viernes, 11 de julio de 2008

Películas

Igual que las demás. Igual que todas esas chicas que habían pasado por la sala, terminé engatusada con los aires neoyorquinos de Sexo en Nueva York. Una a la que no le gustan ni los zapatos ni los bolsos, y que para saber cómo se escribe Louis Vuitton ha tenido que buscarlo en Google.
Ajena, pienso, a ese estampado floripondioso y principesco de ranas convertidas en máquinas sexuales.
Y a pesar de todo, exhausta, tiritando, perdida. Porque al final resulta que aunque no comporta nada con esos sueños, los hilos que hemos cortado son los mismos, los pétalos ilusos fueron sacados de la misma flor.
Que pensaba que ya estaba controlado, qué estúpida.
Quizás no debiera haber ido a ver esa película. Quizás. Si lo que debía de florecer debajo de la almohada se quedo en un verso de Miguel Hernández. Qué asco de asociaciones y de recuerdos.
Y vuelta a las preguntas, que querríamos plantearlas en voz alta pero no salieron las palabras.
Estereotipos que alimentamos y al salir no somos ni siquiera diferentes. Qué iguales, qué estúpidamente iguales. Demasiados secretos a voces. Demasiado mar, tanto que nos ahogó. Qué idiota.

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