jueves, 14 de febrero de 2008

Carta de amor

Cariño:

Qué nervios sólo de verte. La cazadora nueva, regalo del novio de tu madre, te hace pareces aún más guapo. Y tú que sonríes… Mis amigas dicen que eres un tonto, un creído, un macarra estúpido. Pero te insultan porque son unas envidiosas y porque saben que tú eres el niño más guapo de todo el colegio. Aún no me miras pero ya lo harás.

Javier, ¡estoy enamorada de ti!; Alicia, 10 años.

Cariño:

Yo pensaba que el beso del otro día significaba algo para ti y hoy no me haces caso. ¿Por qué ya no me miras ni me hablas? Mis amigas dicen que me olvide de ti, pero yo me muero si tú no me quieres. Era mi primer beso y ahora la corriente me arrastra sin compasión hacia eso que llaman amor, hacia algo que no sé qué es ni cómo afrontarlo.

Alberto, yo estaba enamorada de ti; Alicia, 13 años.

Cariño:

Soy feliz, ¡soy feliz!, quiero gritarlo. Estos tres meses junto a ti han sido los mejores de mi vida. Tus caricias, el modo en que me besas el labio inferior, cuando paseamos por el parque y me abrazas de repente; cuando te miro y tú ya llevas un rato observándome. No importa que mi madre me diga que soy joven, que he de concentrarme en los estudios, ya no me importa nada si tú no estás. Me gusta como resuena tu risa por toda la habitación, como aprietas tu cuerpo junto al mío para que nada nos separe. Prométeme que nadie nos separará.

Daniel, estoy profundamente enamorada de ti; Alicia, 16 años.

Cariño:

Me dejas notas en el coche que cuando leo ya están medio borradas por la lluvia que cae. Te acercas y me invitas a cenar. Y a mí sólo se me ocurre la excusa absurda de que tengo que estudiar, aún cuando quedan meses para los exámenes. Me adulas, crees que me conoces y ansías estar conmigo. “Preciosa, guapa, amor...” son sólo palabras sin sentido cuando las dices con tanta facilidad. Las palabras y los besos también pueden gastarse. No se pueden forzar las cosas, no se puede querer a quien no se quiere, aunque me digas que nadie me va a querer como tú me estás queriendo. ¿Qué hacer si sólo podemos ser amigos?

Pedro, no puedo enamorarme de ti; Alicia, 21 años.

Cariño:

Se descorchó el amor aquella noche. El sudor y los besos se esparcieron por la habitación. Los ojos hambrientos nos miraban, el suelo pareció tambalearse cuando se unieron nuestros fugaces cuerpos. El espejo de mi cuarto reflejó el deseo que nos guiaba, nos lanzó ardientes a la vida, nos enseñó qué mundo escondía dentro. No fue la primera ni la última vez pero nunca te había sentido tan cerca. Algo cambió en nosotros.

Pablo, no sé si esto es sólo estar enamorada; Alicia, 25 años.

Cariño:

Tu mirada me busca culpándome. Me pides que te de lo que ya es imposible, el tiempo de los dos se nos pasó. Gritar “lo siento”, podría ser. Decir “fue un desliz, un inocente beso, unas caricias, una noche de alcohol”, podría ser. Jurar que fue para olvidar, para comprobar si había algo más, para evadirme de nuestros problemas, podría ser. Llorarte pidiéndote perdón, “te quiero a ti, no a él, no sé por qué pasó”, podría ser. Podrían ser, tal vez, pero no son. No sé si a él le quiero, pero a ti sí sé, amor, que te dejé de querer.
Andrés, no sé por qué dejé de estar enamorada de ti; Alicia, 28 años.

Cariño:

Nuestra relación andaba a pasos cortos, con empujones de saliva y caídas libres. Lo nuestro era una historia de duchas frías y remojones calientes. Hoy no podía vivir sin ti e imaginaba qué pasaría si te dejara un hueco en mi armario, mañana podía odiarte y gritarte estúpido aunque soñara con besar tu piel. Vivo sin saber qué papel juego.

Eduardo, no sé si debo estar enamorada de ti; Alicia, 31 años.

Cariño:

Me daba temor vivir junto a ti: compartir la taza de café del desayuno, el vaso de agua al mediodía, la cerveza de la cena. Mezclar nuestros anhelos creando un hogar a la medida de los sueños que anuncian en televisión, no entraba entre mis planes de cigarro y humo. El tiempo, la distancia, los miedos que siempre me persiguen, compartirlos contigo... qué horror me daba tanto compromiso. Y sin embargo ahora, despertarme a tu lado, meter dos tazas en lugar de una en el microondas que nos regaló tu madre por nuestro aniversario, me hace ver el cielo más azul, me hace reír a cada paso.

Roberto, esto sí que es estar enamorada; Alicia, 36 años.

Cariño:

Tito y Alba crecen a un ritmo desenfrenado. Sus ojos se abren más cada día. Sus vidas me pertenecen menos cada instante. Los hijos que tenemos no son cómo soñamos, lo han superado. Frente a ellos, todos los obstáculos se desvanecen con sólo soplarlos, caen como van cayendo las velas de sus cumpleaños, y de los nuestros. Cómo iba yo a saber aquella tarde que un torpe encontronazo con nuestros coches, hace ya tantos años, me traerían al amor de mi vida envuelto en escayolas, dejándome un aroma a colonias infantiles. Hemos creado juntos una vida, una vida en la que ya no caben sólo dos personas, palpitan juntos cuatro corazones.

Roberto, esto va más allá de estar enamorada; Alicia, 45 años.

Cariño:

No quiero, no puedo asumir lo que está pasando: la sopa ya no tiene estrellitas, ahora tiene piedras que se lanzan contra mí a cada cucharada. Los rumores, el hueco que encuentro en nuestra cama, tu olor a otros jardines, tu “tengo trabajo en la oficina”, el tiempo que pasas junto a otras, los sueños que ya no compartimos, los niños – no tan niños- que siguen preguntando por papá. Te he dedicado más renglones que a nadie porque llenaste mi vida, y sin embargo, ahora comprendo que la bola de nieve nos aplasta y que este adiós debe ser definitivo.

Roberto, ya no puedo estar enamorada de ti; Alicia, 57 años.

Cariño:

Me miras y me oculto. Parecemos adolescentes exaltados y son muchos los años que arrastramos. Sentí contigo anoche como si aquel viejo restaurante de al lado de mi casa, donde me invitaste a cenar, hubiese sido creado para nosotros en ese mismo momento, como si jamás antes lo hubiese visitado. Volví a experimentar esas sensaciones, aquellos cosquilleos que nunca pensé volver a tener: el dolor de estómago, la carne de gallina. Los años no me hacen ser más sabia. Los años me hacen sentir más insegura.

David, me estoy enamorando de nuevo; Alicia, 68 años.

Cariño:

El sol esta mañana sólo ha despertado un cuerpo: mi viejo cuerpo. El tuyo ha seguido durmiendo en mi cama, de la que ayer te quejabas porque te hacía daño en la espalda. Hoy has preferido seguir durmiendo, despedirte del mundo junto a mi, no despertar. El mundo se te acaba y yo me quedó aquí, en nuestra cama. Pero la muerte no rompe el amor. La muerte no nos separará.

Ni la muerte. Ni el camino. Ni los insultos de los niños, ni tu indiferencia, ni tus halagos; ni mis decepciones, ni tus avances. Ni los olvidos, ni los suspiros; ni la pasión ni el desencanto. Ni los padres ni los hijos. Ni el sol, ni la luna, ni nuestra estrella. Ni lo vivido. Ni lo perdido ni lo ganado. No sé si sé qué es estar enamorada pero afirmo que el amor existe, y que nada ni nadie puede ni podrá acabar con él. Cariño, te quiero.

Fdo. : Alicia, 81 años.

(2006)

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