viernes, 28 de febrero de 2014

Andalucía desde la distancia




¿Era Alberti quien preguntaba qué cantan los poetas andaluces?... 
Alberti, Lorca, Juan Ramón... Mi favorito, Cernuda. La poesía, la de aquellos primeros encuentros de la infancia, es andaluza y sabe a colegio, a versos de Machado recitados por Mari Carmen, la maestra; a actividades escolares... A aquellas mañanas de cada 27 de febrero (porque el 28 era fiesta) en las que tocábamos el himno con la flauta (odiaba tocar la flauta), en el patio del colegio, a aquellos mapas que hacíamos con flores blancas y verdes... 

Pero de aquello hace ya muchos años, y muchos años hace también que el día de Andalucía no me pilla en casa. Yo no soy muy patriótica, en ninguno de sus sentidos, ni tengo excesivo amor a las banderas, pero mientras nunca he tenido claro si soy más gaditana que choquera (o más de Huelva que de Cádiz), siempre me he sentido, aún en la distancia, muy cerca de Andalucía. 
Sé que también se sienten así muchos de mis amigos, aunque ahora estén en Alemania, en Inglaterra, en Portugal, en Bolivia, en Barcelona... o como es mi caso, en Madrid. Esta crisis, o estas realidades, que nos disgregan por el mundo... Y yo, que tengo alma viajera, reconozco también que muchas veces no es ese alma errante la que me aleja de Andalucía, sino que es más sencillo: en nuestra tierra no hay trabajo. Ya nos gustaría estar más cerca... 
En pocos sitios hay trabajo, pero allí menos. Por eso, tenemos que conformarnos -¿Conformarnos?- con que el 28 de febrero no sea festivo, con recordar y amar la tierra desde la distancia... 


Feliz día de Andalucía

miércoles, 19 de febrero de 2014

Silencio, por favor, y que empiece la función


Siempre que escucho toser en el teatro, o que a mí misma me entra tos, además de pasarlo fatal me acuerdo de Amparo Larrañaga, que en una entrevista decía algo así como que sentía y escuchaba todo lo que pasaba en el escenario y lo pasaba mal, y que por eso ella nunca iba al teatro cuando tenía siquiera un poco de tos. 

Teatro Infanta Isabel
Quizá no hace falta llegar a tales extremos, pero lo que sí es cierto es que el teatro requiere de una concentración y una entrega especial, no solo para los actores -por motivos obvios-, sino también para el público. 

Hace unos días, José Carlos Plaza y su equipo de Hécuba hablaban en un encuentro con el público de que el tiempo que dura una función de teatro saca al actor y al espectador del mundo real (con sus problemas y sus giros) y lo lleva a un espacio compartido. Se trata de eso, de abstraerse y emocionarse con una mentira que si los actores son buenos se convierte en la mayor de las verdades. 

El teatro es un momento único, es el grado máximo de compartir, son los actores y el público sumados al mismo aliento, unidos en la misma respiración, viviendo juntos un tiempo y una emoción que no volverá a sucederse. Por ello exige de esa entrega, de ese respeto, de esa concentración. 

Exigimos a los actores que están sobre el escenario que se den con su energía máxima, pero como público no sólo debemos responder al final con un aplauso que salga del corazón, sino que a lo largo de toda la función debemos entregarnos a ellos, dejarnos hacer, dejarnos cautivar. De este modo el teatro se convierte en la máxima y más bella comunión posible.

(Esta entrada de blog se la dedico a la pareja de los asientos 5 y 7, de la fila 7 del Patio de Butacas del Teatro Infanta Isabel, que hoy han acudido a ver la obra El cojo de Inishmaan. Decirles que aunque ellos no lo sepan, no es suficiente con silenciar los móviles; la constante vibración y los mensajes de whatsapp enviados durante toda la función también molestan y se oyen; decirles que los programas de mano y la revista de 'Smedia' es para leerla fuera de la función, no para arrugarla, doblarla, jugar con ella y hacer ruido incluso hasta soplándola como si se creyeran que son velas. Porque quizá era eso, que se pensaban que estaban en un cumpleaños y de ahí sus conversaciones en el mismo tono que si estuvieran en el bar. Le dedico la entrada a ellos y deseo no volvérmelos a cruzar en un teatro)       

lunes, 10 de febrero de 2014

Ese (despreciado) cine español

Durante muchos años, Sobreviviré fue mi película favorita
No es cosa de ahora. Siempre preferí ver una película española que una americana. Quizá por eso tengo grandes lagunas en el cine mundial (intento remediarlo piano piano), pero me he visto buena parte de la filmografía española desde décadas anteriores a mi nacimiento hasta los últimos premios Goya. Es cierto, siempre he tenido cierta debilidad por el cine patrio, por la ficción hecha en casa.

Durante años he tenido que escuchar las manidas frases de desprecio hacia el cine español, esa incansable retahíla de insultos hacia equipos artísticos y técnicos sin analizar el producto; críticas vacías, simplemente por el hecho de ser cine español. Porque lo mejor de todo es que esos que echaban sapos y culebras sobre el cine nacional no se habían acercado a ver una película española al cine. Frases que llevo escuchando desde aquellos años en los que me recuerdo viendo encantada Belle Époque hasta hace unos días, cuando después de ver 15 años y un día, la amiga con la que la había visto me dice que, como a mí, le ha gustado mucho la película, pero que claro, no había ido antes porque puestos a pagar por ir al cine, no va a pagar por una película española...

¿No va a pagar por una peli española? Tantos años y no hemos evolucionado. ¿Por qué? Obviamente el cine español hace malas películas. ¿Acaso no hacen malas películas los americanos? Pero también hacen películas exquisitas, sublimes, maravillosas. Tenemos menos medios, pero grandes dosis de imaginación y esfuerzo y entusiasmo y valentía... y actores y actrices fabulosos, y guionistas y directores y directores de foto y de arte, y técnicos y artistas grandes, muy grandes... aunque no se les valore. 

Porque el problema del cine español no es el cine español, es que no se le quiere, es que la política lo maltrata y el público lo desprecia. Pero si eso me ha llamado la atención desde hace años, cada vez que he salido a defender el cine que a mí me gusta, aún más me sorprende ahora... Ahora que por diversos motivos me veo a menudo rodeada de gente vinculada al cine. Gente que estudia para ser dire de foto, para producir cine español, para ser actores y actrices... y que pese a ello reniegan como el que más del cine que desean que les de de comer. No solo los alumnos, sino incluso los profesores, los que te mandan hacer un trabajo sobre un director de cine, pero no te aceptan la propuesta de hacerlo sobre Gracia Querejeta y te obligan a que lo hagas sobre cualquier otro... que no hable español. Un odio al cine español desde dentro, que como en las mejores familias, es el que más daño hace.