domingo, 30 de agosto de 2009

De prácticas (VII): Motivación

Cuando escuché las palabras ganas y motivación no me lo podía creer, me parecía volver a una antigua pesadilla, y sin razón. Ya me extrañaba a mí que a estas alturas de verano y prácticas, aún no hubiese tenido una dosis de regañinas y lágrimas. Lo malo es que al mezclarlas con alcohol se salieron de onda y empezaron a hacer un camino propio. Es lo que tiene la madrugada, tan independiente ella. A esas horas de nocturnidad, y sin alevosía, cuando la boca sabe a vodka y las palabras se escuchan entrecortadas por la música a toda pastilla de una discoteca, en ese tiempo ocioso y fugitivo, una no está preparada para luchar con las antiguas, y siempre permanentes, miserias. Por eso no encajé los golpes y perdí el combate, ahogada en mi propia confusión. Pero a la luz del día, con la resaca bañándose en el mar coruñés, tampoco se ven más nítidas las sombras. Entonces se pelean las contradicciones, las subidas y bajadas, el éxtasis y la desilusión, ninguna bien concebida, y sólo quedan preguntas. La nunca hallada respuesta a qué de mi carácter no encaja, a por qué lo que parecen transmitir mi cuerpo y mi actitud no corresponden con lo que realmente pasa dentro de mí. Harta de que además de escribir, me reclamen una dosis de sonrisas que demuestren que realmente soy feliz. Pienso que quizás confundan una aparente seriedad -heredada de mi madre- y una constante melancolía -heredada de mi padre- con esa renombrada felicidad. Y se confunden, no tiene nada que ver. Seria y melancólica como carácter, pero, al mismo tiempo, feliz, alegre, tierna y enamorada de lo que hago. Se puede ser fría y pasional al mismo tiempo, y quien realmente me conoce, lo sabe. Igual que yo lo sé, igual que sé cuando estoy a gusto, y ahora, aunque digan que no lo aparente, lo estoy y mucho. Igual que sólo yo sé qué cosas, y hasta qué punto, realmente me importan. Y el periodismo es una de ellas.

sábado, 29 de agosto de 2009

Una palabra tuya

Agridulce y miserable como la vida.
El pasado, el presente, el futuro y el miedo a ser felices. La sintonía de los malos momentos, y de los buenos. Los revoltijos de pelos y las trenzas largas. Las conquistas casuales, los tesoros encontrados entre la basura. La amistad, el amor, el egoísmo, la arrogancia.
Rosario y Milagros fueron dos amigas de instituto. Pasado el tiempo, son dos mujeres adultas que se encuentran fortuitamente. Buscan huir de un día a día que no es el que soñaron. Pero los sueños no eran otra cosa que zapatitos rojos de charol. Y el brillo se quedó debajo de una capa de polvo, en el tic tac de un reloj sin pilas.

Un viaje hacia los huesos que quedan acumulándose debajo de los cementerios. Un camino hacia el interior que en un momento atrás tuvieron dentro. Diferentes modos de ver la vida, y la risa y la ironía que salvan de los llantos. El humor que nace en los entierros, la gracia que se superpone a la mala leche.

Una palabra tuya es una película que pasó sin pena ni gloria por los cines el verano pasado y que hoy me ha rescatado de una tarde de rumiación vacuna. Es una escena maravillosa entre reproches, basuras y sorpresas.
Una palabra tuya es también un libro, la novela homónima en la que se basa el filme, y que le supuso el premio Biblioteca Breve 2005 a su autora, Elvira Lindo.
Elvira Lindo tiene la capacidad de mostrar con sencillez la complejidad de la vida. Sabe hablar de crudezas sin eufemismos, de relaciones humanas con la dosis esencial de sarcasmo y ternura.
Dos personajes protagonistas: Malena Alteiro como Rosario y Esperanza Pedreño como Milagros.
Dos personajes secundarios, pero imprescindibles: la dosis de realidad que regala Morsa, interpretado por Antonio de la Torre y la dureza y genialidad que entrega la actriz Alfonsa Rosso como la madre de Rosario.
Sencilla. Agridulce y miserable. Sí, como la vida. Y todo resuelto en una sola palabra, en una palabra tuya.

jueves, 27 de agosto de 2009

La noche de las palabras


Una de las ventajas que te ofrece A Coruña es la gran cantidad de rincones marineros y solitarios que tiene. Cerca de la torre de Hércules existen pequeñas calas e inmensas montañas donde la tierra y el mar se dan la mano. Son lugares maravillosos.
Sentada en esas piedras, bañada por el agua, arropada por la torre y con el azul horizonte vigilándome, voy terminándome La noche de las palabras, una novela escrita por el periodista Luís Pousa y vencedora del premio literario Fernando Arenas Quintela 2009.
El relato evoca la ciudad desde la que leo, y al placer de la lectura, le sumo el de recrearme con los mismos paisajes que evoca Miguel Andrade, el protagonista. Pero esto de evocar tiene siempre algo de personal e intransferible. Y por eso, tanto la A Coruña como la Barcelona recreadas, pertenecen tan sólo a Miguel, como a cada uno nos pertenecen en exclusiva, los diarios que nos escribimos.

"Uno coge la estilográfica, un lápiz, lo que sea, y se sienta a descifrar su niñez. Agarro un pedazo de papel, un sobre y un sello y me voy escribiendo estas en las que me explico o me invento con diez años". ¿No es acaso eso, inventarnos a nosotros mismos, lo que hacemos cada día?
Andrade es un pintor coruñés que triunfa en Barcelona, donde reside hace años. Un día decide volver a Galicia en busca de sus raíces. Pero paradójica como es la vida, en lugar de encontrar, pierde. Un accidente de tráfico en ese trayecto, le hace olvidar su pasado. El pintor despierta en un hospital inmerso en una potente amnesia. Comienza entonces la labor de reconstrucción de su propia vida. Para este trabajo, el de entender nuestro presente agarrándonos al pasado, Miguel ya no cuenta con su memoria, tan sólo dispone de las cosas que con él llevaba en el coche: un montón de cajas llenas de cosas absurdas en una carrera inexplicable por el coleccionismo, y un montón de palabras. No son exactamente diarios, sino que Andrade, desde niño, se escribe a sí mismo cartas y se las envía. Esas cartas escritas como si el destinatario fuese su amigo del alma (y que amigo más fiel que uno mismo) suponen el mejor amarre a su pasado.

La noche de las palabras es una novela corta, que se lee rápida y a suspiros, con la brevedad y la contención de pequeños capítulos de apenas dos páginas. La niñez se mezcla con la realidad del ahora, de las canas y el olvido, del alcohol que fija y acorta el tiempo. Pero no es una novela melancólica, ni tampoco dulce. Más bien, posee la violencia y la desfachatez de las tascas, la negrura y la belleza y bohemia de la noche.
Además de los paseos evocados, el autor hace un recorrido por las letras fijadas en la memoria de Andrade, los autores de libros imborrables siempre presentes más allá del silencio. Quizás, también por eso, algo en su lectura me recordó a esas canciones entrañables y golfas de tugurios, de adivinos, de sexo, de alcohol, de poetas, a esos relatos tan mágicos que no les queda otra que ser reales. A esos locos que escriben en servilletas aunque, como Andrade, sea tan sólo para tomarle un pulso al tiempo, para no olvidar ni siquiera desde el mar profundo de una amnesia.

Pensándolo bien, desde este mar gallego (porque es un libro de alguien criado entre mares, ese paso del océano Atlántico al mar Cantábrico y ese baño final por el Mediterráneo, se notan en el libro), tumbada en estas piedras, una termina el libro y comprende el por qué del título. La confusión de la noche, la confusión del olvido, la fugacidad de las palabras y lo eterno de las construcciones, y aún así, la vida siempre presente.
"Negra noche, no me trates así; negra noche, espero tanto de ti...", que diría Sabina. Noche y palabras, excelente mezcla...

lunes, 24 de agosto de 2009

De cumpleaños feliz


- Vete y vuelve cuando tengas 25 años -me decía mi abuela.
Y me fui. Pero cuando vuelvo, ella ya no está. Ni sus tetas me sirven ya de almohada.
Así empieza uno a hacerse mayor, mirando a la muerte. Coincide, además, con el momento en que empiezas a entender que la vida no es fácil, ni justa, ni controlable.
Pero es absurdo, no aprendes con los años, simplemente, te acostumbras a tener los nervios en el estómago.
Cumpliría once años y estaba lejos de casa, pero rodeada de amigos. Me hicieron una fiesta en el campamento de verano. Tres de esas niñas, también estaban hoy cuando he soplado las velas de la tarta.
Después de aquel año, los pasé todos con mi familia. Eso creo recordar. Y cuando cumplí los 18, estaba metida en mi Berlingo, que aún no era mía, haciendo kilómetros de Galicia a Huelva. La misma Galicia donde cumplo hoy un cuarto de siglo.
Los 20 los cumplí lejos de casa. En Tarragona, arropada por siete compañeras de piso casi desconocidas. Y con globos.

25 años. He ganado serenidad y he perdido inocencia. Tengo las mismas contradicciones y los mismos sueños. He ganado ternura pero dejé la confianza en las carreteras.
Mi madre me lo dijo siempre: no confíes en nadie, las cosas importantes se hacen solas. Y es así. Las cosas se hacen solas aunque no estemos solos.
Las familias se rompen, los amigos te traicionan, los secretos se desvelan, y el egoísmo aumenta y te vuelve más huraño.
Al mismo tiempo, salen arcoiris después de los chaparrones, 1.000 kilómetros no son más que un paseo, los buenos momentos vividos sobreviven a las ruinas, aunque sean en forma de relojes de arena, y pedir perdón, decir te quiero o dar un abrazo, de pareja o de grupo, cobra un sentido.
La libertad es lo más importante y siempre me gustó cumplir años.
Quizás por eso en el corcho de mi cuarto se acumulan fotos de mis cumpleaños. Muchas cenas en restaurantes chinos, una mirada captada tecleando un ordenador, una barbacoa en casa con columpio, y el último, con la fugacidad de la complicidad sentada en mis rodillas.

El día de mi cumpleaños, no he podido reprimir la intranquilidad que me producía la incertidumbre de las llamadas. Aunque por otros motivos. Hace un par de años, me llamó la atención el excesivo empeño con que una amiga al final del día de su cumpleaños, hacía recuento de quienes se habían acordado de felicitarla y de que modo lo habían hecho. Me pareció un poco absurdo. Sin embargo, igual aquella amiga no estaba tan desencaminada y siempre te queda alguna duda. Yo tenía un par de dudas de si recibiría o no alguna que otra llamada y de si, en el caso en que la recibiese, me felicitarían de corazón o por compromiso. Luego hay personas que sabía hasta en qué momento me felicitarían o de qué modo, porque hay gente en tu vida que lleva a tu lado casi tantos años como los que cumples. Por otro lado, hay gente que aunque se olviden de felicitarte no te tienen que demostrar nada y sabes que puedes contar con ellas mucho más que con otros que sí te envían un cumplido felicidades. Un año me olvidé de llamar a dos amigas, dos de las que este año me han hecho la tarta y que cumplen al mismo tiempo. Por eso sé que a veces que te feliciten o no, no tiene nada que ver con que te quieran o no. Otras veces, sí.

El día de mi cumpleaños siempre me da pena no estar cerca de mi madre, porque, al fin y al cabo, el momento de mi nacimiento fue cosas de las dos. Además, al contrario que a mi hermano, a mi me encanta todo esto de soplar velas y pedir deseos.

Otro símbolo (ineludible) de que te haces mayor es que el día de tu cumpleaños tienes que ir a trabajar. Un año, mis amigos cenaron sin mí las sardinas de mi cumple porque una noticia lenta casi me obliga a quedarme a dormir en el periódico. Este año, sin embargo, con dos horas de redacción, y mucho morro, el trabajo estaba cumplido.

- No es lo mismo cumplir un cuarto de siglo que tres, a los 75 se sabe ya muy bien que hay que aprovechar cada momento, que, después, el tiempo pasa - Me dicen un par de días antes.

Cumplir años es seguir aprendiendo. Y he tenido la suerte de haber podido soplar las velas rodeada de cuatro amigas a las que quiero mucho, y a las que no les ha importado hacerse kilómetros para venir a celebrar el día a mi lado.

Como aún me quedan muchos años para tener bien asumido lo de aprovechar el momento, a menudo me dejo perder por la tristeza del pasado perdido, por la ignorancia del futuro, por las dudas, por los miedos. Pero poco a poco voy aprendiendo a ser feliz, y a saber que eso es lo más importante. Hay momentos fugaces pero eternos y hay personas que aunque ya no vuelen a tu lado, sabes que en su momento fueron claves, mágicas e imprescindibles para ti, y que en consecuencia, aunque ya, sea física o sea emocionalmente, no estén a tu lado, siempre estarán contigo, con sólo saber lo que significaron. Y hay otras personas que cuando abres los ojos después de pedir el deseo, están no solo emocionalmente, sino también, físicamente enfrente de ti. Y entiendes lo importante que es eso.
La vida va siempre hacia delante. Por eso hay que aprovecharla. Y por eso soy partidaria de los cumpleaños felices.

lunes, 17 de agosto de 2009

Joyas de Hemeroteca

CRIMEN EN NEGREIRA

Un joven muerto de un palo

El domingo de Carnaval ocurrió en Negreira un crimen.

Tuvo éste por origen los celos que sentían dos mozos de diez y ocho y veintiún años, respectivamente, llamados Andrés Ferreiro Calvo y Manuel Quiñoy.

Cortejaban de amores ambos a una misma muchacha, que no se decidía por ninguno de los dos.

El domingo se hallaron Ferreiro y Quiñoy, y después de cambiarse entre ellos algunos insultos y palabras de desafío, terminaron agrediéndose.

Duró muy poco tiempo esta pelea.

Llevaba Manuel Quiñoy un garrote, y levantándolo, lo dejó caer, empleando toda su fuerza, sobre la cabeza de Andrés Ferreiro.

Al recibir éste tan tremendo golpe, cayó al suelo sin sentido, derramando gran cantidad de sangre por herida abierta en la cabeza.

Unas horas después de esto, dejaba de existir el infortunado mozo.

Al agresor lo detuvo la Guardia civil en la madrugada del siguiente día, en las afueras de la mencionada villa.

Fue entregado al juez de instrucción, quien ordenó que ingresase en la Cárcel.

Jueves 6 de febrero de 1913

La Voz de Galicia

“el único periódico de Galicia que publica seis páginas diarias”.

sábado, 15 de agosto de 2009

Ecuador

Ecuador.
1 de julio - 30 de septiembre.

Búsqueda.
Preguntas.
Periódicos. Anhelos. Vocación. Miedo. Deseo.
Mar. Horizonte. Futuro. Libertad.
Verano. Café con hielo, y escarcha. Huida. Instante. Silencio. Falsa indiferencia. Ayer.
Lecturas. Encuentro. Sorpresa.
Arena. Auga.
Nena. Neno. Bimba. Niña.
Empanada. Pulpo. Pan.
Eu, onde, bolboreta, rapaza, lonxa.
Feridas, moitas, miña, hoxe, camiño.
Noche.
Kilómetros.
María Pita. Mariscada.
Esperas. Delegaciones. Helado. Imaginación.
Risas. Confusión.
Gaviotas.
Ternura. Despertador.
Galicia.


Pasos que saben de qué huyen pero no a dónde van.
Portadas de periódicos que tienen vida propia. Voladuras.
Miradas cómplices que ya no son ingenuas.
Alegría eterna que dura un segundo. Lo mismo que las noticias de hoy que envuelven la fruta en el mercado mañana.
Palabras que no te digo por miedo a que no las comprendas.
Sueños que dudan de sí mismos.
Bañarse en la playa, volar en bicicleta y regresar a la fábrica de noticias.
Descubrir lugares, ir a conciertos, hacer el payaso.
Preguntar y escribir.
Convertir el paraguas en compañero del alma, y hasta encontrarle al frío la poesía.
Muertos de última hora. Ronda de máquinas de bebidas.
Asustarse, agobiarse, obsesionarse, mentir y andar camiños.
Inventar realidades.
Cortarse, sangrar, soñar.
Brindar con vino y emborracharse con cervezas de alta graduación.
Mezclar la melancolía con la felicidad.
Analizar y analizarse.

"Polos soños rotos e as ilusións perdidas.
Pola lúa, os lunáticos, a noite, o licor, os boleros.
Polos abrazos que foron a ningunha parte.
Pola vida que continúa, pese a todo..."

Parafrasear.
Descubrir.
15 de agosto. Ecuador.

viernes, 14 de agosto de 2009

De prácticas (VI): De madres enfermeras, hijas periodistas

- Doctor, hay una periodista esperándole.

Y la periodista en cuestión, que era yo, se queda un poco empanada (que para empanadas, las gallegas...) porque a estas alturas aún no asocia que lo de "la periodista" sea por mí... ¿Pero a que suena bien bonito...?

Una noche, el mismo amigo con el que me recorría los festivales de cine a la caza de entrevistas, me acompaña a Urgencias porque me he hecho un corte y me tienen que poner la vacuna del tétano. Serán eso de las dos de la madrugada. Pero no me toca esperar largas colas ni nada de eso, en poco más de media hora, tengo revisado el corte y puesta la vacuna. El motivo de tanta eficiencia es que tengo enchufe en el hospital...
Así que a las tres menos cuarto, mi madre -esto es, la enfermera que me ha puesto la vacuna-, nos manda a casa. En ese momento, mi amigo y yo descubrimos (Ohhhh...) que Urgencias es un lugar idóneo para encontrar noticias, y le pedimos a mi madre que nos deje pasar la noche deambulando por los pasillos. Pero mi madre pasa de nosotros y nos echa.

Y así, pasan los años...
Sólo hace falta echar un vistazo a los periódicos, para comprobar que la sanidad es una de las cunas más importantes de noticias. Y no sólo en lo referente a alertas sociales de enfermedades (gripe A, gripe aviar, lengua azul, vacas locas...), ni tampoco por la lucha constante con las administraciones por falta de médicos, de enfermeros... Sino que más allá de todo eso, hay una amplia y diversa cantidad de temas que nacen en los corazones de los hospitales.
Así que no era difícil deducir que algún día, tendría que tocarme ir a buscar alguna información entre el personal sanitario, gente que a mí, en lugar de como a muchos, darme un poco de "mal rollo", me dan la sensación de familiaridad. Es lo que tiene haber celebrado algún que otro cumple en salas de hospitales, y no por estar enfermo sino porque la mamá de los niños (que eramos) tenía turno de tarde...

Así que, una vez salida de mi empanamiento, el médico me atiende, y yo, "la periodista", me apaño un reportaje sanitario:

http://www.lavozdegalicia.es/galicia/2009/08/14/0003_7907122.htm

http://www.lavozdegalicia.es/galicia/2009/08/14/0003_7907123.htm

Hay días en los que me encanta ser periodista...
Mientras tanto, resaltar un detalle: hemos descubierto entre las becarias que la mayoría de nuestras madres son enfermeras. Hay quienes lo asocian a que esa generación sufrió el boom sanitario... Pero yo creo que es que, de madres enfermeras, hijas periodistas.

jueves, 13 de agosto de 2009

Calor

La calor ha llegado por fín a estas tierras frías. Me levanto temprano y me voy a la playa. Me tumbo en la arena cargada de periódicos atrasados y empiezo a recortar puzzles con unas tijeras. A un lado, palabras; al otro, fugacidad. Y todo se mezcla con la arena.
Me doy un par de baños y la sal que se me queda en la piel me trae recuerdos. Pienso en lo que debe pesar la vejez, no por el cansancio y el dolor del cuerpo, sino por la cantidad de recuerdos acumulados. Si mi cabeza a veces me da la sensación de qué está a punto de estallar, qué va a pasar cuando tenga más pasado que futuro. Quizás influya en estos pensamientos la cercanía de cumplir años. No me pesan los años, me pesan los recuerdos. Esa frase es de alguien, pero no recuerdo de quien. Esa es otra, si al menos pudiéramos elegir qué recordar. Aunque a mí me gusta cumplir años. Una cosa no quita la otra. Sólo que me da por pensar, y por recordar.
Luego vuelvo a casa. Me ducho y me coloco un vestido naranja.

Después me desespero un rato. Mantengo una charla mental y me sereno. Si materializara los pensamientos. Pero eso sólo lo pienso.
Luego salgo de casa.
Busco un futuro y regreso con folletos de publicidad.

Me tomo una macedonia y me voy a la redacción. Me enfrento al Género, y pruebo. Salgo contenta de trabajar. Y fluye alguna conexión.
Llego a casa y me pierdo en lecturas poco productivas. Me acuerdo que ya tengo páginas en blanco para la próxima aventura, y con portada compostelana. Qué cosa ésta de los símbolos y las señales. Para luego no entender ni la mitad.

Debato si acabar la noche escuchando a Hombres G en la playa o meterme en la cama.
Mañana tengo que ir a hacer un reportaje a un campo de trabajo. Pero mañana no es hoy.
Y al final no he dicho nada de lo que quería decir. Nos hemos quedado con la excusa.

domingo, 9 de agosto de 2009

Amuletos

Para el amor, las buenas compañías y la amistad... la flor.
Para los estudios, las pruebas y el buen sentido... la mano.
Para el trabajo y el sustento... el pez.
Para los viajes, la casa y los negocios... la barca.
Para la salud física y mental y la buena convivencia... el santo.

Dice la tradición que quien los tenga, nunca estará desamparado.

La esencia es la primera vez que, metida en un coche, dentro de un garaje, me contaron de amuletos hechos con migas de pan... que te protegen... y convierten tus deseos en realidad.

miércoles, 5 de agosto de 2009

De prácticas (V): Cuncas de viño

La entrada de agosto significa para muchos de mis compañeros haber pasado el ecuador del periodo de prácticas. Así que después del trabajo es buen momento para compartir unas empanadas caseras. Debe ser cosa de la empresa, pero nadie entra a hacer prácticas en este periódico si antes no paso por algún otro medio. Eso hace que los becarios de La Voz sean todos de cuarto o quinto de carrera y tengan ya algún tipo de bagaje como nenos de prácticas.

Así que una de los temas de la noche fue el relato de aventuras y desventuras en prácticas, protagonizadas especialmente por las anécdotas del directo que contaban, sin pararse de reír, dos ex-becarias de la Ser. Otro básico de la nocturnidad es criticar a los jefes. Los hay que van de lobos con ganas de comerse a alguien y de los que son para comérselos. Y los hay que ni lo uno ni lo otro. Aunque si son jefes, mejor siempre criticarlos...

El ecuador del verano hace que haya ya becarios que estén deseando largarse y se amarguen en los tiempos muertos, que es lo que consiguió más puntos como inconveniente periodístico. Pero también los hay bien contentos. Y es que no es lo mismo estar en economía que en monográficos...

Y así, la noche es larga y las cuncas de viño ayudan... Así que la conversación de taberna va subiéndose de tono y de pasados, anécdotas y jefes se pasa a la crítica y reflexión de esta profesión, u oficio, en la que nos vamos adentrando... La noche, ya con las lenguas rojas -mezcla de pasión y vino-, se hace eco de nuestras palabras. Alguien sugiere –suele ocurrir- la posibilidad de hablar de algo que no sea el trabajo... Pero dos minutos después, el tema se retoma. ¿Qué tendrá el periodismo que a más nos hace odiarlo, más nos enamora?

martes, 4 de agosto de 2009

Martes, 4

Por Xosé Carlos Caneiro.


Él sabía que agosto era un mes de fragmentos. Unha muller con abanico que abanica a noite cos seus ollos. Un verso e medio de Olvido García Valdés (acaricio, Olvido, o teu nome ): «El amor es una enfermedad, campanillas azules». Unha canción de Janis Joplin que el baila cando queda só, e grita, e cada grito escribe no ceo (na lámpada do teito) un paraíso. Unha nena con trenzas, rubia, de ollos azuis, que puxo o seu primeiro bico no bico imberbe de aquel neno que quería ser poeta (era tamén agosto). Os libros de Salgari e Stevenson. Os libros que contaba a súa avoa na escaleira de pedra que conducía ao pozo. A muller con abanico, outra vez. A tristeza, que de cando en vez, metida en güisqui, impulsa a súa voz entre as estrelas, ou a lúa, os astros, en definitiva, que non deixan de acompañalo, nunca, nunca. O río onde se bañaba e que levaba hendecasílabos na súa auga fría, tan fría: alí conviviu con poetas, bohemios, adictos a todas as substancias prohibidas... case todos mortos; el pertencía a unha xeración perdida que os sociólogos aínda non souberon ubicar correctamente. A praia na distancia, o sol, espertar sempre ás dúas da tarde con zume de laranxa frío na cociña. A muller con abanico. Cando Bruce Springsteen cantaba The River e o desasosego era unha sonata que non existía. Cando unha sonata era Bach. Cando había demasiadas novelas e un pensaba que a arte era unha asignatura posible. Cando quería escribir literatura con sabor a eterno... para nada. Cando non soportaba que todos pensasen que a literatura era, simplemente, unha forma de ocio. Sei que hai tardes de agosto que se cravarán na alma e traerán a Bruce con Janis, os versos, a melancolía que rabuña, o güisqui camarada irmán fraterno. Esas tardes de agosto (martes, 4) que escribía os restos do seu corazón. Como unha muller abanicando a noite cos seus ollos... campanillas azules.



Traducción:


Él sabía que agosto era un mes de fragmentos. Una mujer con abanico que abanica la noche con sus ojos. Un verso y medio de Olvido García Valdés (acaricio, Olvido, tu nombre ): «El amor es una enfermedad, campanillas azules». Una canción de Janis Joplin que él baila cuando se queda sólo, y grita, y cada grito escribe en el cielo (en la lámpara del techo) un paraíso. Una niña con trenzas, rubia, de ojos azules, que puso su primer beso en el beso imberbe de aquel niño que quería ser poeta (era también agosto). Los libros de Salgari y Stevenson. Los libros que contaba su abuela en la escalera de una piedra que conducía al pozo. La mujer con abanico, otra vez. La tristeza, que de vez en cuando, metida en güisqui, impulsa su voz entre las estrellas, o la luna, los astros, en definitiva, que no dejan de acompañarlo, nunca, nunca. El río donde se bañaba y que llevaba endecasílabos en su agua fría, tan fría: allí convivió con poetas, bohemios, adictos a todas las substancias prohibidas... casi todos muertos; él pertenecía a una generación perdida que los sociólogos aún no supieron ubicar correctamente. La playa en la distancia, el sol, despertar siempre a las dos de la tarde con zumo de naranja frío en la cocina. La mujer con abanico. Cuando Bruce Springsteen cantaba The River y el desasosiego era una sonata que no existía. Cuando una sonata era Bach. Cuando había demasiadas novelas y uno pensaba que el arte era una asignatura posible. Cuando quería escribir literatura con sabor a eterno... para nada. Cuando no soportaba que todos pensaran que la literatura era, simplemente, una forma de ocio. Sé que hay tardes de agosto que se clavarán en el alma y traerán a Bruce con Janis, los versos, la melancolía que araña, o el güisqui camarada hermano fraterno. Esas tardes de agosto (martes, 4) que escribía los restos de su corazón. Como una mujer abanicando la noche con sus ojos... campanillas azules.

Momentos galaicos (V): Lugo

Día 2 de agosto, día de los Ángeles.
Ciudad de Lugo.
Buscando sensaciones y "bolboretas".


sábado, 1 de agosto de 2009

Agua y deseos


“En las ciudades provinciales uno escribe siempre sobre el agua”, escribía un veinteañero Antonio Muñoz Molina en el periódico Ideal de Granada en el año 1984.

Ese año nací yo. Los sueños de los periodistas provinciales de asaltar la Puerta del Sol no siempre son productivos, ni beneficiosos. Además, lo de escribir sobre el agua, igual acaba sucediendo en provincias, que en la más castiza redacción de al lado del metro Hortaleza.

Es tema, éste del agua, recurrente, y más en verano. Más que de aguas, escribí de playas en Huelva, y mucho. Dobles que hacíamos cada semana sobre una playa de la provincia. Y en algún que otro reportaje, reconozco, acabé dándome un chapuzón en el mar con el fotógrafo. No hubo prácticas en las que mejor lo pasase que en aquellas, por muy provinciales que fueran.

Pero una, llena de vanidades, también soñó entonces con eso de “asaltar” la Puerta del Sol, el Oso y el Madroño o Atocha misma. Supongo que como consecuencia de aquellos sueños pro madrileños criados de adolescente, grabadora en mano y acreditación al cuello, acompañada de los dos fieles escuderos por los festivales de cine de la capital onubense. Me hace gracia recordar la idealización que plasmábamos sobre una ciudad que nos parecía la más maravillosa del mundo, pero también la más lejana. Esos setecientos kilómetros que nos separaban de la capital y que los tres, con los años, tantas veces haríamos, en aquel tiempo nos parecían una frontera utópica e inalcanzable que dibujaba el contenido de nuestros sueños. Aún por nuestras casas debe estar en algún cajón escondido aquel “guión cinematográfico” que escribimos a medias y que no era otra cosa que la historia de un grupo de amigos que al crecer se van a Madrid a comerse la ciudad. Pero quizás también, reflejo de lo que sería, en nuestro relato adolescente ya la ciudad acaba devorando el alma de los protagonistas, que no eran otros que nosotros mismos con diez años más, es decir, los mismos diez años más que ya tenemos ahora.

No hace falta estar en provincias para escribir sobre aguas. Mis prácticas en Madrid se basaron en escribir un interminable reportaje sobre el agua que en lugar de acabar publicándolo, terminé ahogándome en él. Pero no hay mejor remedio contra la vanidad que entrar de becaria en un periódico nacional, y aquello fue el mejor modo de aprender que cuando queremos ahogarnos, nos ahogamos; igual que cuando queremos salir a flote, hemos de empezar por inflar nuestros flotadores, que para eso tenemos buenos pulmones.

Un año en Madrid fue suficiente para comprender que cada uno es dueño de sus acciones, y que no es necesariamente mejor periodismo el que se hace en la capital que el que se hace en la periferia. Un verano escribiendo en el aire sobre el agua fue el punto de partida para que me desesperara, pero también gracias a ese verano, y a lo que él supuso, comprendí que no hay que confundir los sueños con las idealizaciones, las promesas con los instantes, el cariño con la dependencia, ni la motivación con la euforia.

Puede que el Madrid que encontrase no tuviese nada que ver con el que había dibujado y soñado, pero me enseñó muchas cosas, probablemente, cosas muy diferentes a las que pensé que podría aprender, enseñanzas que me han cambiado, ya no sólo como periodista sino como persona. Y cuando en una ciudad, uno logra detener el tiempo alcanzando, aunque sólo sea por unos segundos, el climax de la felicidad, consigue que esa ciudad ya sea para siempre eterna, y que el momento perfecto, perdure por encima de la irremediable imperfección, y más allá de la incomprensible realidad.

Cuando, de vuelta a provincias (aunque esta vez, la provincia esté en el otro extremo del país), mi jefa me encarga un reportaje sobre el agua (aquí convertida en auga), no deja de resultarme curioso que este tema me persiga. Con la diferencia de que cuando a los días se publica, mi sensación es de alivio, porque al verlo materializado en un resultado, me da la seguridad de que a diferencia de en la capital, ahora los sueños no se están construyendo en el aire. Son conexiones extrañas de las que acostumbro a hacer, pero al menos ahora, sé el motivo que me impulsa a buscar señales, a encajar piezas de puzzles, y a intentar encontrar un sentido.

El agua puede ahogarte pero también cumple la misión de quitarte la sed.

De momento, no me interesan los sueños madrileños. La vida, y el periodismo, en la capital, no terminaron de convencerme. Comprendí que las luces que pensé que me guiaban, no eran más que luces de neón que se funden cada cambio de temporada haciendo necesario cambiar las bombillas. Prefiero, como ahora, escribir cerca del mar, liberándome de la sensación de creer que por ello, estoy traicionando a alguien. Lo que no quita para que, veleta e ilusa como soy, el mar acabe haciéndose huecos nuevamente y consiga llevar una playa hasta la capital. Todo puede ser... Eso piensa la gente cuando, en forma de deseos, lanza sus monedas a las fuentes: que todo es posible.