domingo, 13 de diciembre de 2009

Sábado por la noche


Rojo y negro. A cuadros. Y destellos blancos. Fotos de revista de moda. Gris metalizado en las escaleras y en las columnas. Dos plantas de estrépito. Tres centímetros de base de maquillaje, sombras de ojos muy oscuras y labios de color bermellón. Bocas medio abiertas y ojos medio cerrados. Seguir, o eso se supone, un ritmo. Por otro lado, atronador.
Una cola inmensamente larga en la puerta. A 15 euros la entrada. Aunque ni espero cola ni pago, estoy en la lista de un tal Mike, al que ni siquiera conozco.
Chicos con polos de marca y botones abrochados hasta el cuello. Chicos también con camisetas de tirante negra ajustadas y pantalones marcando. Chicas con tacones de aguja, minifaldas, medias de rejilla y collares largos bañados en oro. Collares que brillan cuando las luces los enfocan.
Alguien dice: "lo único malo de este lugar es que, con tan poco luz, cuando te enrollas con uno, luego sales de aquí y descubres que es mucho más feo de lo que parecía".
Yo, que diría Sabina, "como un pato en el Manzanares". Igual debería haber optado por un modelito más apropiado y haber cambiado el vestido azul, los leotardos de colores y las botas planas que llevo por algo más "cool". O, al menos, haberme echado un poco de rímel. Aunque entonces, sí que sería como un "suicida sin vocación", siguiendo con la canción de Sabina.
Una bolas gigantes como de árbol de Navidad en el techo. Y yo pensando que se nos van a caer encima.
La música, un Chun, Chun, que, ojala, me permitiera no musitar. Pero no, la cabeza la he dejado fuera. En esta ciudad perfecta y bella... si viviera en una casa en Lavapiés con gatos y perros como únicos compañeros de piso. Si no tuviera que echar horas en el metro. Si tuviera dinero para ir a ver todas las obras de teatro que anuncia la Guía del ocio y comprar todos los libros de la Cuesta de Moyano y de la Fnac. Si la ciudad no lograse cambiarnos (a mal). Y yo controlase mis cambios de humor.
Pero, al menos, la música imposibilita las conversaciones, que serían aún peores que el ruido. Pienso en la pereza de tener que hacer por cuarta vez, en menos de tres meses, mudanza. Como si cambiar de habitación y piso me reconciliaran con Madrid.
Gogos bailan en una tarima. La gente parece estar mimetizada con el ambiente y yo me pregunto si estarán a gusto. Quizás también ellos piensen que yo me lo estoy pasando bien. Me entran ganas de escribir y de irme de acampada. Y odio la inoportunidad del pensamiento.  
Es sábado por la noche. Y a las cuatro de la madrugada digo que me voy. "¿Ya?", me gritan para que les oiga bajo esa música infernal. El humo en los ojos y la cabeza en las nubes. "Ya, sí", respondo rotunda, y, antes de que nadie reaccione, he huido del lugar. Camino deprisa y sola hacia mi, por poco tiempo ya,  casa. ¡Qué frío hace esta noche!

4 comentarios:

Lucía Pita dijo...

Así que de fiesta en un bar de la calle paralela a la mía, ejem. y yo en casa. ;)

Rosenrod dijo...

Conozco bien esa sensación, no te creas...

Muchos besos!

Lucía Pita dijo...

Pues espero que disfrutes del libro! Ya me contarás. Beso!

Lucía Pita dijo...
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