado. Nadie aguarda, la vida sigue fluyendo, unas veces con más bravura que otras.
Así que adaptándome a las nuevas situaciones bajé a mi tierra, si es que hay una tierra que es más nuestra que otras; en Huelva, en Andalucía, al menos me encontré con un sol de escándalo, que no es poco, y con atardeceres brillantes que duraban hasta las siete de la tarde, después de durante tres meses ver a mi ciudad italiana anochecer a las cuatro y media. Cuánto de menos había echado este sol.
Al regresar a España, mis amigos aguardan expectantes el relato de mis mil y una aventuras italianas. Me preguntan por los italianos, por mis viajes, por mi día a día, por mis clases, por las fiestas, por la comida, por Italia… Todo eso ha existido. Intento explicarlo. Les relato mis venturas y desventuras, les hablo de mi coinquilina, de mis súperamigas, de mis italianos, de nuestras cenas, de nuestros juegos, de nuestros sueños… Pero a medida que voy contándoles me voy dando cuenta de que hablamos de diferentes cosas.
De pronto, alguien me dice: no te reconozco. Me quedo en silencio y aparto la mirada, y dudo de mí: ¿he cambiado yo o han cambiado ellos? Y pienso: si tú no me reconoces, no puedo yo reconocerme a mí misma. Pero luego, cuando me quedo sola, me quedo dándole vueltas a estos tres meses de Erasmus, de viajes, de ilusiones. Ha cambiado mi entorno inmediato, mi presente se ha ampliado y he evolucionado, pero sigo siendo yo, sólo tienes que mirarme bien. No me parezco a nadie más que a misma, en España, en Italia o en cualquier lugar.
En Navidad aprovecho para estar con la familia y los amigos, para cantar, para reírme de la vida. De vez en cuando, me siento ante los apuntes en italiano y me concentro en no perder de vista el idioma italiano para presentarme en enero a los exámenes, no hay que olvidar que estoy en Italia estudiando. Por las redes sociales internaúticas (tipo Messenger o Facebook) me comunico con los amigos hechos en Italia, que ahora, igual que yo, han vuelto a casa y se reparten por la amplia geografía mundial. La más lejana es una de nuestras inglesas que se mueve estos días entre Australia y Japón.
Y así transcurren mis Navidades, como un extraño y agridulce paréntesis en la vida Erasmus… este moverse entre lo que hay y lo que hubo, lo que dejamos atrás y lo que aún queda adelante. Me agarro al sol andaluz antes de volver a hacer la maleta y retomar el camino a Perugia, sólo que hoy ha desaparecido el sol y llueve sin cesar, y yo mientras escribo, arropada por mis perros y mi gato, me pregunto si ésta es también una de mis Cartas Erasmus o escribir es sólo una excusa para no sentir tanto frío mientras no deje de llover y en el cielo no iluminen los rayos del sol.
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