Juan Muñoz y el miedo
Imagina que subes por una escalera, o que bajas por ella. En esta ocasión, subir o bajar es indiferente. La escalera es estrecha y empinada, la sensación es de vértigo.
Entonces, instintivamente, buscas el apoyo de un pasamanos que te acompañe durante el trance, durante el trayecto de subir o de bajar. Ese pasamanos se convierte en tu aliado, te protege del miedo a la inminente caída.
Imagina que subes por una escalera, o que bajas por ella. En esta ocasión, subir o bajar es indiferente. La escalera es estrecha y empinada, la sensación es de vértigo.
Entonces, instintivamente, buscas el apoyo de un pasamanos que te acompañe durante el trance, durante el trayecto de subir o de bajar. Ese pasamanos se convierte en tu aliado, te protege del miedo a la inminente caída.
Juan Muñoz fue un escultor español contemporáneo del que ahora se exponen sus obras en el Guggenheim de Bilbao. Sobre una pared blanca aparece un pasamanos desnudo. Así, tal cual, sin escaleras a las que acompañar. ¿Representan el miedo o la confianza? ¿El peligro inminente o la seguridad? Un pasamanos como símbolo de nuestro miedo, incluso antes de que el supuesto peligro que tememos se haya manifestado. No hay escaleras: no hay, por lo tanto, peligro. Pero buscamos inquietos el pasamanos como quien busca cura a una enfermedad que aún no existe.
En otra sala de la exposición se muestra otro pasamanos. En esta ocasión, guarda un secreto: Si te refugias en el pasamanos te espera tras él una afilada navaja escondida en uno de sus laterales. Cuando nos invade el miedo antes que el peligro, el propio temor es el que nos provoca el daño, un resultado nefasto con final de batalla sangrante, provocado por un miedo afincado en causas inexistentes. No hay un mayor peligro –y es un peligro enorme– que el propio miedo infundado, que no alerta, sino bloquea.
Juan Muñoz y la espera
Otra de las salas alberga cien muñecos, cien representaciones humanas de características similares con una particularidad común: ninguna de ellas tiene pies, sus tobillos, cual troncos de árboles, se afincan en el suelo. Quisieran andar, correr, pero nunca se moverán de la tierra.
Juan Muñoz y la espera
Otra de las salas alberga cien muñecos, cien representaciones humanas de características similares con una particularidad común: ninguna de ellas tiene pies, sus tobillos, cual troncos de árboles, se afincan en el suelo. Quisieran andar, correr, pero nunca se moverán de la tierra.
Muñecos similares en otra sala, no sólo no tienen pies, además, sus troncos se sujetan sobre enormes pelotas sujetas al suelo. La misma sensación de fijación permanente contra la propia voluntad.
Distinta figura pero el mismo sentido aguarda en los alrededores. El muñeco de un ventrílocuo espera para pronunciar palabra. Una espera vana, no existe el hombre, la mano que guíe, sólo el muñeco sin voz, la espera sin resultados, la espera eterna.
Cuando Juan Muñoz era niño, a veces, al llegar del colegio a casa, su madre había cambiado las habitaciones. Su cuarto íntegro, con sus muebles, su cama, sus cuadros, se hallaban colocados exactamente en la misma posición pero dentro de otra estancia.
Esa incertidumbre de hallar el cuarto igual pero ubicado en otra habitación se hacía cada vez más intensa al no ser capaz de pillar infraganti a su madre haciendo los traslados. Siempre llegó demasiado tarde o demasiado temprano pero nunca en el momento adecuado. Se acostumbró a saber que a la vuelta del cole podía hallar su habitación en cualquier lugar, lo asimiló como algo cotidiano pero le dejó marcado profundamente.
Juan Muñoz hace frente a los miedos y las esperas eternas a través de la descolocación del espacio como provocación, como si fuera un juego intranquilizador.
Miedos y esperas. Ambas sensaciones están demasiado relacionadas. Cuando se sustentan en algo inexistente es cuando son más peligrosas. El miedo y la espera son tan invisibles e intangibles como reales y dañinas.
Esa incertidumbre de hallar el cuarto igual pero ubicado en otra habitación se hacía cada vez más intensa al no ser capaz de pillar infraganti a su madre haciendo los traslados. Siempre llegó demasiado tarde o demasiado temprano pero nunca en el momento adecuado. Se acostumbró a saber que a la vuelta del cole podía hallar su habitación en cualquier lugar, lo asimiló como algo cotidiano pero le dejó marcado profundamente.
Juan Muñoz hace frente a los miedos y las esperas eternas a través de la descolocación del espacio como provocación, como si fuera un juego intranquilizador.
Miedos y esperas. Ambas sensaciones están demasiado relacionadas. Cuando se sustentan en algo inexistente es cuando son más peligrosas. El miedo y la espera son tan invisibles e intangibles como reales y dañinas.
2 comentarios:
Una vez más mis pensamientos aparecen escritos bajo tu puño y letra, tan reales que parece que me los has arrancado de lo más escondido de mi mente... Tan reales y certeros que asustan. Y tan reveladores que me inquietan aún más si cabe. Sigo siendo una miedica.
Esperamos a que vuelvas pronto -¡ya!- a tu blog... y desesperamos mientras esperamos...
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