domingo, 9 de marzo de 2008

Un sapo buscando un charco

Un día en clase, la profe de Historia del Periodismo nos habla de un tal Julio Camba. Le echa tantas ganas que me intriga saber quién es. Encuentro poco de él en Internet a excepción de algún artículo de dicha profe, alguna crítica un tanto despiadada, alguna web más visual que informativa y más de una entrada de blog reclamando una estrella en el firmamento para el periodista gallego que vivió entre 1884 y 1962. Poco más.

Los halagos alaban su ironía, su humor un tanto malicioso, su capacidad de captar de manera brillante en tan sólo veinte líneas lo que otros no consiguen ni en tres o cuatro folios. Sabe manejar el espacio de tal modo que nada sobre ni se eche en falta.

Las críticas lo tachan de “estar de vuelta de todo”, de vago, de desapasionado, de desligado, de simplón.

Para una idealizadora de viajes, lo que más me llama la atención son sus corresponsalías por más de media Europa y por Nueva York. Su carné de prensa impresiona. Habla un montón de idiomas y estamos a principios del siglo XX, sin Erasmus ni políticas bilingües.

Me leo Millones al horno, La ciudad automática, las crónicas desde Italia y algún que otro artículo. Son ciertos los halagos y son ciertas las críticas.

Escribe Camba: “mucho más que por lo publicado, las gentes lo habían admirado siempre por lo suprimido, y mucho más que por lo que decía, por lo que se suponía que había querido decir.” Con él pasa algo así, la ironía llevada al extremo y un humor nada encubierto te llevan a pensar cuánto de crítica, cuánto de pasotismo, cuánto de realidad o cuánto de ficción se esconde en sus palabras. Él era consciente de su versatilidad, por eso hacia constantes guiños a su público y les retaba (sin que sonara a reto) a leer sus artículos cada cual a su modo. Con ello lograba absoluto poder, si cada cual lee con su mirada un texto, cada cual lee lo que quiere leer… se ganaba a unos y se ganaba a otros... Quizá por eso logró ser toda una figura entre sus contemporáneos. Y él lo dejo bien claro: no pueden tomarme “ni completamente en serio ni completamente en broma”.

Pero un análisis con la lupa distorsionada del pasado visto desde el presente es lo que hace que su hueco en la posteridad haya quedado tan reducido, ¿y eso importa? Él decía que no pero quizás arrastró sus dudas. Acabó sus días deambulando por el Palace bajo la sombra de un fracaso: “Viajar es el más terrible de todos los placeres”… Él, él que había sido la más feliz saltimbanqui rana viajera…

¿Hasta qué punto le importó su mundo? y en cualquier caso, ¿es justo que eso distorsione su obra? No es igual comprender a justificar… cierto. A mí me conquistó con un artículo sobre Spaghetti y con otro sobre Publicidad, por poner ejemplos. “Para el hombre que se ha propuesto vivir de prisa, el tiempo no representa, en realidad, absolutamente nada”, escribió hablando de trenes y esa “unión” entre realidades y representaciones también me hicieron rechazarlo. Una de cal y otra de arena. Así es Julio Camba. Desconcierta. Sobre todo porque no sé cuál es la cal y cuál es la arena. Soy demasiado orgullosa como para rendirme a sus pies así que lo negaré tres veces al estilo bíblico, o las que haga falta.

¿Dónde está la implicación? La suya, digo… le preguntan al periodista gallego. Y entonces escribe un artículo sensiblero con niños pobres… y dices, “eso no, eso no”. Pero el escepticismo choca cuando la realidad se sustenta en los sueños, cuando tras aquello de “si viviéramos de realidades estaríamos muertos, sólo los sueños nos mantienen vivos”, te lanzan un cubo de agua fría.

¿Amor-odio? Me da que esto no se acaba aquí.

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