miércoles, 4 de marzo de 2009

Cartas de una Erasmus - Entrega 11

Los Cinco y el tesoro de la isla

Cinco fuimos, y la isla, Venecia, se nos regaló como un tesoro inmenso. Adoraba los libros de Enid Blyton, y el fin de semana de carnavales venecianos fue una aventura sin nada que envidiarle a las que devoraba cuando era pequeña.

El viaje
Emprendimos el viaje a las dos de la madrugada tras un control policial. No podía comenzar de otra manera: la emoción estaba garantizada. A las 9 de la mañana nos amanecía entre canales. En el bolso llevaba Venecia, libro de Jan Morris, y en la memoria, un montón de recuerdos de tres meses vividos allí, en el barrio de Santa Croce, hace ya dos años.

Reconozco que los nervios en forma de exaltación, que las imágenes en forma de flashes, se apoderaron de mí desde que puse los pies en la isla. Entonces, me olvidé de mis compañeros, sé que hablaban de los vaporetti y de mapas; luego, del albergue; después, les perdí la voz entre el rumor del agua. Ni siquiera la excesiva presencia de gente, que en masa acudía a los carnavales, logró distraerme. Me abstraje, embobada en mis pensamientos, por las decadentes fachadas, los reflejos distorsionados, el deslumbrante sol…

Paseos por Venecia

Me apiado de los que, mapa en mano, buscan solución al laberinto de plazas (aquí plaza es campo, excepto la de San Marco, que es piazza), calles amplias de cara al agua (fondamenta), calles sin salida, callejuelas (calle), puentes (ponte), salizzada, riva, sotto-portico, piazzale… Tiene tan poco sentido querer comprender la diversa terminología que usan para denominar los diferentes tipos de espacios como querer saber en todo momento dónde se encuentra uno en Venecia. Su caos forma parte de su encanto.

Mientras mis amigos preguntan dónde estamos o hacia dónde vamos, yo sólo miro, contemplo, me quedo anclada en los detalles: una caravana de góndolas; una perrita vestida de veneciana; las risas; la música; los ojos de una mujer mayor que me miran desde detrás de una máscara; un pozo; una vieja tienda; un recuerdo; un sombrero; el nuevo puente de Calatrava; unas gafas de sol; la, para mí desconocida, Scala Contarini del Bovolo; una caricia; el despertar oliendo la marea que llega hasta la silenciosa Giudecca; la emoción…

Realmente me hallo en un estado de embriaguez absoluto contemplando expectante todo cuanto se presenta ante mí. Experimento algo similar a la nostalgia y a la melancolía mientras llevo de la mano a mis amigos por la ciudad donde viví, por el puente donde me hice un esguince, el kiosco donde comprar Il Gazzettino, mi portal y mi cafetería. Y al mismo tiempo, Venecia, que no se da nunca al completo, que siempre se guarda algo para sí misma, me resulta desconocida y la vivo con los ojos de alguien que la ve por primera vez. Me siento completamente feliz, exaltada como una adolescente enamorada, con una cursilería que sólo es permisible en un cuento de leyendas, hadas y marineros como el que es Venecia.


Evocadoras islas

Torcello tiene la capacidad de permanecer tal como la recordaba. Adentro a mis cuatro amigos en la oscuridad de la noche veneciana por la isla que Jan Morris describió como “de nostalgia exquisita”. Tan pequeña que sólo habitan en ella 20 personas, Torcello tiene una plaza que, con la catedral veneto-bizantina de Santa Maria Assunta y la pequeña iglesia de Santa Fosca, nada tiene que envidiar a las plazas de las demás islas. Ya quizás no quede la altivez ni la confrontación con que antaño se declaraba respecto a Venecia, llegando incluso a autodenominarse estado independiente en la época de Napoleón. Sin embargo, en su calma, en su solitario reposo, aún quedan signos de lo que fue, y sin duda, es una isla especialmente evocadora.

El viernes paseamos de isla en isla; si Murano es de las más visitadas por albergar el famoso cristal, Burano es divertida y calurosa con sus casas de mil colores: sus verdes chillones, sus rojos y amarillos palpitantes, los violetas y naranjas. Ninguna casa repite su color a fin de que siempre se sepa donde queda el hogar.

Atrapada
El sábado no entraba una sola persona más en la plaza de San Marcos: elegantes damas y caballeros venecianos; trajes de cola; capas; lujosas máscaras, y sombreros. Música, spritz al aperol. Truco, que significa maquillaje, en puestecillos repartidos por toda la ciudad. Ni la falta de sueño, ni el cansancio, ni las discusiones a la hora de decidir dónde comer, ni la noche fatídica pasada en el aeropuerto… nada hace que me baje de las nubes, que me saqué por unos días de la magia veneciana. Sé que esa ciudad me atrapó desde que entré en ella la primera vez. Y no puedo remediarlo. Ni quiero. Me tiene enamorada. Y en Italia, el amor siempre gana.

3 comentarios:

estrella de mar dijo...

jaja te juro que he actualizado y luego he venido a leer tu carta. No me pierdo ni una porque me das un montón de envidia.

Venecia y Siena son las dos ciudades que me faltan por ver de Italia. Para la próxima...

Un beso, pásalo muy bien

maybe, forse, quizás dijo...

Cada vez que pienso en Venecia me entran unas ganas terribles de repetir, de recorrer sus calles, todos los rincones de una ciudad de cuento que también a mi, y por tu culpa, me enamoró desde el primer momento en que la vi. Gracias a ti la conozco, a ver si gracias a ti vuelvo...
Un besito

Anónimo dijo...

Tus textos venecianos son siempre.... ¡fantásticos!