domingo, 21 de octubre de 2007

Venecia


Ayer...
Recuerdo la primera vez que fui a Salamanca. Me llamó la atención su plaza y un viejo poeta que escribía en ella. Yo era una niña. Me gustan las plazas, y la de hoy es muy diferente. Y yo puede que no sea ya tan niña. Aunque tampoco sé si 22 años es ser mayor. Venecia y su mítico San Marcos. La ciudad mágica rodeada de agua. Y es verdad que es mágica.

Es misteriosa, es irreal, es atípica, es dulce. Además de palomas y turistas, de canales y góndolas, de pizzas y monumentos... Venecia esconde la contrariedad, espacio y tiempo se miden de diferente modo allí. Es serena y caótica. Y es fácil perderse, y también lo es encontrarse. Por eso acabe allí, por ignorancia, por necesidad.

Pero algo en común tienen las plazas. Algo maravilloso es capaz de unir Salamanca o Santiago con Venecia. Algo que está dentro de cada uno. Lo mismo que las une a las enumeraciones. Sol, cielo, estrellas... palomas, maiz, niños... torres, sueños, palacios,miedos, desamores, tristezas, colores... alas, luces... ojos, nariz, boca, pechos... gente... tú, yo, nosotros, ellos, vosotros, él, ella... lejos, cerca, vicino, lontano... pasos...

Me gustan las enumeraciones porque una palabra te lleva a otra, porque sin pretenderlo expresas lo que sientes, porque te dejas llevar y porque al oirlas te guian, porque representan la libertad y porque están abiertas a quien las quiera continuar... Por todo eso, también me gustan las plazas, porque parecen cerradas y sin embargo, son mucho más abiertas que las grandes avenidas...

Plazas y enumeraciones, aviones que pretendes te transporten a otro mundo olvidando que tu mundo, al que querías dejar en las antiguas plazas, lo facturaste contigo en la maleta, y no lograrás deshacerte de él.

Lo mejor está por llegar... y tres meses viviendo en Venecia me hicieron comprender y experimentar la serenidad.

(Junio 2007)

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