Le plagio el título al periodista Jean Daniel.
Hace un par de años, en segundo de carrera, a mis compañeros les tocó hacer la asignatura de “Redacción Periodística”. Yo ya la había cursado tres años antes en otra Universidad y la tenía convalidada. Sin embargo, ávida de conocimientos, entré en la clase como una alumna más. Me habían hablado de aquel profesor. Como es habitual en esta carrera, era profesor asociado, es decir, ejercía el Periodismo al margen de la docencia, éste era el redactor-jefe del periódico local de la ciudad.
Tenía probablemente menos años de los que aparentaba, muchos de ellos de profesión, ejercía más de político que de periodista, y se presentó con sus artículos y sus consejos rimbombantes bajo el brazo. Comenzó la primera clase echando pestes sobre el Periodismo, desaconsejando ejercerla y sermoneando sobre las ventajas de cambiar de carrera “ahora que aún estáis a tiempo”.
No me resultó extraño pues ya llevaba más de una charla aguantada sobre la inutilidad y la falsedad de esta adorada y –no lo dudo– idealizada profesión por la que opté desde muy niña. Sin embargo, que no me resultase extraño no significa que no me resultasen inapropiadas y ofensivas sus reflexiones sentenciadoras en tal contexto.
Después de dar clases de Periodismo en tres Universidades diferentes he conocido a profesores y profesoras que le echan un rapapolvo a la profesión para después confesar su amor hacia ella, esa crítica constructiva es siempre aconsejable. Pero otros, como fue el caso, son periodistas-docentes resentidos que lanzan contra sus ilusos estudiantes las víboras y cuervos de la profesión que, seguro, también ellos amaron algún día, y por la que, como amantes despechados, se sienten traicionados.
Puedo aceptar que amigos y familiares vean con malos ojos esta vocación comunicacional, que los barómetros del CIS continúen situando esta profesión entre las peor valoradas, y que del mito, curtido de literatura y cine, poco quede. Pero no puedo aceptar (aunque en el fondo, quizás, sí comprender) que los que se presupone deben enseñarte la profesión quieran desmotivar a sus alumnos sin ninguna intención positiva ni reivindicativa.
He aprendido a aprender, valga la redundancia, sólo lo que me interesa, o mejor dicho, a no hacer excesivo caso de lo que no me interesa. No sé si eso será bueno o malo.
De aquel profesor aprendí que ir de “súper redactor-jefe” no significa ser un buen periodista, y que ejercer el Periodismo no es lo mismo que amarlo. Dándole otra oportunidad, acudí a una segunda, y creo recordar que a una tercera, clase con él. Pero lo que empezó mal, continuó peor, y después de algunas horas de prepotencias, machismo y vanidades no resueltas, no volví a aquella clase, alegrándome de haber tenido un buen profesor la primera vez que cursé esa asignatura. Ya satisfaría mis ganas de aprendizaje de otro modo y con otros referentes.
Ahora que empieza un nuevo cuatrimestre, analizamos expectantes a los nuevos profesores, prediciendo con primeras impresiones y con anotaciones en los márgenes, cuatro próximos meses de duelo y aburrimiento ineludibles o, por el contrario, de interés y aprendizaje.
Si al que entra, aunque lo niegue, se le escapa un silbido enamorado, se le sonroja la voz o le brillan los ojos, yo le doy un primer voto de confianza, aunque a veces, terminado el cuatrimestre, al guardar los folios relea esas impresiones comprobando que no coincidieron.
Pero si el que entra, comienza su clase rugiendo odios, refunfuñando o alguna que otra peripecia similar, yo me acuerdo de aquel profesor de segundo y desconecto. Entonces, me agarro a algunas frases de soñadores y me centro en recordar que a pesar de lo horrible que pinten (o que incluso sea) este Periodismo, yo lo amo por encima de todo, y es que, como en los buenos amores, después de las tempestades, siempre llegan pasionales reconciliaciones.
1 comentario:
El año pasado cursé esa asignatura. Y también me tocó profesor pesimista que trabajaba en Europa-Press y se creia el mismísimo Dios, por encima de todos nosotros.
Y no es el único profesor que te intenta desilusionar y paga contigo sus frustraciones, como si tú tuvieses la culpa de que cobra un sueldo de mierda o de que trabaje más horas de las que le gustaría.
Por lo menos el de redacción periodísica, dentro de su amargura crónica, hacía chistes malos que nadie reía (porque eran realmente malos) y, de modo un tanto bestia, sacaba fallos en cualquier noticia que redactaras.
Era "poco soportable" su clase, porque además de hablar muy despacio, pronunciaba la R. Un día una amiga de 3º me dijo: el año pasado yo no fui a clase y me puso un 6, como a casi todo el mundo. Entonces empecé a pasar un poco de ir a sus clases... y tuve un 6.
Los profesores de periodismo son un tanto rarillos
(a ver si tú o yo no acabamos ejerciendo de docentes)
por cierto... estudio en la univ. de valladolid, aunque ahora estoy en Italia, pero el segundo ciclo creo que me voy a ir a Madrid. Quiero ir a la Complutense, pero solicitaré matrícula también en la Rey don Juan Carlos por si no me cogen, porque me han dicho que está difícil.
¿Tú dónde estudiaste? Cuéntame!
Un besote... me encantan tus historias.
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