Puede parecer trampa pero no lo es. Cada uno se las apaña como puede para sobrevivir, de hecho, vivir no es otra cosa que sobrevivir continuamente. Hay días que intentamos hacer las cosas de otro modo, o que intentamos detener el mundo para bajarnos a respirar, pero es inútil. Tan imposible es frenar en seco como amarrar todos los cabos sin que se suelte ninguno, como hacer todo bien.
Y no se trata de unos conceptos judeocristianos de bien, de mal, de culpa. Es más simple y más abstracto. Aunque sea más concreto. Si tiendo a la abstracción es porque pienso que detrás de ella me protejo, aunque sé que es absurdo y que nos exponemos continuamente. Aún así, detrás de las palabras me siento mucho más protegida, como un payaso tímido que se esconde detrás de su nariz roja.
No sé si esta entrada de blog es una justificación, lo que sí sé es que no es una obligación. Ni es Periodismo ni es una imposición, sino más bien una necesidad de comunicación, o una vía de paranoias, o de inquietudes, que es lo mismo pero queda mejor.
Pero también sé cuál es el límite y esto no puede ser una carta abierta para comunicarme con quien no puedo ni para hacer más negros los días de lluvia. No vamos a sufrir por sufrir.
Hay veces que entre varios males, uno elige el mal menor, y en consecuencia de ello, el mundo se viene encima y los caminos se hacen todos peligrosos. Pero tampoco hay remedio, si hemos de pedir perdón, lo pedimos; si hemos de dar las gracias, las damos. Pero mejor mirándonos a los ojos, y en privado.
El viernes un poeta contó una estupenda definición del término “acontecimiento”. Ayer se rememoraba la proclamación de la II República, hoy se disputan las portadas Berlusconi y la nueva ministra de Defensa. Pero lo que venía a decir el poeta es que los acontecimientos no se miden por su trascendencia pública sino por la implicación con que cada uno los vive. Para mí es acontecimiento lo que bulle por mi cabeza, y eso no es ilícito, es más bien leal.
Las trabas que nosotros nos ponemos son, a menudo, más fuertes que las que nos ponen los demás. Y con estas palabras busco un impulso para cambiar el chip, para avanzar. No volveré a recrearme en ello, no aquí, éste no es el medio ni el receptor ni el modo. Ni muchas otras cosas.
Esto es sólo la transición, un “coger fuerzas” en la lucha contra la vulnerabilidad. Hay emociones que no controlamos, hay actos que justificamos aunque nadie los comprenda, hay hechos que te cambian, hay “acontecimientos” que te demuestran como todos nos hacemos adultos, y como a la vez, seguimos siendo tan frágiles como los fuimos de niños, y al mismo tiempo, tenemos la misma energía y la misma fuerza que teníamos entonces.
Hay muros que se caen y velos que se descorren, persianas que se levantan, y sí, el viento sigue soplando y cada uno se busca la vida como puede; y con el tiempo, el dolor se calma, y entre los recuerdos primarán los buenos. O a eso nos agarramos, al tiempo, esperándolo como solución a nuestra melancolía y a nuestra tristeza.
No sé como lo haré pero no aquí.
Tengo en duda demasiadas cosas, y sin embargo, hay otras que están más claras que nunca. Puede que ésta no haya sido una despedida de película, que no haya habido justicia ni música, y que ni siquiera estemos seguros de si el final es tan triste como parece, o si quizás contiene un resquicio de felicidad camuflado en que, al fin y al cabo, es auténtico, es puramente sincero.
Olvídate de los escaparates, olvídate de los reproches y de las inseguridades, y sigue adelante, quedémonos con el amor, en todas sus variantes, con la absoluta seguridad de lo que hubo fue real.
Aquí acaban las palabras, no busques más comunicación. Y para ser sincera, estas palabras no tienen más receptor que la propia emisora. ¿Y ahora qué? Ahora sólo queda seguir adelante.
Y no se trata de unos conceptos judeocristianos de bien, de mal, de culpa. Es más simple y más abstracto. Aunque sea más concreto. Si tiendo a la abstracción es porque pienso que detrás de ella me protejo, aunque sé que es absurdo y que nos exponemos continuamente. Aún así, detrás de las palabras me siento mucho más protegida, como un payaso tímido que se esconde detrás de su nariz roja.
No sé si esta entrada de blog es una justificación, lo que sí sé es que no es una obligación. Ni es Periodismo ni es una imposición, sino más bien una necesidad de comunicación, o una vía de paranoias, o de inquietudes, que es lo mismo pero queda mejor.
Pero también sé cuál es el límite y esto no puede ser una carta abierta para comunicarme con quien no puedo ni para hacer más negros los días de lluvia. No vamos a sufrir por sufrir.
Hay veces que entre varios males, uno elige el mal menor, y en consecuencia de ello, el mundo se viene encima y los caminos se hacen todos peligrosos. Pero tampoco hay remedio, si hemos de pedir perdón, lo pedimos; si hemos de dar las gracias, las damos. Pero mejor mirándonos a los ojos, y en privado.
El viernes un poeta contó una estupenda definición del término “acontecimiento”. Ayer se rememoraba la proclamación de la II República, hoy se disputan las portadas Berlusconi y la nueva ministra de Defensa. Pero lo que venía a decir el poeta es que los acontecimientos no se miden por su trascendencia pública sino por la implicación con que cada uno los vive. Para mí es acontecimiento lo que bulle por mi cabeza, y eso no es ilícito, es más bien leal.
Las trabas que nosotros nos ponemos son, a menudo, más fuertes que las que nos ponen los demás. Y con estas palabras busco un impulso para cambiar el chip, para avanzar. No volveré a recrearme en ello, no aquí, éste no es el medio ni el receptor ni el modo. Ni muchas otras cosas.
Esto es sólo la transición, un “coger fuerzas” en la lucha contra la vulnerabilidad. Hay emociones que no controlamos, hay actos que justificamos aunque nadie los comprenda, hay hechos que te cambian, hay “acontecimientos” que te demuestran como todos nos hacemos adultos, y como a la vez, seguimos siendo tan frágiles como los fuimos de niños, y al mismo tiempo, tenemos la misma energía y la misma fuerza que teníamos entonces.
Hay muros que se caen y velos que se descorren, persianas que se levantan, y sí, el viento sigue soplando y cada uno se busca la vida como puede; y con el tiempo, el dolor se calma, y entre los recuerdos primarán los buenos. O a eso nos agarramos, al tiempo, esperándolo como solución a nuestra melancolía y a nuestra tristeza.
No sé como lo haré pero no aquí.
Tengo en duda demasiadas cosas, y sin embargo, hay otras que están más claras que nunca. Puede que ésta no haya sido una despedida de película, que no haya habido justicia ni música, y que ni siquiera estemos seguros de si el final es tan triste como parece, o si quizás contiene un resquicio de felicidad camuflado en que, al fin y al cabo, es auténtico, es puramente sincero.
Olvídate de los escaparates, olvídate de los reproches y de las inseguridades, y sigue adelante, quedémonos con el amor, en todas sus variantes, con la absoluta seguridad de lo que hubo fue real.
Aquí acaban las palabras, no busques más comunicación. Y para ser sincera, estas palabras no tienen más receptor que la propia emisora. ¿Y ahora qué? Ahora sólo queda seguir adelante.
1 comentario:
"vivir no es otra cosa que sobrevivir continuamente". Uf....
Siempre has sido fuerte muy fuerte. Pasito firme sin mirar hacia tras.
Sigue así, dando ejemplo a los indecidos como yo.
Simpre tu amigo. Víctor
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