Mi madre le sacó alas al coche y llegamos justo a tiempo para que el avión no despegara sin mí. Así, excitada e incrédula, volé hacia Milán; en una mano, un pack de autoaprendizaje de italiano, que durante los tres meses previos a mi viaje había permanecido inamovible sobre mi escritorio; en la otra, un tocho titulado Historia de la literatura italiana que pesaba casi 3 kg. El cristal de mi reloj se hizo añicos al pasar por el detector, era la señal inequívoca de que, desde ese momento, el mundo giraría a una velocidad diferente a la que marcaba el pasar de las horas.
Bérgamo-Miláno-Venezia St.Lucía. Afortunadamente llegué en tren. En la Ferrovia, la ciudad me recibió anocheciendo y me cortó la respiración. Es una desgracia llegar a Venecia en coche por Piazzale Roma. Hay que llegar en tren porque la experiencia es única. Única pero repetida plano a plano por cada uno de los amigos visitantes. Yo esperaba ansiosa el tren, mis amigos llegaban, aún ajenos a las maravillas que estaban a punto de presenciar, nos abrazábamos, comenzábamos a hablar apresuradamente mientras avanzábamos hacia la uscita (salida), y al llegar a la puerta de la estación y bajar los escalones, se hacía el silencio ante rostros boquiabiertos que contemplaban el puente de la Scalzi, las cúpulas verdes y el agua de los canales... Y entonces todos decían: "¡Ala! ¡Vamos a hacernos una foto, la primera...!". Fue un privilegio ser testigo de esas calcadas reacciones pero es difícil expresarla. Por eso no se puede llegar en coche, sería una ingratitud desperdiciar ese primer regalo que te entrega Venecia si vas en tren.
Esa estampa la guardo celosamente. Sin embargo, es difícil asociar a Venecia con una sola estampa, ni siquiera con Rialto o San Marcos; se entrecruzan muchas otras imágenes en un todo desordenado. Venecia es una ciudad de cuento donde cada paso esconde una sorpresa.
“¿Pero adónde vas? ¡Tira ese plano! ¿Por qué te empeñas en saber dónde estás en este momento? De acuerdo, en todas las ciudades, en los centros comerciales, en las paradas de autobús o de metro, estás acostumbrada a dejarte guiar por la señalización; casi siempre hay un cartel con un punto de color, una flecha en el mapa que te informa vistosamente: “Usted está aquí”. En Venecia también; basta con que levantes la vista y verás muchos carteles amarillos, con flechas que te indican: Debes ir por ahí, no te confundas, “A la estación de tren”, “A San Marcos”, “A la academia”. Pasa de ellas, ni caso. ¿Por qué luchar contra el laberinto? Por una vez déjate llevar. No te preocupes, permite que sea la calle la que decida por sí sola tu recorrido; que no sea el recorrido el que te lleve a elegir las calles. Aprende a vagar, a vagabundear.” (Venecia es un pez)
Ese desorden es parte del encanto de la ciudad y consecuencia de que las guías de viajes se queden insípidas y pretenciosas. Pero llegó a mis manos Venecia es un pez, de Tiziano Scarpa, y me enfrasqué tanto en su lectura que me fusioné con el libro. No era el único, en los últimos tiempos había leído otros textos interesantes y había tenido conversaciones sobre la ciudad, que me habían hecho recordar tiempo vivido y querer escribir sobre ello. Mi interlocutora en esas conversaciones, y dueña del libro, está ahora en Italia y quizás ese sea también motivo de decidirme a ponerme a ello. También puede ser que hoy he estado arreglando documentos de mi futura estancia Erasmus en Perugia y el olor mental a pizza me trae de vuelta mis tres meses en Venecia, hace ya un año.
No se trata sólo de la mítica fama de la ciudad sobre las aguas, esto además, convierte espacio y tiempo en unidades de medida ajenas al resto del mundo. Fuí consciente de ello en la primera semana, cuando tardé dos horas en llegar a casa de una amiga que vivía a tiempo real a quince minutos. Venecia es un laberinto que te deja indefenso. La hospitalidad veneciana es sincera.
Venecia es también un matrimonio mayor que pintaba sobre sus lienzos las columnas de una iglesia, es el día en que presencié una caravana de góndolas donde sólo faltaron las bocinas, es el San Marcos de relatos y salón de baile, es el lugar perfecto para comprender que fácil y dificil son términos relativos, que el alma y el cuerpo tienen que ir a la par, que las paranoias viajan contigo en la maleta, que la actividad, así como la inactividad, pueden ser tu mejor aliado, o tu más cruel destructor, que del sol a la lluvia, y viceversa, se puede cambiar en cuestión de segundos... Venecia son suspiros, son clases spagnolo-italiano, son canciones en los vaporettos, son las escaleras cargada con la bolsas amarillas del supermercado, porque incluso en Venecia, uno se hace con la cotidianidad.
La Fondamenta Zattere estaba olvidada de turistas y podías sentarte a leer de cara al mar, soy mujer de agua. Venecia tiene rincones inexplicables. ¿Para qué enumerar los lugares que aparecen en las guías? Es mucho más que San Marcos. Venecia es una cara de embobamiento permanente donde no hay argumentación posible.
Pero pensándolo bien, si aún no has ido, mejor que no vayas nunca. Rodéala, escabúllete de ella... una vez más. No entres en Italia, y si entras, ve a Roma, a Florencia, a Nápoles, ve a Milán o a Sicilia. No vayas a Venecia. Porque si vas, desde el momento en que salgas de la Ferrovia, en que bajes los escalones dirección a la Scalzi, en que la mires, aunque sea de reojo, buscándote en un reflejo imposible en sus canales, desde entonces, ya será irremediable, te habrá atrapado.
No, no vayas nunca. Aún estás a tiempo. Venecia es como un pez, y te come, y te agarra y ya no te libera.
3 comentarios:
Haces trampa: no puedes pedir a tus lectores que renunciemos a Venecia, después de hacérnosla desear tan vivamente... Viajaremos para pasear por la ciudad soñada y leída y, en el recorrido, buscaremos tu Venecia, ¡aunque nos salgan escamas! Y también viajaremos -ni que decir tiene- para tomarnos un café en el Florian.
Henry James: "Una mujer inteligente que conozca Venecia parece doblemente inteligente".
Martín López-Vega: "Sarlir de la estación de Santa Lucia y encontrarse de pronto con todo lo que uno pensaba de Venecia, es cosa de milagro. Porque Venecia no decepciona. En eso se diferencia de casi todas las ciudades del mundo. Hay en Venecia, es cierto, demasiados turistas, pero raro será que no encuentre uno un momento de súbita y solitaria comunión con la ciudad que le reconcilie y que desde entonces borre al resto de la gente, del mismo modo que el amor lo hace. ¿Quién no ha pensado alguna vez que la Estatua de la Libertad no es tan grande como parecía en las fotos, que los cuadros de Hopper pierden mucho al ser vistos en vivo? ¿Quién no ha tenido un pensamiento similar? Pues bien: los pensamientos de esa especie son imposibles en Venecia".
Así que no me vuelvas a decir que Venecia me va a decepcionar....
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