sábado, 27 de febrero de 2010

Leer a su lado, por Elvira Lindo


Leer. Leer sin ganas. Leer por aburrimiento. Leer para no hacer ruido. Leer para dejar que tu padre duerma la siesta. Leer porque no te dejan poner la tele. Leer porque ya nadie quiere contarte un cuento. Leer porque te han castigado sin salir. Leer porque estás en la cama con fiebre. Leer porque estás solo. Leer porque imitas a tus hermanos mayores. Leer porque lo hace tu madre. Leer libros para niños. Leer novelas que no te dejan leer. Leer hasta que te apagan la luz. Leer sin leer, pensando en otra cosa. Leer en la biblioteca. Leer todos los libros de la biblioteca infantil. Leer porque tu hermana lee en la cama de al lado. Leer libros de Tintín en casa de tu abuelo. Reir porque tu tía llora con una novela. Llorar porque te da pena el abominable hombre de las nieves. Leer y leer y leer cinco líneas sobre sexo. Leerlas y leerlas una vez más. Leer porque quieres estar solo. Leer porque te sientes solo. Leer porque te crees distinto. Leer para encontrar almas gemelas. Leer aquello que aún no has vivido. Leer para llenarte la cabeza de pájaros. Leer para presumir. Decir que has leído un libro que no has leído. Resumir libros en literatura que no has leído. Sacar buenas notas en literatura haciendo resúmenes de libros que no has terminado. Leer para imitar lo que que has leído. Leer para fardar. Leer para ligar. Leer para consolarte de un abandono. Leer por falta de planes. Leer por falta de amor. Leer porque se ha ido con otra. Leer para que no digan. Leer mientras esperas. Leer sentado en el wáter. Leer para dormirte. Leer para poder hablar con él. Leer el libro que él te recomendó. Leer para sorprenderle. Leer por puro gusto. Leer por vaguería. Leer porque no te gustan los deportes. Leer porque no tienes un duro. Leer para olvidar. Leer para recordar. Leer para aprender. Leer un coñazo impresionante. Leer un libro que no quieres que se acabe. Leer el libro de un amigo. Leer todos los libros de un hombre que te gusta. Leerle el pensamiento. Leer el libro que él está leyendo. Leer el libro que él querra leer después. Leerle a tu hijo. Leerle hasta que se quede dormido. Leerle hasta que te quedas dormida. Leerle el Tintín que tú leíste. Leerle cuando se muere el Abominable Hombre de las Nieves. Leerle y consolarle luego su llanto inconsolable. Leerle para que aprenda a estar solo. Leerle para volver a vivir la infancia. Leerle por gusto. Ver cómo un hijo lee. Releer. Leer sólo lo que te gusta. Leer sólo aquello que te emocione. Leer por amor. Leer a su lado.


Texto publicado por Elvira Lindo en su web.

domingo, 21 de febrero de 2010

En boca de Pessoa (I)

"... en el triste desaliño de mis emociones confusas..."

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"Para comprender, me destruí. Comprender es olvidarse de amar. Nada conozco nada más al mismo tiempo falso y significativo que aquel dicho de Leonardo da Vinci de que no se puede amar u odiar una cosa sino después de haberla comprendido."

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"Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, sólo como siempre yo he estado; sólo como siempre estaré. Y pienso si mi voz, aparentemente tan poca cosa, no encarna la sustancia de millares de voces, el hambre de decirse de millares de vidas, la paciencia de millones de almas sometidas como la mía al destino cotidiano, al sueño inútil, a la esperanza sin vestigios. En estos momentos mi corazón late más alto por mi conciencia de él." 

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"Y así soy, fútil y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que prolongue y entre hasta la substancia del alma. Todo en mí es la tendencia a ser inmediatamente otra cosa; una impaciencia del alma consigo misma, como un niño inoportuno; un desasosiego siempre creciente y siempre igual." 

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"Todo me interesa y nada me cautiva. Atiendo a todo siempre soñando; fijo los mínimos gestos faciales de aquel con quien hablo, recojo las entonaciones milimétricas de cada palabra proferida; pero, al oírlo, no lo escucho, estoy pensando en otra cosa, y lo que menos retengo de la conversación es la noción de lo que en ella se dijo, por mi parte o por parte de aquel con quien hablé. Así, muchas veces, repito a alguien lo que ya le había repetido, le pregunto de nuevo por aquello a lo que ya me había respondido; pero puedo describir, con cuatro palabras fotográficas, el semblante muscular con el que él me dijo lo que no recuerdo, o la inclinación de oír con los ojos con que recibió la narración que ya no recordaba haberle contado. Soy dos, y ambos mantienen la distancia, hermanos siameses que no están unidos."

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"Un hálito de música o de sueño, algo que haga casi sentir, algo que haga no pensar."

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FERNANDO PESSOA, EL LIBRO DEL DESASOSIEGO 

lunes, 15 de febrero de 2010

Casanova y el final de los carnavales


"No culpéis a quien busca el amor allá donde puede. A veces vive en el murmullo de la carne, no en el volcán del corazón; y vale para una noche, no para una vida. ¿Pero acaso no es amor?"
Con estas palabras conquista Casanova en la noche veneciana... 

Ahora, justo ahora, Casanova y Francesca brindan por la pasión subidos en un globo. A sus pies, a vista de pájaro, la ciudad de los canales se ilumina. El carnaval lo envuelve todo. Fuegos artificiales en el cielo y palabras de amor entre en las nubes. Música, lujuria... y también traición.

Mañana, martes, Venecia celebrará su último día de carnaval. TVE está emitiendo en estos momentos la película sobre el conquistador italiano. Con personajes como éste, normal que los italianos tengan la fama que tienen... claro, que también se le ganan a pulso. 

Lo mejor de la película, el idílico escenario. ¡Qué bonita es Venecia! No hay ningún lugar igual... 
Hace un año, estaba, como una veneciana más, paseando por la ciudad, y aunque la prefiero cuando no son los carnavales (¡¡nunca he visto a tanta gente junta, qué agobio!!), vivir Venecia en carnavales es una experiencia inolvidable... e intransferible... única.

Ahora, Casanova y Francesco se están besando...
Ahhh.... Venecia.  

domingo, 14 de febrero de 2010

El duelo

  


-          Te echo de menos –le dijo él–. No puedes imaginarte cuánto. 

Pero ella ya no estaba allí, quizás porque nunca había estado.

-          No creo en las promesas. No debí creer en las promesas. Nunca, lo juro, volveré a creer en las promesas –añadió él–. Aunque aún siga creyendo en las tuyas.  

Cerró los ojos y deseo estar en cualquier lugar, excepto en aquel que tanto le recordaba a ella. 

-          ¿Cuándo dejaré de acordarme de ti a cada instante? – le preguntó.
-          Si al menos me hubieses dejado despedirme –continuó.  
-          Te odio –dijo en voz alta–. Ojalá pudiese odiarte –dijo en voz baja–. O al menos, olvidarte.
-          Mi error fue quererte demasiado –pensó–, y el tuyo también.
-          Pensé que sería más fácil –lamentó–. Que con el tiempo… Pero pasaron los días, los meses… y no llegó el olvido. Ahora, sin embargo, lo comprendo. No te he olvidado porque, en realidad, nunca quise sacarte de mi vida.

Y fue entonces, al asumirlo, cuando pudo empezar el duelo.

-          No, no quiero olvidarte. No volveré a verte, pero te querré siempre, como te quiero ahora. No, no cambiaría nada de lo que vivimos juntos... Bueno sí, cambiaría el final. 


Después, llegó el silencio.

-          Si pudiera, al menos entenderlo –pensó–. Me traicionaste… ¿o fui yo el que te traicionó a ti? ¿Por qué dejaste de quererme? Intenté, lo juro, comprenderte. Lo malo es que no saber como empezamos le daba magia, pero no saber cómo acabamos, no le da nada. Incertidumbre, desconfianza quizá.
-          Te echo de menos –repitió–, aunque no deba decírtelo, te lo digo. Aunque tú no me escuches.
-          Sí te escucho, aunque no diga nada – dijo ella.

Y él quiso mirarla, pero junto a él no había nadie. 

domingo, 7 de febrero de 2010

Respuesta


Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte,
Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible,
la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.
Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,
yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese.
Criatura también de alegría quisiera que fueras,
criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.

Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas
y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil,
y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,
y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde...
Si ahora yo te dijera
que es tu vida esa roca en que rompe la ola,
la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,
aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha,
aquel niño que azota la mar con su mano inocente...

Si yo te dijera estas cosas, amigo,
¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,
qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?
Y ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,
poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?

Sin palabras, amigo;
tendría que ser sin palabras como tú me entendieses.


Respuesta

José Hierro

sábado, 6 de febrero de 2010

Tomás Eloy Martínez, a tiempo completo




"Desde que tengo memoria he querido contar historias". Esas fueron sus primeras palabras en aquella entrevista. No recordaba haber oído hablar del escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez hasta que, hará un año, dentro del ciclo de entrevistas con Maestros del Periodismo que realizaba El País, leí la que le hacían a él. 
Desde la primera línea, me cautivaron dos cosas: primero, su pasión por el periodismo; segundo, la claridad con la que hablaba. 

Esta semana amanecíamos con la noticia de su muerte, a los 75 años, en Buenos Aires. Juan Cruz, el mismo periodista que realizaba aquella entrevista, escribía su necrológica. En ella, recordaba las palabras que Eloy Martínez usó al hablar de sus dos pasiones: "La literatura si no es desobediencia no es. La literatura, como el periodismo, son centralmente actos de transgresión, maneras de mirar un poco más allá de tus límites, de tus narices."
Ya en aquella entrevista me había gustado el modo con el que encadenaba, y al mismo tiempo distanciaba, a estas dos eternas hermanas peleadas, la literatura y el periodismo. "La ficción es ficción y el periodismo es periodismo, porque corres el riesgo de pervertir ambos géneros", decía.

Eloy Martínez pertenecía a la Fundación Nuevo Periodismo. Allí, en un texto titulado "Los hechos de la vida", proponía doce puntos a los que el periodista no debe faltar. El primero era: "El único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un texto insuficiente o infiel a la propia conciencia, se pierde parte de ese patrimonio, o todo.". La verificación del dato era una de sus obsesiones, quizás herencia de sus inicios como corrector en La gaceta de Tucumán, su ciudad natal. 
Preocupado por el desarrollo de la profesión, se mostró crítico con ella: "Siento que en el periodismo tradicional se trata al lector como si tuviera doce o catorce años; en vez de alzar a los lectores hacia la inteligencia de su medio rebaja su lenguaje. Se trata de masificar el periodismo, y esta es una de las enfermedades de esta época."

En su necrológica, Juan Cruz describía también como el argentino estuvo con el ordenador al lado, preparado para escribir, hasta el último momento. La escritura lo llenó todo. Quizás por eso, una de las frases que escribió cuando enseñaba periodismo le retrató como un reflejo preciso de lo que fue su trabajo y su pasión: "El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa."

viernes, 5 de febrero de 2010

Madrid

Madrid no me gusta.
Lo he intentado, he buscado en sus rincones las cosas que me motivan. La he mirado con los ojos de Corpus Varga, de Umbral, de Barea, de Larra, de Sanchez Ostiz... Pero la ciudad sólo me devuelve la imagen que le dan mis ojos. 
No es que la ciudad sea negra, ni mucho menos gris; más bien, es de unos colores chillones que deslumbran, que incomodan.
Es la ciudad de los sueños inalcanzables, de las vanidades desmesuradas, de las rutinas impredecibles.
Madrid sabe a vómito, y huele a confusión.
Es una ciudad de cristales rotos, de abandono, de traiciones.
Sus precios desorbitados, su irremediable agenda, su desconfianza. Las prisas, constantes y agresivas. 
Es la ciudad de las mentiras, de las falsedades, de la hipocresía.
Ofrece, no lo niego, placeres maravillosos. Tiene una oferta cultural amplísima, pero es inabarcable, y extremadamente cara. Tiene la mejor red de transportes, cierto, pero aún así, es imposible llegar a los destinos sin perder tanto tiempo, sin que las horas pasen vacías. Te da la posibilidad de hallar todo lo que, materialmente, es imposible encontrar en otras ciudades. Y tiene calles y parques preciosos, y unos cielos y un sol y un tiempo agradables. Y sí, he vivido en este sueño sin mar algunos momentos que me han hecho muy feliz. Pero no, no compensa. 
Odio las mañanas abarrotadas de metro. Ni siquiera el placer de las lecturas me las salvan. La gente apegotonada, caminando, corriendo, con la mirada perdida y vacía. Ayer, una mujer lloraba en un intercambiador, y nadie levantó la cabeza al cruzarse con ella, nadie pareció percatarse. Yo, como ellos, me crucé con ella sin apenas mirarla, impulsada por las prisas que no remediarían que, un día más, llegase tarde.
Esa es la imagen que me devuelve Madrid. La de la indiferencia de los unos con los otros, la del desamparo, la de una extrema competencia, la de una silenciosa agonía. 
La diversidad, la multiculturalidad, la amplitud que aparentemente aporta se quedan en palabros vacuos. 
Le gente se vuelve huraña, estrepitosa, irritable. 
Madrid parece que te lo da todo, pero cuando te confías, se muestra como es, arrogante y cruel. 
Madrid te va des-almando poco a poco. Madrid no tiene sentido. 
No consigo que la ciudad que soñé en la adolescencia se plasme en mi madurez. Lo he intentado, pero no, no logro que me guste Madrid.