jueves, 11 de agosto de 2011

Los humanos que hay detrás de las historias

Pasan la una de la madrugada y debería dormir. Más que nada porque tengo que estar a las siete y media de la mañana en la redacción. 
Supongo que 'rallarme' no soluciona nada. Sé por experiencia que dar vueltas en círculo solo lo hacen los ponis de feria. 

Hoy he entrevistado a un joven inmigrante de Somalia. Llegó a Ceuta cuando yo estaba en la universidad. El verano en que terminé la carrera lo deportaron. Pero se equivocaron de país y se encontró en Nigeria sin conocer a nadie, sin dinero, sin ánimos. Ha tardado dos años en volver a convertirse en un inmigrante ilegal en España. Uno de los más de 700 que aguardan una solución 'atrapados' en Ceuta.
Cada uno de ellos arrastra su drama. Guerras, en su mayoría, que les obligaron a dejarlo todo por sobrevivir. 
Algunos se buscan un trabajo en la ciudad para sostener la espera. Como Youssouf, que trabaja de 'aparcacoches'. Pero más que por dinero, lo hace "por no darle vueltas a la cabeza".

Parece que lo de 'comerse el coco' es universal. Pero qué diferencia entre unas 'neurosis' y otras. Me he pasado un par de días dando vueltas sobre los mismos temas: ansiedades, conflictos internos, roces con compañeros, vocaciones, amistades, vanidades no resueltas, abrazos, dudas constantes... Paranoias varias que no llegan a nada y que ni siquiera me atrevo a relatar y explicar mirando a los ojos. Castillos de naipes que destruye el Levante de estos días. A veces no soy capaz de compartir mis pequeños problemas. Quizás por eso me refugio en este escaparate que yo me hago creer a mí misma que es infranqueable. 

Escribo en un folio mientras mi gata no cesa de morderme. 
A estas horas, varios de los inmigrantes que he entrevistado esta tarde estarán durmiendo al relente. Más allá del color, de la riqueza, del idioma, nos unen las vueltas a la cabeza. Eso es propiedad de cada uno de nosotros, conflictos mentales que, más nimios o más trascendentales, nos provocan insomnio. Nuestro pequeño mundo que para nosotros es enorme. Pero algo nos diferencia, y es que yo tengo algo que no tienen ellos: la posibilidad de elegir.

Hoy he recordado que el periodismo me apasiona porque me permite desayunar con un político ecologista, comer con una pintora artista, merendar con un inmigrante y cenar un cúmulo de ideas renovadas. Me gusta las 'historias humanas', me gusta conocer a los humanos que están detrás de las historias. El periodismo te ofrece la riqueza de darte cuenta de que, en paralelo a tus miserias, hay un mundo enorme al alcance de la mano en el que todos tenemos cabida.

lunes, 8 de agosto de 2011

Si no lo necesitara


Ahora que ya tengo carné de prensa, ahora que ya los textos escritos en periódicos rebosan las cajas de zapatos, ahora que ya sé que no hay nada en el mundo que me guste tanto ni que me haga sentir tan viva como este oficio, puedo dejarlo todo y cambiar de profesión. 

Abandonar el periodismo y dedicarme a algo más banal y más sencillo, sin implicaciones, sin pasión.
Cualquier empleo cotidiano y mecánico que no me acarree contradicciones, que no me provoque dolor de barriga ni nervios ni miedo ni ansias de superación. Que no me haga sentir ni mal ni bien. Un trabajo como el de tantos otros, que no me de problemas ni disgustos, ni me cause llantinas sin explicación. Que no me haga dar vueltas en círculo a su alrededor en mis días libres. 
Al contrario, un oficio que sea tan insípido, tan absurdo, que corte de cuajo la necesidad constante de dedicar a él una amplia parte de mis pensamientos. Un trabajo sin responsabilidades, pero también sin jefes, sin compañeros a los que acabe convirtiendo en amigos, un trabajo que no me permita entablar relaciones, que me dehumanice, que me aísle, que no me haga sentir indefensa, que no me permita encariñarme, que no me haga requerir de palabras ni de abrazos, ni de confesiones a gritos, ni de devociones compartidas; un trabajo con el que no necesite a nadie, que me haga fuerte. 

Si no tuviera tantas ganas, tantas dudas, si no me permitiera enamorar, apasionar, si no todo fuese negro o blanco, si supiera controlar cada uno mis latidos, de mis respiraciones, entonces quizás todo sería más fácil. Más absurdo, más muerto, pero más fácil. 

lunes, 1 de agosto de 2011

Volver de vacaciones, la nube y la feria

¡Allez hop!
¡Titiritero, allez hop!
de feria en feria.
Siempre risueño,
canta sus sueños
y sus miserias.













La abstracción se genera en cuestión de segundos. En Ceuta he aprendido a desconectar. Si sé ausentarme en un fin de semana, con más razón en quince días. Por eso volver a trabajar ha sido como un jarro de agua fría que ha estado ( y está) acompañado de un incesante dolor de cabeza. No echaba de menos trabajar, ni por pasión primeriza. Y eso no debe ser bueno. Lo que sí tenía ganas era de achuchar a algunos, pero en contextos ajenos. En la nube. Tampoco es bueno añorar. Hoy me he visto desde fuera. Era como un rollo de fotos de los antiguos, podía salir y entrar y las acciones evolucionaban pero permitiendo incorporarme en cualquier momento. Suserrealismo preciso y ordenado. Un negro muy claro. Turquezas. Y la mente a una velocidad mucho mayor que mi capacidad de escritura. Claro que eso tampoco es demasiado difícil.

La feria. Escenario en el que he aterrizado. Deambular entre cacharritos, sola en la madrugada, preguntándome a quién preguntar. He cubierto la feria en todos los medios en los que he trabajado. Se repiten, como las frases de un mantra. Pero todas son similares. Es más, empecé a ser prácticas gracias a unas ferias. Lo primero que publiqué en prensa, ferias. Pero esto venía de antes. De una adolescencia veraniega de curranta en las Colombinas. Quizás por eso mis amigos asocien estos festejos a que yo trabaje en ellos. Fui primero niñera de niños feriantes y después parte de ellos, tombolera. Mis primeros ahorros los hice en la feria. Quizá de aquello he heredado tener este alma de titiritero.

Agosto. Nube mental, ferias, ¿Y de qué voy a escribir mañana? Dios proveerá... o, en pleno Ramadán, Alá.  Empieza el estrés. Creo que estas vacaciones he pensado demasiado, pero sólo puedo contar la mitad. Por qué no sé cuánto de todo esto es verdad...