viernes, 29 de agosto de 2008

Vuelta a la ciudad

Cronómetros que se paran, círculos y huellas en el asfalto. Vuelta a la ciudad era el título del artículo que hoy firmaba Benjamín Prado en El País.
Como tengo sueño, ando más empanada que de costumbre. Eso no impide que en mi lectura matutina de la prensa (en leer el propio periódico y la competencia consisten gran parte de mis prácticas), la vuelta a Madrid de la que habla el escritor haya llamado mi atención, probablemente porque mi final de verano surca la A4 en dirección inversa a la narrada. Se habla estos días del final del calor y de la vuelta al cole, del retorno al trabajo y la despedida de la playa con olor a septiembre. Cito: “La cuenta atrás del verano está acabando”. Cierto. Pero mi cuenta atrás es la contraria. No vuelvo a Madrid, me marcho de ella con la sensación de no haber tenido tiempo suficiente para encontrarnos, y con la incertidumbre y el temor de no saber si realmente, a la vuelta -¿qué vuelta?-, las miradas seguirán detrás de las mismas esquinas.

El sms 104 de mi bandeja de salida deja constancia, a las 10.38 del 6 de septiembre de hace un año, que me venía aquí a estudiar. Me dejé llevar, me dejé traer más bien. Este verano sí fui yo la que, teniéndolo absolutamente claro, decidí quedarme a hacer las prácticas en Madrid. En el periódico he pasado por varios ordenadores, varias fases y varios estados emocionales. Vuelvo ahora, a un día de finalizar la beca, al mismo ordenador en el que comencé.
A principios de julio me retaron a sobrevivir al verano, y hoy es 28 de agosto.
Indolencia, sueños, sarpullidos. Quizás demasiadas horas soñolientas, observando sin implicarme y esperando. Pero también emociones a trompicones, resúmenes, e ideas. Conversaciones y consejos. Georgia, aviones, agua desperdigada, un suicidio no consumado, pereza, portavoces de mentiras, salmón para quien suspende economía, cartas, café, pirámides alimenticias, viajes, recortes, y una libreta de pastas duras.
También yo, aquí, he aprendido cosas que aún no sé que he aprendido, aunque el final sepa más a derrota que a triunfo.

Mientras, anhelaba que llegara el fin de semana. Mis compañeros me imaginaban cansada, y a la vuelta el lunes me preguntaban compasivos: ¿trabajando el finde?. No entendían que no me sentía cansada, que no quería dormir, que quería aprovechar el tiempo, y que a veces, quería pararlo, pero no para descansar sino para disfrutar de los segundos.
Mis prácticas radiofónicas disiparon mis temores a las ondas, y la hora se coordino con las ganas, bajo la sombra de árboles que me protegían del sol, y de las tormentas de verano. Tenía un interés amplificado por el desconocimiento, y aunque sé que no me dedicaría a ello, y me dejó aún más claro que prefiero la prensa escrita, me lo pasé muy bien, y eso es ya muy importante, sobre todo en un verano que sacudía más verdín que sol. También hubo demasiados vacios y rencores de aguas demasiado pasadas. Demasiados demasiados.
Pero si mi hermano se mete con mi positividad y critica “las ilusiones absurdas esas que tú tienes”, quizás lo que no sepa es que esas mismas, me sirven para que, tras este verano que acaba, yo sepa que he aprendido de los errores, y lo bueno perdure para siempre sobre los momentos malos, las risas sobre las lágrimas, que de todo hubo.
Por eso sé que cuando piense en este verano lo imaginaré en sábado, en sábados que madrugan y se acuestan muy tarde; en la memoria de emociones que me llevo conmigo, y que ya sólo me pertenece a mí.

Si nada cambia, el martes conduciré mi coche de Madrid al sur de Andalucía, en dirección inversa a los que acaban sus vacaciones y regresan a la capital. Todo vuelve a ser de paso, a representarse en una maleta...
pero confío en la veracidad de la frase con la que Benjamín Prado termina hoy su Vuelta a la ciudad: “Las huellas que se dejan en el asfalto son menos fugaces que las que se dejan en la arena”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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