Que se lo digan a A., que encontró a su gran amor en Roma; o a V., que no se enamoró de uno sino de todos los italianos que le enseñaban las playas de Salerno. O a A. y a L. con las que compartí mis primeras croquetas peruginas pero también mis más secretas confesiones. Que le pregunten a S., otra de las que se quedó prendada de un italiano, F., que nos cocinó las mejores pastas, mientras su prima, los mejores risotti. Aunque de V. me quedo con los helados compartidos. O, por supuesto, a C. Qué decir.
Son iniciales de algunos de los nombres a los que me sabe Italia. En este caso, la segunda parte de mi Italia. Debe ser extraño vivir en ese país, aunque sólo sean unos meses, y no quedarse prendado y atrapado. Por eso uno deja algo de sí mismo enredado entre las personas con las que compartió experiencias, con la esperanza de poder volver a recuperar sus piezas algún día.
Viví tres meses en Venecia y, dos años después, nueve en Perugia. Doce en total, que no voy a ponerme ahora a relatar porque para eso sólo hay que dar marcha atrás en este mismo blog o en tantas otras páginas que dejé desperdigadas en aquel momento. Sólo puedo decir que el tiempo allí lo aproveché, que fueron muchas horas recorriendo en 'Trenitalia' el país de arriba a abajo. Muchas experiencias adheridas a la piel y que nos une en eterna complicidad a los que las compartimos en aquellos momentos. Abundante comida y emocionantes descubrimientos.
Si todo esto me viene a la mente ahora es porque ayer me enteré -con un poco de retraso, cierto es- de que Miguel Mora deja su corresponsalía en Roma para marcharse a París. Mi Italia también sabe a los artículos leídos con devoción y envidia -¿qué periodista no envidia su puesto de corresponsal en la ciudad eterna?-, antes, durante y después de aquellos meses italianos. Su despedida, en el blog de El País, me puso los pelos de punta.
Ahora, en su nueva aventura, en la Francia en la que ya está inmerso, sólo puedo decirle: 'In boca al lupo'.
Y sé, sin conocerlo, lo que Miguel Mora me respondería...
"Señoras, señores, se acabó lo que se daba. Il Capo ha decidido que hay que irse a París, y allá que vamos, y a toda lait que la cosa está que arde. Sarkó, Carlà, el nasciturus, sus biberones, DSK recién resucitado de sus (evanescentes) acusaciones, calentones y fluidos, y si hay suerte la victoria de Madame Le Pen y la hecatombe del euro... No parece mal plan de curro, aunque he de reconocerlo: la despedida es durísima. Duele mucho dejar Roma, Italia, e incluso Vaticalia. Y no quiero ni contarles el sofocón que llevan mis pobres hijas desde que se enteraron de la noticia. Vaya usted y explíqueles ahora que eso que les dicen los trasteverinos de mio unico e grande amore es solo retórica. Sí ja."
Lee aquí la despedida completa de Miguel Mora.
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