“No tienen que dar noticias,
sino educar a las masas”, dicen que les repetía Lenin a los periodistas durante
la Primera Guerra Mundial. Ya lo decía Pio Baroja: “A
una colectividad se le engaña siempre mejor que a un individuo”. La
sociedad de masas neoyorquina de los felices años 20 marcó a una sociedad
europea de principios de siglo que, recién salida de la primera Gran Guerra, se
dejaba arrastrar por grandes ideas de uno y otro bando, siendo testigo de las mayores políticas totalitarias de la
historia. En ese contexto alcanzó su madurez la propaganda política.
El término 'Propaganda' nació en la Edad Media, cuando la Iglesia se dedicó a propagar la fe y a vender
salvoconductos para el cielo, pero sería con las guerras contemporáneas
cuando la propaganda y el periodismo beberían de una única fuente: la
política. Muchos periodistas procedían del Poder en un clima en el que la
mayoría de los países europeos arrastraba censuras. Hasta las oleadas revolucionarias de 1848, el
Gobierno pretendía mantener la imagen de aparente libertad informativa y los
panfletos, octavillas y otros fugaces impresos se repartían entre la
muchedumbre. A finales de siglo, algunas guerras (Crimea, Secesión, Franco alemana) habían
estado ya en la mira de la prensa; la Guerra
de Cuba fue el principal hecho mediático de la época (destacando el Hundimiento del Maine) y la Primera Guerra Mundial tuvo una amplia cobertura mediática. “Cuando empieza una
guerra, la primera víctima es la verdad” aseguraría el primer ministro
Winston Churchill, y la verdad se sacrificaría en respuesta a subir el ánimo
de combatientes, lograr aliados o ahuyentar al enemigo. Así daría la
propaganda sus primeros pasos.
La Revolución Bolchevique del 17 no apaciguaría ánimos
sino que los impulsaría. Adolf Hitler, Benito
Mussolini y Stalin serían, cada uno en base a sus ideas pero con las
mismas formas, líderes carismáticos e históricos que sabrían manejar a
las masas utilizando como arma la propaganda. Mensajes claros, repetitivos,
sin derecho a réplica, contagiosos, con eslóganes, insignias… La propaganda
asumía los aspectos más simbólicos de la Publicidad y de la Psicología
(Teorías como la de la Aguja Hipodérmica, de estímulo-respuesta, en lo que se
llamaría Prop. Científica) que se alzaban como ciencias. Los Estados
Totalitarios se convirtieron en un reflejo evolucionado de las monarquías
absolutas de los siglos precedentes; el control de la información, en
una prioridad.
Musolini monopolizó la información con el periódico Il
Popolo d´Italia y la Agencia
Stefani (hasta tal punto que en 1925,
después de los decretos que estableció en los últimos años según los cuales, se
multaban los medios que alteraran el orden público y obligaban al registro en
el Ufficio-Stampa a los directores de periódicos, tan sólo permanecían
abiertos, tres periódicos no fascistas: Il Mondo, La Stampa e
Il Corriere della Sera). Los
mismos propósitos albergaba Hitler, (En el 34 aprobaría la Ley de
Redactores para establecer que sólo podían ser periodistas los pertenecientes
al ideal de su raza aria) con la ventaja de contar con Hugenberg, el cual construyó un imperio mediático en torno al
líder, que incluía desde cabeceras de periódicos hasta la productora de cine UFA.
La Agencia DNB fue sometida al control estatal. Al igual que en la URSS la Agencia TASS y los
periódicos Iskra y Pravda, herencias de Lenin, que
aguantarían hasta la caída del muro de Berlín en el 89.
La figura
del periodista en los Estados Totalitarios no se dejaba al azar, en un Congreso
celebrado en Venecia en el 39, se recogía que la función del periodista
consistía, desde ese momento, en colaborar con el Estado para construir la
imagen de esta nueva Italia, y añadía que el periodista era “el vínculo cotidiano entre el Régimen y la
masa (…). En los países democráticos el periodista es un profesional de la
pluma, para nosotros es el portador de una fe, el soldado de un ideal”.
Los periodistas se
dedicaban a transmitir las ideas del régimen, pero no sólo los periodistas, la
propaganda abarcó todos los medios de la época, como se pudo comprobar con el Nacionalsocialismo alemán. Hitler lo
había dejado escrito en su libro Mi lucha
(escrito en la cárcel, en el 24) y contó para ello con el que se convertiría en
el Ministro de Propaganda del III Reich
(1933-45), Goebbels. En el Congreso
de Nuremberg del 34, Goebbels se dirigía a las masas para destacar que en la
Propaganda le hacía falta corazón y no fuerza. De ello dejaron constancia los
documentales rodados por la cineasta Leni
Riefenstahl (El Triunfo de la Voluntad, 1934 y Olympia, 1936). El cine fue considerado un importante modo de
influir sobre las masas, herencia de los Nickelodeons
de la sociedad de masas americana, fue visto como una experiencia colectiva, y por
ello, considerado también como un arma mediática de masas. Riefenstahl dejó
patente la comunión mística entre “un
pueblo, un imperio y un jefe”, a un nivel profesional (incluyó pasarelas y
travelling) que hizo imposible que, años más tarde, los norteamericanos manipularan
la cinta en pro de negativizar el ideario nazi; pero además, el cine de la
época sirvió para no sólo exaltar el ideario nazi, sino también los
sentimientos negativos como el desprecio a los judíos.
También al otro lado ideológico, la izquierda aunó sus fuerzas para hacer arma propagandística a tal
nivel que lograron el Estado Totalitario de mayor duración de la historia, siete
décadas de servidumbres culturales y libertad engañosa entre el Octubre Rojo y,
prácticamente, la era Gorbachov. En un país donde la tercera parte de la
población era analfabeta, los medios de comunicación cumplieron la misión de
divulgar la doctrina del
marxismo-leninismo, trenes cargados de panfletos y carteles con Lenin
retratado, amplias políticas de radiodifusión (se colocaron altavoces en las
plazas), el nuevo cine soviético, manipulación de fotos (Desaparición
de Trostki en las fotos cuando éste fue expulsado del partido)… Se creo en 1920 un Departamento especial de
propaganda y agitación, el OSVAG, se
crearon los Medios de Agitprop.
Stalin, a la muerte de Lenin (1924) reforzó el potencial propagandístico del
régimen soviético, presumía que la nueva Constitución
de 1936 superaba a la de cualquier país del mundo en el reconocimiento de
libertades. (Ya lo dijo Napoleón en la Revolución Francesa (1789): “La mejor política es hacer creer a los
hombres que son libres”)
El país acotó la
entrada de publicaciones extranjeras y se centró en hacer de los intelectuales
voceadores del ideario comunista, muchos lo creyeron y expandieron, los que no,
fueron arrinconados en el silencio y sus escritos “secuestrados” por el KGB. Un experto en desarrollar esta
política de manipulación fue Willi Munzenberg.
La Propaganda logró su cometido,
sólo hace falta mirar un poco hacia atrás para comprender cuánta razón tenía Goebbels cuando decía que lo único que
había que hacer era “conocer las almas,
saber tocar la fibra”, porque así “una
mentira repetida mil veces, se convierte en realidad”.
('Recuperando' unos apuntes de Historia del Periodismo de la facultad, en estos días que están más vigentes que nunca)