"Tanto reciclaje y más te valdría reciclarte entera a ti misma", me dicen, y me sueltan después un rapapolvo inmenso, aupado por la sinceridad y la supuesta intrascendencia que otorga traspasar con creces la madrugada. Y me hablan de periodismo y de verdad, de principios e ideales vendidos, de egoísmo, de inercia, del amor y la mentira, de la familia, del engaño, del vacío, de los amigos, de la falsedad, de la maldad que vive no en quien actúa mal sino en quien se sabe malo.
Y sin conocerme, me juzgan y me sentencian, y me critican, y me descolocan en una charla desordenada y distorsionada pero con apuntes de verdad, los que nacen de quien no te debe nada ni te pide nada ni espera nada de ti.
Y todo se inicia con un detalle, con mi primera traición, con mi primera venta no al mejor postor sino al primero, del modo más cómodo. La bronca nace de una anécdota, de un detalle que parece no tener importancia pero que sí la tiene. En resumen la historia fue: Envío al periódico mi primer artículo. Antes de publicarlo, lo editan: cortan, copian y pegan sin concordancia, se comen palabras e introducen acentos erróneos. Cuando yo lo veo impreso, me mosqueo. Sentimientos encontronados: me alegro de publicar, pero me enfado por el modo en que se ha publicado. Al día siguiente, ya en el periódico, me propongo a ir a hablar con el responsable. Voy decidida a pedir explicaciones, a quejarme. Llego frente al jefe. Él me echa flores, felicita mi trabajo. A mí, en ese momento, me puede el ego. Doy las gracias, sonrío y, sin decir nada más, me marcho.
Luego, ante mí misma, me justifico diciéndome que bueno, que no era para tanto, que mejor así, que tampoco va a ir una quejándose al primer traspiés, y más si quiero pedir esa sección, que mucho que han confiado en mí, que he de conformarme con haber publicado... Me repito esas cosas, sin querer darme cuenta de lo que mi silencio está significando: me ha podido el ego, la vanidad, la falta de principios... que me vendo a la primera de cambio.
El periodista ha de ceñirse a la verdad y ni siquiera soy capaz de definir y defender mi verdad. Así ha ocurrido y quien me sermonea lo toma como punto de partida para echar por tierra todas mis creencias, mis acciones, para tirar mis muros, para dejar al descubierto un modo de vida falso, asentado sobre cimientos de humo, lleno de miedo, de irresponsabilidad, de banalidad.
"¿Pero tú eres periodista como si fueses fontanera o lo eres por vocación?", me pregunta. Y a poco que me conozca, sabe qué es para mí el periodismo y sabe que está lanzando los dardos donde más duele. Y si no soy capaz de defender el periodismo, entonces tampoco soy capaz de defenderme a mí misma. Es igual que cuando no soy capaz de mirar a los ojos. Y podré encontrar razones y justificar mi mundo con mil argumentaciones, pero sabiendo también, que si en lugar de palabras utilizase verdades, el resultado sería muy diferente, porque nada existiría, porque no habría respuestas, porque nada entonces sería lo que parece.
"Y cómo vas a informar de cuánto pasa a tu alrededor si ni siquiera eres capaz de salir de tu mundo y ver lo que te rodea", continúa el discurso. Y yo vuelvo a intentar hallar refugio en mi invención y odiar el mundo, odiar con toda mi alma a toda esa gente, a todas esas personas con las que, hace unas horas, por el centro de Madrid, me batía a codazos por un trazo de calle. La misma multitud borrega que define mis pasos, que marca mi modo de vida, que me pone los límites y preceptos que yo, obediente, acepto y sigo.
Y podría esconderme y ponerme corazas y llevar al extremo, aún más, mi ya de por sí patente egoísmo y no tener que justificar nada ni ante mi familia, ni ante mis amigos, ni ante las relaciones que, tanto si las hemos sabido defender como si no, nos importan, ni tampoco ante aquellas muertas y vacías que tenemos con la gran parte de las personas.
Pero entonces, la conversación, más bien, el soliloquio escuchado, me provoca insomnio. Y todo podría cambiarse pero nada cambio. Y me digo que he de buscar el modo de enfrentarme a mis problemas, de saber defender hasta el final mi verdad, de amar (sin recelos, ni dependencias, ni orgullos, ni rencores, ni obsesiones, ni falsos apegos, ni exigencias) a mi familia, a mis amigos, al mundo. Y me repito que he de desprenderme del hermetismo, dejar el vacío que todo lo envuelve y llenarlo, me repito que habrá seguro un modo de recuperar lo perdido o, si no, de seguir adelante asumiendo los errores, y me intento convencer de que sigo creyendo en el periodismo, no en el genérico, sino en el mío, y que existen los valores justos, y que es posible y necesario sincerarse, ser consecuente en pensamiento y obra. Pero me vuelvo a perder, a ahogarme, y tan sólo escribo, escribo, escribo... me muestro en exceso pero de nada sirve, porque no quiero preguntas, quiero respuestas... pero no las encuentro.
2 comentarios:
the answer is in the wind
http://www.youtube.com/watch?v=gRfkGUvdZX8
Publicar un comentario