Redacción EL PUEBLO |
Un ‘autobús’, que en verdad es un coche, que parte a las dos de la tarde destino Castillejos (el primer pueblo pasada la frontera marroquí). Descubrir que el pescado está fresco si tiene las agallas coloradas y que, cual Moises con las aguas del mar Rojo, las colas para pasar la frontera pueden abrirse en dos para dejar pasar a quien sepa tocar los hilos y dar la ristra adecuada de besos.
La herencia árabe, que no ceso de asimilarla y que se palpa en la cotidianidad, es una de las grandes riquezas que te ofrece Ceuta. También los pellizcos que, de vez en cuando, le das a las culturas hindú y judía. Se lo repito a todo el que me pregunta qué tal en Ceuta. Periodísticamente es una ciudad maravillosa que te ofrece un amplio abanico de posibilidades. No puedo imaginar mejor ciudad española para curtirte, para descubrir si realmente vales o no para el periodismo, para aprender y asumir esta profesión.
También hay días de periodismo de declaraciones y de retoque de notas de prensa –uno de los males, en mi opinión, del periodismo local es la casi obligación de querer meterlo todo, lo que te aleja de poder dedicar a otros temas el espacio y el tiempo que te hubiese gustado–, pero a menudo te encuentras con historias que te hierven en la piel, las que le dan sentido a este oficio.
Ya he pasado la frontera del parto, los nueve meses en Ceuta. Septiembre fue un mes difícil, en el que andaba envuelta en dudas que no podía compartir. Ahora, más serena, les digo a mis amigos que si quieren conocer los encantos de Ceuta tienen por delante aún un montón de meses para venir a visitarme. Mi casa, por supuesto, es de ellos.
Cuando llevaba sólo unos días aquí, me dijo mi jefa que una de las cosas buenas que teníamos los nuevos, aunque nos duraría poco, era que cosas que por cotidianas ya pasaban desapercibidas para ellos, a nosotros nos llamaban la atención. Aún siguen sorprendiéndome infinidad de cosas en esta ciudad y mientras así sea, me quedaré aquí.
En Ceuta estoy aprendiendo a entender lo que pasa delante de mí campo de visión. Cuando llegué me desquiciaba comprobar que en casi todo lo que veía, aunque pudiese captar que algo escondía, se me escapaba el qué. Aún se me esfuman infinidad de detalles, pero voy mejorando en ese sentido.
De las áreas que llevo, Sanidad es la que, con diferencia, me gusta más. Me gusta porque, más allá de enfrentamientos políticos entre la Gerencia y los sindicatos, te permite tocar temas que están pegados al individuo. A todo el mundo le interesa la salud y demasiadas veces estamos indefensos ante una sanidad demasiado politizada y poco humana. En manos de gestores y envuelta por una economía que se olvida de que se juega con la vida y la muerte, con el todo y el nada.
Herencia de una madre enfermera, siempre me gustaron los temas sanitarios, y cubrir esa información es una de las cosas que más me motiva en Ceuta. Mientras que otras áreas, por más que las llevé, siguen sin apasionarme. Influye que las condiciones no me permitan tener tiempo para profundizar en ellas, pero también que ya de por sí no me parezcan temas estimulantes. Intento, en cualquier caso, encontrarle su gracia... y a veces lo consigo. Otras no.
Luego están los sucesos, uno género casi renegado ya en periódicos de la península y que aquí, nos dan la sal. Y el término lo amplío a todo imprevisto: a aquello que te obliga a salir corriendo hacia cualquier lugar justo 'ahora'. Una llamada que desencadena un operativo. Ese es el momento más emocionante de cualquier jornada.
A los veinte días de llegar a Ceuta tuve mi primer contacto con la inmigración. EL chico, un par de años menor que yo, me clavó su mirada. Era la segunda vez que intentaba entrar a nado a España. El fotógrafo y yo estábamos allí captando para siempre su frustración. Cada tema que he tratado relativo a los inmigrantes del CETI me han hecho reflexionar. Es otra de mis 'mediciones'. El día que cuente historias de inmigrantes como quien copia notas de prensa no tendrá sentido seguir aquí.
En el apartado ‘sucesos’ entran también esos incendios presenciados por toda la redacción, avisos de tiroteo que te llevan en coche a darle tres vueltas a la ciudad buscando una pista, las pocas pero siempre estimulantes visitas al Príncipe, las noticias de desenlace trágico que te hacen quedarte en la redacción hasta altas horas, los accidentes captados al vuelo, las quejas sociales, los rallyes en el coche del periódico para que la noticia no se escape…
Son apuntes laborales, a los que sumo también alguna entrevista gratificante y algún reportaje conmovedor. Sin olvidar una campaña electoral que más de un día me sacó de quicio…
Creo que en estos meses he aprendido a quitar literatura (al menos un poco) y a manejar (en cierto modo) la ansiedad. No controlo aún, sin embargo, los enfados a destiempo, ni esa vanidad que a veces me desdobla, ni mi constante inseguridad.
El dolor de barriga y la risa nerviosa que me asaltan cuando no quedo satisfecha con una información o cuando no he estado a la altura es otro de los parámetros medidores: si no te agobias con un mal resultado es porque has entrado en una actitud 'pasota' de la que hay que huir. De momento, sigue habiendo un montón de cosas que me quitan el sueño, y eso está bien.
Mi mesa de trabajo. |
Todo esto no quita para que Ceuta me continúe pareciendo una ciudad en la que vivir se hace un poco más cuesta arriba que cualquier otra ciudad. La comodidad, el carácter afable y cariñoso de su gente, el clima, la cercanía… son ventajas que suelen, sin embargo, verse disipadas por una concentración odiosa que hace casi imposible salir a la calle sin verte obligado a saludar a la gente o por una agobiante sensación de aislamiento y desamparo. Estás cerca y, al mismo tiempo, tan lejos.
Sin contar con la falta de alicientes de esta ciudad por mucho que tenga mil atractivos. Es fácil de explicar, pongo un ejemplo: hoy libro, me apetece ir al cine –que por cierto, en nueve meses nunca he ido– a ver la película ‘La piel que habito’. A falta de tener cerca a mis amigos –si supieran lo mucho que los echo de menos–, en cualquier otra ciudad me iría sola al cine. En Ceuta, donde a falta de intereses muchos se entretienen a base de cotilleos, me da una horrorosa pereza encontrarme por el camino con conocidos que me vean como un bicho raro. En fin, después decidiré si ir o no al cine…
Y concluyo ya la entrada de esta mañana de relax dominical. Dudo que en 2015, como me decía mi jefe hace unos días, siga aquí... Nunca se sabe, eso es cierto. De momento, y a pesar de los días en gris, la vida en Ceuta me resulta estimulante y no tengo la intención de marcharme. El periodismo, como apuntaban el otro día, no deje de ser una forma de vida; la forma de vida que yo he elegido y que, por ahora, me apasiona.
1 comentario:
He leído algunos de tus escritos y me sorprende la atroz miopía que padeces a la hora de describir la realidad de esa ciudad "española".
En primer lugar te has impregnado, por contaminación o por conveniencia, de esa manía tan extendida en Ceuta y Melilla de ignorar a la población musulmana. ¿Qué sabes tú Ceuta si no conoces los recovecos del Príncipe, de los Rosales o del Albergue y de los miles de "españoles" que malviven para la comodidad de los fiambres vivientes?
Pero, ¿qué se puede esperar de una periodista que tiene como patrón a un traficante de droga?
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