Toda la vida gritando. Los años pasaban al ritmo que pasan los años, con sus doce meses, sus cincuenta y dos semanas. Gritaba no porque no fuese feliz, que sí que lo era, sino porque quería ser libre, y con diez años, con quince luego, no sabía lo que significaba ser libre. Pero me gustaba la palabra LIBERTAD, sonaba a ilusiones, a vuelos sin motor, y yo, volar, era lo que más deseaba.
Quería cumplir la mayoría de edad para volar del hogar, para inventar mi vida, para sino ser, al menos creerme libre. Siempre pedí libertad, autonomía e independencia. No sabía bien qué significaban esos términos pero me sonaban a gloria. Al principio me la suministraban en pequeñas dosis, "es peligrosa tomarla sin control", me prevenían quienes me querían. Con los años cada vez pedía más, alimentaba mis sueños, creía ser dueña de una seguridad irrevocable. Y así fui aprendiendo a andar sola, las alas terminaron de crecerme y las alcé para tocar el cielo, para surcar los mares. Volé más alto cada vez, más lejos del hogar. No era algo sólo físico, la libertad es una sensación, que a veces no puede tocarse pero se siente en nuestro interior, agarrada a nuestras entrañas.
Para que nada me atara, me prometí no unirme a nada. No enamorarme, no encapricharme, no tener amigos demasiado profundos, no sentir demasiado cariño ni demasiado amor. Pero no lo logré... quise y me quisieron. Comprobado que no podía controlar el no sentir me decanté por dejarme envolver por mis sentimientos. Querría pero controlando… yo sería la que tendría el mando. Nada ni nadie lograrían amarrarme a un lugar o a un puerto o a una vida o a una persona. Mis alas nunca dejarían de volar. Era lo que había planeado para mí, y no sabía que el simple hecho de planearlo, ya me estaba amarrando.
Viví y surqué mares y de pronto me encontré perdida. Echaba de menos familia y amigos, sentía la necesidad de sentirme cómplice, de estar a su lado, de sentir sus pieles y sus abrazos. Descubrí la necesidad de que me quisieran, de hallarlos cerca, de sentirme arropada. Y esas emociones me desconcertaron porque chocaban con las ideas que tenía sobre lo que debía sentir.
Y abrí los ojos. Me ensañaron entonces que no éramos nuestras emociones, ni éramos nuestro cuerpo, ni nuestra mente… que éramos mucho más, un conjunto de todo, y que todo se hallaba ante nosotros.
Y que lo mismo era, la misma cosa al fin… amar que ser libre.
5 comentarios:
ya ves... te crees libre, independiente y hasta autosuficiente. Y luego, al final del día, echas de menos el roce de unos pies dando calor a los tuyos...
así es la naturaleza humana ;)
(Italia es preciosa, te encantará la experiencia...)
Precioso texto, sin palabras (aunque suene a topicazo).
Patricia, solo decirte que te admiro por tu valentía y ganas de vivir. Aunque no sepas, has sido una de las personas referentes en los últimos años de mi vida.
VALIENTE!!!.
Besos de un aprendiz.
Buena conclusión. El grado sumo de la libertad debería ser no estar atada a nada ni a nadie. Para los que ya hemos pasado por ahí, llegamos a la conclusión (bueno, al menos yo) de que el secreto es amar en libertad. Y ése es, justamente, el desafío más difícil. Pero claro, un desafío ya coarta tu libertad.
www.lacoctelera.com/blog-magog
Menuda omnipotencia la de quere libre sin amor.
Acabo de recordar la historia de una pulsera que vivía en mi bolso. La compré en un mercado medieval para un amigo italiano pero acabó olvidada en una caja. Un día la encontré y la metí en el bolso pensando en regalársela por su cumpleaños a un chico muy especial que, justo ese día, empezó a pasar de mí.
Y al final decidí que la pulsera era demasiado bonita para quedarse olvidada y ahora se viste en el cuerpo de mi amigo Paco.
... mi historia de los regalos...
La libertad no es algo físico, la libertad la lleva dentro quien la pone en práctica. El independiente (que no pasota), el que no le gusta atarse demasiado a las cosas... Lo físico, los kilómetros, sólo ayuda.
Muy interesante tu blog. Un saludo
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