César sabía que no se llamaba César. Pero le daba lo mismo. Nunca le había importado.
Un día, como todos los días, César se levantó para ir al instituto: se vistió, hizo la cama, desayunó un vaso de leche con cereales de chocolate y bajó a la calle. El instituto estaba a 500 metros de su casa.
Cuando llegó a la mitad del camino, justo donde la avenida se divide en dos, sintió el arrebato de no girar hacia la derecha, como venía haciendo todos los días, y sin pensárselo dos veces, giró a la izquierda. Y no fue al instituto. Caminó por las calles, conocidas ya por tantos años, como si fuese la primera vez en su vida que las veía. Miró la calzada, llena de basura, que iba dejando bajo sus pies; escuchó palabras sueltas en las conversaciones de los paseantes con los que se cruzaba; alzó la vista hacia las ventanas: persianas a medio echar.
La vida estaba en la calle, la sentía; la sentía pero sobre todo la veía pasar, como un espectador de cine antiguo: un poco fascinado, un poco analítico, pero sabiendo, que en el fondo, sólo se trataba de un decorado de película.
A la hora de comer, como si la mañana hubiese transcurrido entre libros escolares, César volvió a casa y se comió las lentejas.
Al día siguiente, César se levantó para ir al instituto, convencido plenamente de que tras un día de relax, de prueba, de aventura, debía retomar su rutina. Sin embargo, al llegar al cruce, volvió a sentir el arrebato, el impuso incontrolable. César volvió a verse como un personaje autónomo que él mismo no era capaz de controlar. Y giró a la izquierda.
César nunca más volvió al instituto. Cuando se levantó, de pronto, sobresaltado, a la mañana siguiente, se preguntó quién era, por qué le llamaban César si sabía que ese no era su verdadero nombre.
Y ahí empezaron los problemas.
Con las preguntas, siempre llegan los problemas.
2 comentarios:
césar era otro vagabundo en busca de su verdad. haciéndose preguntas...
sabes?me gusta el nombre de tu blog y tu nombre, vagabunda.
una vez, un hombre al que quise me dijo que nuestra historia le recordaba a la historia de la Dama y el Vagabundo, sólo que él era la Dama-protegido,cuidado,mimado,a salvo...- y yo era el Vagabundo-perdida,insegura,miedosa,pordiosera de afectos...-.
cuando me lo dijo casi me sentó mal, aunque en el fondo de mi ser sabía que era verdad, por tener muchas carencias.
pero ahora pienso que me gusta vagabundear, y la sola palabra hace que me lleguen aires de libertad...
Hola Patricia!!!
Es tuyo el relato?. Me ha encatado!!. De corazon, espero que todo te vaya bien y no te agobien los examenes.
Un besito, Víctor
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