domingo, 12 de febrero de 2012

Eso del periodismo frente a esto de la agenda



Esto del periodismo tiene días en los que te emocionas con lo que estás escribiendo, escuchas con ansiedad, te involucras –sin perder de vista que eres el ‘voyeur’ y no la parte implicada-, aprendes, disfrutas... Plasmarlo luego sobre la página es como ir clarificando, demostrar qué has asimilado y que eso eres capaz de compartirlo con el lector.
A mí suele pasarme con temas del área sanitaria. Me encanta escribir sobre sanidad. Al principio me pasaba más con los reportajes. A medida que pasaron los meses, sin embargo, me pasó a gustar más la, digamos, noticia. El caso es que, más allá del género, tiene que ver con otros factores como el tener tiempo para "investigar". Son informaciones en las que ni el agotamiento, ni las horas invertidas, ni los disgustos vencen y entonces es como si tanto durante el periodo de recopilación de información como después con la posterior escritura estuvieses "poseído", en estado de excitación, rumiando y saboreando cada dato, cada palabra que escribes.

Esos son los días profesionalmente felices. Ha habido muchos de esos en Ceuta.

La falta de tiempo y de espacio, la presión, la sensación de estar llenando –vomitando– páginas y cubriendo agenda, lo impuesto… es lo contrario a esos días felices.

El problema es que la precariedad –ahora que estamos en tiempo de convulsas reformas laborales– te deja al descubierto. Cuando el periodismo que escuchas defender en las aceleradas sobremesas tiene poco que ver con el que te encuentras después del café en la sociedad, y eso además es por motivos ajenos a los redactores, te planteas si realmente merece la pena entregarlo todo por algo que, quizás, no exista. Entonces entra el miedo a la inutilidad de los esfuerzos y de las palabras, al tiempo. Pero no sabes explicarlo, o no te atreves. No, no es fácil encontrar palabras para defender ideas encontronadas, utopías.

Cuando llegué a Ceuta me dijeron que mirase bien a mi alrededor porque todo aquello que estaba viendo por primera vez pronto me sería demasiado familiar como para sorprenderme.

Hago miles de balanzas, le doy vueltas, pero los resultados siempre son confusos. Al final el miedo no viene de la mano de la crisis; el futuro incierto sólo me preocupa relativamente; el temor es más a la pérdida emocional, a la traición. Eso es el que me paraliza y me distrae, lo que no sé explicar, el miedo a la añoranza y a los sueños.

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