Aunque ineludible, aunque sabida, la muerte siempre te pilla de imprevisto, te deja ausente, perdido. Y a pesar de ello, la muerte da certezas, la única certeza de la vida.
Sin creer en el destino, sin creer en un Dios, y sin embargo, a expensas de esos hilos, como si desde hace años hubiese intuido el momento del adiós, y lo que él supondría.
Pero el tiempo espera y, a veces, te da la posibilidad de estar preparada, de aprender, de ser consciente y de que, desde ese momento, los bucles de la vida los veas con otros ojos, más apacibles, más serena.
Serenidad, eso te da la muerte, y
paciencia, eso te enseña.
Y nos da miedo el olvido, y tememos que la pena ahogue a la alegría, y temblamos porque nos sentimos indefensos... pero, a veces, bastan una caricia, una llamada, un abrazo, una mirada... pequeños gestos que nos devuelven a la vida, para continuar, para recordar a quienes hemos querido, a quienes querremos más allá de la vida, más allá de la muerte.
Y entonces comprendemos que el camino sigue abierto, que vivir merece la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario