Subió el telón. Nos colocábamos esas camisetas blancas en
las que ponía ‘Día Mundial del teatro’ y jugábamos a ser otros. El teatro
era amistad, las primeras. El taquillero hacía la vista gorda y nosotros,
valientes e invencibles, nos creíamos que éramos muy astutos y que estábamos colándonos en las
funciones para cuyas entradas no alcanzaban nuestras pagas de adolescentes.
Mientras el
telón permanecía subido, el mundo se paraba. El corazón se nos salía del pecho
y reíamos y llorábamos como si nada más fuera de aquel 'Gran Teatro' importase.
Después, excitados, prolongábamos nuestra salida de aquel edificio que en pleno
centro de Huelva, nos atraía por su olor. A la salida, esperábamos a los actores -nuestras primeras y nada improvisadas entrevistas- y los atosigábamos diciéndoles que también nosotros hacíamos teatro.
Y era
cierto, tardes de ensayos en el 'Lazareto', de duendes y de confesiones que nos hacían cultivar
una pasión pero al mismo tiempo engendrar una amistad a tres bandas que supimos
inquebrantable con el tiempo. La vida sorprende, los amigos son muy pocos, algunos
se hacen personas con alma a la par que tú, otros aparecen en un momento inesperado
como un regalo, el mejor regalo de la
vida. A veces te decepcionan, y como canta Sabina, muerta la amistad, sabe
igual que el fracaso. Hay traiciones y lamentos, pero también hay personas que
miras a los ojos y sabes que estarán a tu lado para siempre, dándole sentido a
la palabra amistad.
Porque los amigos, los de verdad, te dan esa fuerza, la
misma fuerza con la que nos comíamos el mundo cuando el telón bajaba y salíamos
renovados y resucitados de esas obras de teatro que marcaron nuestra
adolescencia. Y también -la vida continúa- los primeros años de juventud. Aquel 'Decíamos ayer', los encuentros, 'Las manzanas del viernes' con diálogos que aprendíamos de memoria, y hasta, años más tarde, la ESAD. El teatro como banda sonora de una vida en la que por aquellas (mucho más que ahora) tenía muy claras mis metas y mis pasiones, mi alma de periodista enamorada del teatro.
Por todo aquello, cuando llega el 27 de marzo, me acuerdo de esos
juegos compartidos, de aquel 'Gran Teatro', de aquella eterna Maricastañas... y me alegro de estar
rodeada de cómplices, desde aquella adolescencia un poco caótica y muy
diferente a la de otra gente de mi edad, una adolescencia de libros cuyos
protagonistas se levantaban del papel y
se hacían vida. Porque el teatro, como la vida, como la amistad, necesita pasión y sinceridad.
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