Mi gata Chila me mira como diciéndome: 'Entiendo, cariño, todo eso que me estás contando'. Pero, después, la tía viene y lo único que hace es pegarme un mordisco. Entonces comprendo su respuesta: 'Hija, no melodramatices, déjate de cuentos y échame de comer'. Chila está obsesionada con la comida. Yo, la aprovisiono de alimento y le cuento mis cuentos.
Como a quien se le sube un tendón, a mí a veces se me sube el ego -le explico a Chila- y me vuelvo de lo más vanidosa. Me pillo unos mosqueos tremendos por que tal o cual tema no me lo han dado a mí o por qué aquella historia la va a escribir fulanito en lugar de escribirla yo. Normalmente, como esto del ego suele responder a impulsos irracionales que no puedo justificar, y además yo no soy de montar numeritos, a lo único que me lleva es a, como a un niño chico al que le niegan lo que reclama, pillarme unas llantinas tontas y exageradas, que cuando, con desconsuelo e impotencia, termino de llorar, hacen que me sienta de lo más ridícula.
El ego es mi primer problema; el segundo, la lentitud. Empiezo a creer que los demás se creen que soy lenta queriendo. Entonces yo me acuerdo de las noches con Cristina Durán en ABC o de la de veces que me he quedado la última, allá donde voy. Me retumba la frase esa de que 'bien hecho y tarde' es lo mismo que 'mal hecho y a tiempo'. Así que si con las prisas, encima de tarde, la información queda mal, ya es para 'Apaga y vámonos'.
Pero es que las tardes pasan a una velocidad de vértigo. De las cinco a las seis, el tiempo no existe. Y al final siempre son las siete y media y aún estoy con la primera de mis tres páginas. La ansiedad llega más tarde. Y como empiecen a hablar de editoriales es cómo: 'Oh, Dios, pero cómo escribo tan lenta!!??'
Después están los factores externos, siempre hay algo que nos hace entretenernos. Son las consecuencias de que la redacción sea un poco como el salón de casa. Como una familia en la que siempre hay algún miembro con alguna historia queriendo compartirla con los papis o los hermanos. Pequeñas cotidianidades que nos dan la vida.
Es lo que puede llegar a pasar con un trabajo tan absorbente y en el que echas tantas horas, más aún si tus 'compañeros de oficina' terminan convertidos en la gente en la que confías y con la que compartes tus emociones. Hay quienes piensan que eso puede ser perjudicial para el rendimiento laboral y por ello fomentan una actitud de competitividad y recelos, de mal ambiente en la zona de trabajo. Yo, por el contrario, pienso que el buen clima es una de las grandes ventajas de este trabajo. El sentirte como en casa implica que, a la hora de trabajar, además de tu esfuerzo como profesional y de tu pasión como amante de tu oficio, acabes sumándole el compromiso personal que has adquirido; es decir, te sientes en la obligación de poner todo tu empeño en realizar un buen trabajo, no sólo porque es tu profesión, sino también porque estás implicado emocionalmente. Gracias a ese buen ambiente, defiendes no sólo tu trabajo, sino el de toda tu 'manada'.
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Hoy libro, prueba de ello es que tenga tiempo para estas divagaciones con Chila; después, eso sí, de unas cuantas horitas en la piscina. En diez días, la historia cambiará: me voy de vacaciones.
Ya, es algo habitual para todos los trabajadores; pero para mí tienen un significado especial: son mis primeras vacaciones laborales.
Estaban aquellas del instituto. Tres meses de campamento, playa, botellones y lecturas veraniegas. Después llegó la Universidad y con ella, primero los trabajos de verano, después las prácticas de verano. Primero de julio significaba empezar como becaria en un nuevo diario.
Estaban aquellas del instituto. Tres meses de campamento, playa, botellones y lecturas veraniegas. Después llegó la Universidad y con ella, primero los trabajos de verano, después las prácticas de verano. Primero de julio significaba empezar como becaria en un nuevo diario.
Esta vez, el 1 de julio fue trabajar como un día más. Tengo vacaciones del 15 al 30 de julio. Vacaciones de mujer adulta, de mujer trabajadora.
En Ceuta suelo tener la sensación de que no me da tiempo a asimilar tantas cosas que aprendo; que se me escapan las conclusiones de los pasos que doy, los matices de las historias que tengo el lujo de escuchar en cada noticia, en cada comida compartida, en cada rato, en cada esquina. Pero a veces la fregona se llena de demasiada agua y no seca.
Vine para tres meses, llevo seis y pico, y, de momento, mi intención es quedarme. A veces me sorprendo a mi misma haciendo planes de futuro, como, por ejemplo, ir este invierno a la piscina. Entonces me rallo porque no pensé que me quedaría en Ceuta por mucho tiempo. Imaginé que me agobiaría antes y la verdad es que, por ahora, estoy feliz en esta peculiar ciudad. No sólo eso, deduzco, además, que no querré irme mientras tenga esta sensación de que aun se me escapan demasiadas cosas y de que Ceuta me pone por delante un abanico enorme con miles de cosas que descubrir.
Todo evoluciona, la ansiedad por no encontrar temas pasa a convertirse en ansiedad por no encontrar buenos temas, la lentitud se afianza como un reto pendiente, el horizonte no es más (ni menos) que el cierre de cada día. Y la sensación de soledad y desamparo de los primeros meses ahora se ha convertido en tener a gente al lado que empieza a hacerse un hueco en el corazón. Soy una cursi, aunque tenga fama de poco romántica.
Si tiene razón Chila, menos ralladas y a disfrutar de todo un verano que tenemos por delante.
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