Siempre se puede ser más idiota. Eso, seguro. Caer más bajo. Tener menos orgullo. Pero también así se entiende lo ineludible. Y aceptar sí o sí. Hacer comparaciones: todas, como en un muestrario, mochila y colgante incluidos, haciendo el paseillo. Pero vista la verbena, pasó de seguir jugando. Ingenuas todas. Admiradoras eternas, también. Pero no basta. Un soplo y cambiar de vela. Hasta aquí hemos llegado.
No vuelvo a pintar suspiros, aunque siempre sueñe con los cielos anaranjados de ese verano. Y sepa que jamás volveré a verlos desde ninguna otra ventana. No compensan los temblores. Ni aún menos el desprecio, que sigo sin entender. Pasado, pasado es. Eso dicen. Aunque siempre deje huella.
Abandono este desquiciante juego y, esta vez, me voy volando en una bicicleta alada, para perderme por el camino, y nunca más, nunca, volver a desandar el paso.
No vuelvo a pintar suspiros, aunque siempre sueñe con los cielos anaranjados de ese verano. Y sepa que jamás volveré a verlos desde ninguna otra ventana. No compensan los temblores. Ni aún menos el desprecio, que sigo sin entender. Pasado, pasado es. Eso dicen. Aunque siempre deje huella.
Abandono este desquiciante juego y, esta vez, me voy volando en una bicicleta alada, para perderme por el camino, y nunca más, nunca, volver a desandar el paso.
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