miércoles, 14 de septiembre de 2011

Como la Sirenita


La primera clase de aquafitness, esta mañana, no hacía otra cosa que anunciar un día acuático. “Como la Sirenita, o como el astronauta que pisó la luna, sin brusquedad, suave”, me indicaba Erika mientras, cogiéndome de la mano, me hacía sumergirme en el mar. Al fin el prometido bautismo de buceo en el Diving Center, a escasos días de que el verano toque a su fin. 
   El miedo, metido en el cuerpo por mi madre y por Cristina, y reforzado por el trágico ahogamiento de dos hombres hace pocos días, se disiparon con el tono cantarín de la argentina Erika, que me proporcionó seguridad. Ya en el mar, como en la radio, los gestos con las manos daban paso a la escena. Como en una película, el mar me abrazaba. 
   Me dolía la mandíbula de apretar tan fuerte el respirador. ¿Y si en mitad del mar se me salía de la boca?, era mi temor. El entaponamiento de oídos se iba pasando si ponía en práctica los ejercicios que me habían explicado: taparte la nariz y respirar.


Apenas tres o cuatro metros de profundidad. Suficientes para mi primer contacto marino. Peces 
pequeñitos y grandes, corales y erizos. Un nada uniforme suelo marino. Increíble. Lo más complicado era controlar el peso, no hundirte tanto que la barriga tocara la tierra, pero tampoco flotar sin lograr descender. Nueve kilos de plomo compitiendo contra un chaleco lleno de aire. Y mi mala coordinación puesta en juego. Dice mi primo, que ha bajado hasta 42 metros, que llegas a tal desconexión de la superficie, que ya no sabes si arriba es arriba o a la derecha... Parte de esa abstracción la he experimentado hoy.

De vuelta a casa y para finalizar un entretenido y apasionante día de descanso -lo empecé con una ácida y maravillosa película, Los limoneros-, he terminado el libro que estaba leyendo –de periodistas metidas a detectives– y que he devorado de manera apasionada en unos días, pero esa es otra historia. De momento, mañana (en unas horas realmente) habrá que volver a la redacción.

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