martes, 26 de mayo de 2009

Elektra



Descontrolada, loca, posesiva.
Psicópata, obsesiva, lujuriosa.
Frágil.

Hugo Von Hofmannsthal quiere alejarse de la versión clásica de Sófocles pero al mismo tiempo se siente atraído hacia su obra. La Elektra de Hofmannsthal combina la fuerza y majestuosidad del teatro griego con el simbolismo y la sensualidad de una sociedad marcada por los descubrimientos freudianos.

Libreto del autor y música de Richard Strauss en esta ópera alemana de un solo acto estrenada a principios del siglo XX. El argumento es el mismo que en el drama sofocliano: Clitemnestra, ayudada por su amante, Egisto, mata a su marido, Agamenón. Su hija, Elektra, busca la venganza. Primero confía en que el nombre de su padre lo honre su hermano Orestes. Pero al ver que éste ha desaparecido, le propone a su hermana, Crisótemis, vengar ellas, juntas, a su padre.

Algunas críticas aluden al mismo infierno del Bosco, o al de Dante, pero las características que diferencian el uno del otro son muchas. Sexualidad desenfrenada con ríos de sangre no son exactamente dos infiernos igual de placenteros. Elektra representa la búsqueda insaciable de venganza, el horror de los sentimientos no resueltos. Busca apoyo en sus hermanos para entender que ella misma es la única vía. No importa que Orestes regrese. No sabrán reconocerse. No importa que sea efectivamente él quien vengue la muerte de su padre. No importa porque ella, Elektra, será la irremediable protagonista, la única víctima de su propio sufrimiento.

En la obra se siente la opresión, la fuerza de las máscaras, la falsedad; el otro, lo ajeno, frente al yo, el desconcierto; a cual más peligroso: los enemigos constantes. Se ve de igual modo, la utilización de las personas, el modo cruel de convertir en un objeto la vida. Elektra no deja de aparecer en escena. Es heroína y víctima, es vagabunda en su propio hogar, donde vive obsesionada y confusa.

Los monólogos juegan un papel importante en el drama. Las palabras que forman una cadena de impresiones, un suspiro, la erupción de un volcán, un juego, la luna, el miedo, la seguridad. Palabras.

Elektra es reflejo del mito de Edipo.
El hijo enamorado de la madre.
La hija enamorada del padre.
Elektra es, además, el papel del sexo y la sexualidad no resuelta.

Es una mujer que posee el elemento demoníaco, que la atrapa, como muestra en la última escena, desde la histeria. Tiene algo de sádica. De ahí la identificación del sexo con la muerte, con el mal, con la suciedad. El sexo como desprecio, del otro y sobre todo, de ella misma. La danza final es el juego del fuego de Dionisio.
Pero Elektra no representa la eternidad de la muerte, sino la fugacidad de la vida.

domingo, 24 de mayo de 2009

Prácticas!!!

Si yo sé que estar en la playita tomando el sol todo el verano, quedando con los amigos a beber tintos, estando a plato servido, jugando con Benji, Rufo y Bety, y teniendo todo el tiempo libre del mundo para perderlo sin remordimientos, tiene muy buena pinta... pero... ¿qué vamos a hacerle?... me llama más pasarme el verano metida en una sala llena de ordenadores, enfadándome cuando no me publican y poniéndome a mil cuando me mandan a la calle a cubrir algo.
Ayer me decían: "pero niña, ¡¡que hay más vida a parte del periodismo!!". Si ya lo sé... pero tengo mono... y me encanta ser periodista. No se si aprobaría algún test de actualidad, ahora que la información me llega sólo en italiano, pero algún medio no me rechaza la posibilidad de hacer las pruebas vía webcam, claro que tampoco es que me lo aprueben... Así que seguimos en búsqueda y captura de las prácticas de verano... no sé dónde acabaré pero yo confío... y, de partida, como una aprende de los errores... ¡¡prometo estar motivada!!

La abuela bloguera


Entre Benedetti y el último post, parece que he convertido el blog en una necrológica, pero es que estaba ya a punto de irme a dormir cuando me he encontrado con la noticia de que ha muerto María Amelia López Soliño, la abuela bloguera.

Me acuerdo del día en que, no recuerdo por qué medio, llegó a mí la historia de que esta señora gallega, a sus noventa y pocos años, se había puesto a escribir en internet, después de que su nieto le abriera un blog. Curiosa, me metí en su blog y estuve leyéndola. Desde entonces, algunas veces he vuelto a pasearme por las entradas de la abuela más internaútica.

"Amigos de Internet, hoy cumplo 95 años. Me llamo María Amelia y nací en Muxía (A Coruña) el 23 de Diciembre de 1911. Hoy es mi cumpleaños y mi nieto como es muy cutre me regalo un blog. Espero poder escribir mucho y contaros las vivencias de una señora de mi edad", escribía el 23 de diciembre de 2006.

El pasado miércoles 20 de mayo, María Amelia fallecía a los 97 años. En los más de dos años que mantuvo su blog, recibió numerosas visitas desde todos los lugares. Su blog, titulado "A mis 95 años" (http://amis95.blogspot.com), pronto se convirtió en uno de los blogs más visitados de la Red, ganando en el 2007, el premio al mejor Blog en español, otorgado por la cadena de televisión internacional alemana Deutsche Welle.

La última entrada la escribe su familia. Las despedidas siempre son duras. pero el llamamiento final es el canto a la vitalidad que Maria Amelia representó. "Disfrutad de la vida y de los abuelos", cierra dos años de encuentros en la red.

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Y siguiendo con "necrológicas", dejo la columna que escribió Rosa Montero en El País, el pasado cinco de mayo, cuando murió su marido, Pablo Lizcano.

Rosa Montero: "Una vida"

Un cabrilleo de agua y sol en el mar, o quizá en una piscina. El cuerpo caliente y esponjoso como pan recién hecho.

Sombras en la noche, una pesadilla. Las manos de tu madre encendiendo el mundo, disolviendo los monstruos. Ordenando las cosas.

Carreras jadeantes, frenéticas risas, juegos de niñez en patios retumbantes.

Melancolía aguda de lo aún no vivido. Intuición adolescente del resto de tu vida. Deliciosa tristeza.

La carne, un tesoro. El vertiginoso misterio de los cuerpos. El amor estallando como una supernova y dejándote ciego.

Y también el desamor: un agujero.

Una noche de agosto en pleno campo, un alboroto de cigarras, una luna llena de color naranja que parece el decorado de un teatrillo japonés, el tiempo por una vez piadosamente detenido. La plenitud, que siempre es sencilla.

Mirar a un amigo, mirar a tu amante y ver en sus ojos el pasado común. Contemplarte en los otros como en un espejo.

La serenidad que llega tras las lágrimas. Y también todas las risas compartidas, los momentos de juego, las carcajadas dichosas.

Todos los libros leídos, las músicas gozadas, los besos recibidos. Y una conversación una tarde de invierno comiendo chocolate frente a la chimenea.

La alegría de vivir. Y la fugaz y espléndida belleza.

Una noche de angustia. Intuición de la muerte. Una mano en la tuya. La cama es una balsa en mitad del naufragio.

Una novela leída al lado del lecho de un enfermo mientras llueve.

Torbellinos de polvo en un rayo de sol, un universo ínfimo.

Un cabrilleo de agua. El último chispazo.

Esta poca cosa, o esta enormidad, es una vida.

jueves, 21 de mayo de 2009

La muerte

"El miedo de vivir”

Aunque ineludible, aunque sabida, la muerte siempre llega de improviso. Y a pesar de ello, la muerte no deja dudas, la muerte da certezas; de hecho, la única certeza.

Imagina un dos de noviembre cualquiera: Los cementerios están llenos. Los muertos buscan su imprescindible papel en la necesidad de mantenerse en el recuerdo de los vivos. ¿O son los vivos los que necesitan tener presente la memoria de sus muertos? Celebrar el día de los difuntos es dejar presencia de que la relación con los muertos se basa en la memoria. Pero esto no ha sido siempre así.


La relación del hombre frente a la muerte ha cambiado a lo largo del tiempo. Pero para ello, hemos de distinguir entre el valor de la muerte y el valor de los muertos, que no es sustancialmente lo mismo. ¿La muerte da miedo? ¿Por qué? La muerte da la certeza del final, de un final del que no se regresa. Dejando al margen las creencias en la reencarnación, la muerte deja siempre la puerta cerrada. Una puerta en la que no se sabe qué hay detrás. Según las creencias de cada cual, el sentido de la muerte varía. Con la llegada del catolicismo, la muerte es vista como la sentencia, el momento del juicio final. Y que nos juzguen siempre es peligroso. He ahí los primeros miedos. En el temor hacia lo desconocido, hacia la incertidumbre, radica otra de las causas de este miedo.

En la época medieval, la muerte era vista como un acto natural y un evento público, donde el moribundo, en el seno del hogar, era acompañado de familiares y amigos en su último trance. El moribundo sabía que iba a morir y esperaba junto a sus acompañantes el momento justo con serenidad. El historiador Philippe Ariès le da a esta muerte el nombre de “muerte domesticada”, una muerte aceptada.

Con el advenimiento de la Iglesia, el miedo aumenta; la muerte no sólo se vuelve más temida, sino que al querer alejarla de la vida, se aparta de la sociedad, dejando de ser un acto público para convertirse en un acto privado. Estos pasos se han venido a llamar la “muerte de sí mismo” y la “muerte del otro”, en el sentido de vivirse como una experiencia, no ya colectiva, sino cada vez más individual.

Sin embargo, en la sociedad contemporánea, el miedo a la muerte no está ya ligado a la muerte en sí, sino, por un lado, a la muerte de los demás, y por el otro, al momento propio de morir. Es decir, en ambos casos, al miedo está ligado al sufrimiento. En el primer caso, es el miedo al dolor que nos causa la ausencia de aquellos con quienes compartimos la vida; en el segundo caso, es el sufrimiento físico que nos puede causar nuestra propia muerte. Los avances médicos han jugado un papel fundamental en nuestra relación con la muerte, el médico es visto como una especie de hechicero al que le asignamos la obligación de prolongar nuestra vida, y, además, en condiciones óptimas.

El escritor David Rieff reflexiona sobre esto en su libro Un mar de muerte, donde describe cómo se desarrollaron los últimos meses de vida de su madre, la célebre periodista Susan Sontag, que padecía un cáncer terminal. El autor, aludiendo a las esperanzas que caracterizaron, hasta el último momento, las relaciones de ésta con sus médicos, escribe: “¿Cómo reconciliar la realidad de la mortalidad humana con la reinante suposición en el mundo rico de que toda enfermedad ha de tener remedio, si no en la actualidad en algún momento futuro?”. La relación con los médicos deja al descubierto nuestra negación a reconocer que tenemos que morir de algo. En este sentido, Rieff añade: ¿se habría resignado (su madre) a fallecer de algo distinto tiempo después?”. La muerte da miedo porque no es aceptada. A la incertidumbre y al miedo al sufrimiento, se le suma el dilema que nos causa no estar presentes en el futuro, no ser partícipes del mañana.


Es cierto que la muerte nos trae la certeza, y que cuando la asumimos, nos hacemos más fuertes ante ella. Pero no es suficiente. Por lo tanto, nos da miedo la muerte, pero no ya en el sentido clásico: ésta deja de ser una enemiga en el momento en el que la vemos llegar. Los niños de la época medieval danzaban alrededor del lecho del moribundo; los cementerios eran lugar de encuentro. Ahora la muerte es algo oscuro que queremos alejar de nosotros lo máximo posible. Los niños no viven con la muerte, pero se hacen adultos el día que ven a esa desconocida cara a cara, cuando en su entorno, que pensaban fuese eterno, aparece la muerte.

“Yo no tengo miedo de la muerte, tengo miedo de morir”, repetía el periodista Indro Montanelli. A nosotros nos da miedo sufrir, física y emocionalmente. No nos da miedo la muerte; nos aterroriza el olvido: olvidarnos de los demás y que nos olviden. No nos da miedo la muerte; nos da miedo la ausencia, el no estar presentes. Nuestra actual relación con la muerte deja patente, por tanto, que lo que nos da miedo –sufrir, olvidar...– no es morir, es vivir.


"La paura di vivere”

Sebbene ineluttabile, sebbene risaputa, la morte sempre arriva in modo imprevisto. E nonostante questo, la morte non lascia dubbio, la morte dà certezze; di fatto, l'unica certezza.

Immagina un due di novembre: i cimiteri sono pieni. I morti cercano il loro ruolo essenziale nella necessità di mantenersi nel ricordo dei viventi. Oppure sono i vivi che hanno bisogno di tenere viva la memoria dei loro morti? Festeggiare il giorno dei morti é fare presente che tale rapporto si basa sulla memoria. Ma questo non è sempre stato così.


L´atteggiamento degli uomini di fronte alla morte è cambiato nel corso del tempo. Ma per questo, dobbiamo distinguere tra il valore della morte e il valore dei morti, che non è sostanzialmente lo stesso. La morte fa paura? Perché? La morte è la certezza della fine, una fine che non ha ritorno. Lasciando stare il pensiero della reincarnazione, la morte lascia sempre la porta chiusa. Una porta dietro cui nessuno sa che cosa c'è. Secondo le credenze di ognuno, il senso della morte varia. Con l'arrivo dei cattolici, la morte é sentita come la condanna, il momento del giudizio finale. E´cio che ci sentenziano é sempre pericoloso. Sono queste le prime paure. Nel timore degli sconosciuti, nell’incertezza, si trovano le altre cause di queste timore.

In epoca medievale, la morte é stata vista come un atto naturale e un evento pubblico, dove il morente, in casa, è stato accompagnato da parenti e amici nella sua ultima trance. Il moribondo sapeva che stava per morire ed aspettava con i suoi compagni il momento con serenità. Lo storico Philippe Ariès dà a questa morte il nome di “morte addomesticata”, una morte accettata.

Con l'avvento della Chiesa, aumenta la paura; la morte non solo diventa più spaventosa, ma al volere allontanarla dalla vita, ci si allontana anche dalla società, finendo di essere un evento pubblico per diventare in un atto privato. Questi passaggi sono stati chiamati la “morte di sé” e la “morte dell´altro”, indicando un´ esperienza vissuta, non più collettiva, ma ogni volta più individuale.

Nella società contemporanea, la paura della morte non è più legata alla morte stessa, ma, alla morte degli altri da un lato, e al tempo di morire dell´ altro. In entrambi i casi, la paura é legata alla sofferenza. Nel primo caso, è la paura del dolore provocato dall´ assenza di coloro con i quali condividiamo la vita; nel secondo caso, é la sofferenza fisica che può causare la nostra propria morte. I progressi della medicina hanno svolto un ruolo fondamentale nel nostro rapporto con la morte, il medico è visto come un stregone al quale è stato assegnato il compito di estendere la nostra vita in ottime condizioni.

Lo scrittore David Rieff affronta questo argomento nel suo libro Swimming in a Sea of Death, dove descrive come sono stati gli ultimi mesi di vita di sua madre, la celebre giornalista Susan Sontag, che è stata colpita dal cancro terminale. L'autore, facendo riferimento alle aspettative che hanno caratterizzato, fino all´ ultimo momento, il raporto di quest'ultima con i loro medici, scrive: “Come possiamo conciliare la realtà umana della mortalità con l'ipotesi prevalente nel mondo ricco che ogni malattia deve avere una misura correttiva, se non sono presenti al momento, in un tempo futuro?”. Il rapporto con i medici mostra il nostro rifiuto a riconoscere che dobbiamo morire di qualcosa. In questo senso, Rieff aggiunge: “si sarebbe rassegnata (sua madre) a morire di qualche altra cosa più tardi?”. La morte fa paura perchè non è accettata. L'incertezza e la paura della sofferenza sono aggravate dal dilemma, che tuti noi abbiamo, che purtroppo non saremo presenti nel futuro, e che quindi non saremo partecipe del domani.


É vero che la morte porta la certezza, e che quando la assimiliamo, diventiamo più forti di fronte a lei. Ma non è sufficiente. Nonostante tutto ciò siamo tutt´ora spaventati dalla morte, ma non nel senso classico del termine: essa cessa di essere una nemica nel momento in cui la vediamo arrivare. I bambini del Medioevo danzavano intorno al letto del morente; i cimiteri erano luogo di incontro. Adesso la morte è qualcosa di buio che vogliamo allontanare da noi il più possibile. I bambini non vivono con la morte, ma diventano adulti il giorno in cui vedono questa sconosciuta faccia a faccia, cioè quando nel loro ambiente, che pensavano fosse eterno, appare la morte.

“Io non ho paura della morte, ho paura di morire”, ripeteva il giornalista Indro Montanelli. Noi abbiamo paura della sofferenza, fisicamente ed emotivamente. Non abbiamo paura della morte, ci terrorizza la dimenticanza: dimenticarci degli altri ed essere dimenticati. Non abbiamo paura della morte, temiamo l'assenza, non essere presenti. Il nostro attuale atteggiamento con la morte rende chiaro, quindi, che quello di cui realmente abbiamo paura –soffrire, dimenticare...– è di vivere, non di morire.

lunes, 18 de mayo de 2009

Mario Benedetti


Porque el final siempre llega...

Pasatiempo

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

Luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque un océano
la muerte solamente
una palabra.

Ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.


Porque acompañó la infancia en el cuarto de la tía...

Hagamos un trato

Compañera,
usted sabe
que puede contar conmigo,
no hasta dos ni hasta diez
sino contar conmigo.

Si algunas veces
advierte
que la miro a los ojos,
y una veta de amor
reconoce en los míos,
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro;
a pesar de la veta,
o tal vez porque existe,
usted puede contar
conmigo.

Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo,
no piense que es flojera
igual puede contar conmigo.

Pero hagamos un trato:
yo quisiera contar con usted,
es tan lindo
saber que usted existe,
uno se siente vivo;
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos,
aunque sea hasta cinco.

No ya para que acuda
presurosa en mi auxilio,
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.

Por hacernos comprender que podemos perdonar todo, excepto que nos hagan volar...

Táctica y estrategia

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos.

Mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible.

Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos.

Mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos

no haya telón
ni abismos.

Mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple.

Mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.


Porque mi hermano dice que así uno aprende que el azul sabe a tristeza, porque muchos de sus poemas los aprendimos en canciones, porque son éstas las noticias de una mañana de lunes, porque aprendimos y disfrutamos leyéndolo...
Hasta siempre...

domingo, 17 de mayo de 2009

La carrera...

Sin clases ya. Me quedan tres exámenes para acabar la carrera. Bueno, tres exámenes y la prueba de inglés. Cuando las notas eran siempre nítidos “Progresa adecuadamente” y no levantábamos el metro y poco del suelo, ya mi maestro Moli me estampó un “Necesita Mejorar” en la asignatura de inglés. Y desde entonces sigo en las mismas... Casi no acabo el instituto por culpa del inglés y este verano no voy a tener el título por culpa de mi “buena relación” con ese estupendo idioma. Pero bueno, no me amarga mucho; la verdad, tal como está el patio, no hay muchas posibilidades de encontrar curro, sea con o sin título. Y pienso en eso mientras vía Facebook me entero de la revuelta que se traen en el Huelva Información, que han echado literalmente a media plantilla.


En fin, que dudo que me vaya a considerar ni más ni menos periodista ahora que el día que tenga el título. Pero sin embargo, acabar la carrera (y me refiero a acabarla ahora, en un par de semanas, dejando al margen el inglés) sí que me representa un importante cambio, al menos, mental. Hace un rato hablaba con una de las compañeras (y amiga) con las que he cursado algunos de estos años universitarios. También ella acaba ahora la carrera. Me decía que le daba pena dejar la ciudad y la vida en la que ha vivido los cinco años de carrera. Yo no tengo esa sensación, por la sencilla razón de que desde que dejé el instituto han pasado siete años, cinco ciudades, cuatro carreras, seis universidades… No sé cómo llevo la cuenta... Eso sí, título no tengo ninguno.


No es que haya cambiado de ideas tanto como de Universidad. Cuando Moli me suspendía inglés en el cole, yo ya me andaba pidiendo una grabadora a los Reyes Magos. Soy periodista por vocación, y por cabezonería. Por eso no me quedé en Sevilla estudiando Filología.















Los mejores años de Universidad han sido los segovianos, de eso no tengo dudas. Quizás porque ha sido la única ciudad de la que no he salido huyendo, o porque soy una andaluza que se siente medio segoviana.

Cómo no reconocer que los años de la "Uni" te influyen decisivamente... Cómo para no, sales de casa con la mayoría de edad recién cumplida y la cabeza llena de pajaritos, y acabas unos cuantos años después mucho más madura, más espabilada y con muchos aún –pero no con todos– de esos pájaros. Conoces a un montón de gente, gente que a menudo no tiene nada que ver contigo, y eso influye mucho. Te vuelves más abierta. Nada como irse a estudiar lejos de casa. Yo hace muchos años que dejé de ser tímida. Y te haces aún más independiente. Eso seguro.


Influye mucho esa gente con la que compartes ese proceso. Eso sí, siempre me queda, y no lo puedo remediar, una sensación de pasajero, de que nada ni nadie es eterno. Aunque a veces, unas pocas, hay excepciones maravillosas. A lo largo de siete años he coincidido en la Universidad, en los trabajos, en las aficiones… con mucha gente, he tenido un montón de compañeros y amigos. Con muchos de ellos tuve relaciones fuertes en momentos concretos, luego cada uno siguió su camino, y quedan los recuerdos, y los buenos momentos compartidos. Otros aparecieron y ya hemos continuado juntos. De alguna, hasta una vida paralela.


Quizás porque la aventura de irme fuera la comencé arropada por las amigas de toda la vida, he tenido siempre claro que hay que disfrutar los momentos porque se pasan pronto. Sevilla fueron dos años muy diferentes entre sí, en los que aprendí que la gente de toda la vida puede realmente seguir a tu lado toda la vida. Aprendí también que en la vida hay que arriesgarse y que las cosas no son fáciles, que el trabajo hay que currárselo, aunque sea haciendo pesas durante todo un verano.


Pero repito, el lugar y el momento donde pasarlo bien y sentirme a gusto, Segovia. Me influyeron mucho esos dos años y medio, en todos los aspectos. Inmersa por fin en la comunicación, cursé asignaturas en las que sentirme un poco más periodista, en las que pensar. Estudiar en una desastrosa Universidad llena de defectos desarrolla la imaginación. Y tuve a las mejores compañeras, convertidas en las mejores amigas. Cada una llegada de una punta de España, supimos combinar las mejores sangrías con los mejores resultados académicos. Una pareja de pucelanas, una de Ólvega, una gijonesa y dos andaluzas que conectamos desde el primer día y, esta vez sí, eternamente.


Y me fui de la ciudad en el momento perfecto, cuando aún no me había cansado de ella pero tampoco daba para quedarme más. Una se va entonces fuera de España “a pensar”, como decía entonces, pero lo de pensar es una cosa un poco ambigua y hasta la ciudad más bella del mundo, que lo era, puede asfixiarte cuando quieres estar asfixiada.


Así que con ganas de acabar la carrera, Madrid me brindó un año un tanto especial. No tengo la sensación de que en Madrid las cosas estén cerradas, quizás porque la ciudad es demasiado grande y las experiencias vividas allí, muy fuertes. Ambiente universitario no hubo; competencia y prepotencia, mucha; pero no hay una Universidad más competente que la mía, ni un derroche mayor de material, de medios y de profesionalidad. Para ser feliz, la UVA; para aprender, la Carlos III. Aunque no fue en las clases donde más cosas aprendí, fue un año diferente, en todos los aspectos. Aprendí de emociones, de esas que te cambian la vida. Conocí a poca gente que mereciera la pena entre mis compañeros, y, sin embargo, en aquellas mismas aulas, pero al otro lado de la balanza, conocí a la persona a quien más unida me he sentido en toda mi vida.


A punto de acabar la carrera estoy y me doy cuenta de que donde menos he aprendido ha sido en las asignaturas. Y qué mejor prueba de ello que este curso. Acabo la carrera en otro país, con otro idioma y con otros amigos. En Perugia he aprendido poco de periodismo pero he sacado muchas cosas en limpio. Yo tan lista que creía que, a estas alturas, irme fuera, otra vez, no iba a influirme, y sí que lo ha hecho. Y bastante.















Mis compañeros me hablan de un vacío, de una pena, de un desconcierto y de un miedo al acabar la carrera, pero yo no siento nada de eso. Yo me siento feliz de acabar la carrera, aunque sea sin título. Tengo muchas ganas de acabarla y de seguir adelante, el cómo y por qué caminos, ya se verá. No me preocupa mucho. Una de las cosas que en estos años he aprendido es que las cosas se programan sólo para después deshacer planes y cambiar las cosas.


Supongo que a estas alturas es sólo el tiempo el que me demostrara qué cosas y qué personas eran de paso, y qué otras son para siempre. Las promesas no valen para nada, sólo valen los hechos. Y el tiempo es el único que te deja irrevocablemente frente a esos hechos. Pero como diría Serrat, “por fría que fuera mi noche triste, no eche al fuego ni un solo de los besos que me diste”. Y es que si cambio algo de estos años, si echo al fuego lo malo, o las dudas, o los miedos, ya no serían mis años ni sería yo.

Cuando tenga hijos, pienso echarlos de casa en cuanto tengan 18, que hay muchas cosas que vivir... Esta ha sido mi carrera. Al final, el título es lo menos importante (aunque confío en tenerlo algún día… I hate English!!!)


jueves, 14 de mayo de 2009

Una semana en fotos

Pedalear, pedalear, pedalear... me encanta montar en bici y en este momento no puedo dejar de pedalear, huele a campo, a un verde parmesano que nos lleva cuesta abajo tarareando a lo Verano azul. Somos cuatro: una muñeca vestida de azul, un políglota, una ángel y yo. Quién iba a decirlo cuando los ángeles me parecían demonios y los idiomas me hacían bajar de los trenes. Y qué necesario fue. Pero ahora es otro tiempo, otro país, otro yo.

Parma es una ciudad preciosa. Dos inmensos parques, un batisperio explicado por un Don Giovanni, queso y hacer el ganso. La de fotos que este año han inmortalizado instantes.

Recorrido teatral que finaliza en Vicenza. Atrás quedan también Sabbioneta y Módena. Entonces entramos aquí, en un espacio cerrado que ha permanecido ajeno al paso del tiempo. Es su teatro clásico. Impresiona. Y al fondo, aún se ve la luz.

Tres días por el norte de Italia. Una mano de la "vera sibilla italiana" para despedirnos. Un GoodBye y un In Bocca al Lupo. Tiene su gracia acabar inmersa en la portada de mi guía. Escribo desde el cielo pero pienso en la tierra. Pienso en si tendrá razón la ronda de magia o será que los brujos me conocían muy bien. Pienso en aviones futuros y en autobuses presentes dirección Perugia. Pienso en ángeles cargados de maletas, en anotaciones de moleskine, en dudas y en arte.

No logro frenar esa sensación de los aeropuertos. Y menos en Barajas. Las flores han llenado la primavera madrileña y yo pienso en tres días donde se van a juntar exámenes, entrevistas y reencuentros. Sé bien los motivos. Demasiados pensamientos como para que no me duela la barriga.

Las apariencias a veces engañan y las motos van demasiado deprisa. Piano piano... y a ver si no nos estrellamos.

Y de vuelta a la ciudad eterna que sigue haciéndome dudar de su eternidad. Día perfecto para acabar entre muertos. Y entre gatos.

Qué más da lo demás si encuentro al fin el helado de higo. Me dicen que soy una caprichosa. Lo sé. Y también sé que es verdad lo demás que me dicen, y no se trata de helados de higo. Pero he cogido dos aviones en un sólo día, apenas he dormido, se me han escapado demasiadas cosas de las manos y ahora sólo quiero comerme mi helado de higos. De camino leo: "las cosas en las que pensamos no son visibles".

Gasto minutos del mejor modo, y me quedan 57 minutos con 21 segundos. La primavera también ha llegado a Perugia, estudio los condicionales y tomamos el sol en el prado de una iglesia. Entender, después de una semana en "giro", no entiendo un montón de cosas, de paso, los condicionales. Pero ya tengo fecha de vuelta... Disfrutemos... y a pedalear...

miércoles, 13 de mayo de 2009

Humo


"Si el terror viene…desciende… -dice Edna pidiendo amparo a sus amigos- si de pronto…necesitamos…vamos adonde se nos espera, adonde sabemos que se nos quiere, no sólo adonde queremos; venimos adonde la mesa ha sido tendida para nosotros en esa oportunidad…adonde la cama está preparada…y calentada…y está lista por si la precisamos. No somos…transeúntes…"

Texto extraído de: Delicados equilibrios de amistad


"Todos los viajes –dijo el viajero- empiezan de la misma manera: con un paso que no admite dudas, con una puerta cerrada a tus espaldas, con la conciencia de que no puedes volver la vista atrás, porqué ya sólo toca caminar."

Texto extraído de: El viajero


sábado, 9 de mayo de 2009

Invisibilidad

Podría optar por callar, pero quien no quiera seguir que cierre los ojos. Los ojos, ahora, se me cierran de sueño, pero me niego a dormir porque me agarro al pensamiento de que despierta podré llegar a alguna conclusión. Por ejemplo, a la invisibilidad. Me gustaría saber quién cree en las señales y quién no. Y si era cierto que debía dejarme guiar por el instinto... "Escribo como vivo (y) mi vida está llena de citas", la cita es de Susan Sontag, y, una vez más, llegó justo a tiempo. Claro que no sé bien a tiempo de qué. Yo sí creo en las señales, pero aunque estén tan claras que me las coma, cómo cuesta aceptarlas. "¿Cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?", por seguir con las citas. Me pregunto si la confirmación sirvió de algo. Pero entre cuatro paredes naranjas excesivamente reconocibles, nadie me contesta. Lo bueno de los suicidas es que pueden dejar escritas cartas de despedida sin que nadie se las reproche. Me iré a dormir, puesto que las conclusiones no sé si es que se han hecho invisibles o es que están tan visibles que ni señales hacen falta.

domingo, 3 de mayo de 2009

Abstraction


Anxiety

Belly

Crocodile

Doubt

Examination

Fragile

Game

Hug

Independence

Jitters

Keep on

Last

Meeting

Night

Open

Problem

Quiz

Reason

Suitcase

Travel

Until

Voice

Word

XL

Yap

Zap