lunes, 31 de marzo de 2008

OPORTO - LONDRES - LISBOA

PREFACIO

“Los prefacios son siempre sospechosos. (…) Pero el viaje es de por sí un continuo preámbulo, un preludio de algo que siempre está por venir y siempre a la vuelta de la esquina; partir, detenerse, volver atrás, hacer y deshacer las maletas, describir en el cuaderno el paisaje que, mientras se atraviesa, huye, se disgrega y se recompone como una secuencia cinematográfica con sus fundidos y reajustes, o como un rostro que cambia con el paso del tiempo.

El prefacio es una especie de maleta, un neceser que forma parte del viaje; al partir, cuando se meten dentro las pocas cosas previsiblemente indispensables olvidando siempre algo esencial; durante el camino, cuando se va recogiendo lo que se quiere llevar a casa; al regresar, cuando se abre el equipaje y no se encuentran las cosas que nos habían parecido más importantes y aparecen en cambio objetos que no se recuerda haber metido dentro. Lo mismo sucede con la escritura; algo que mientras se viajaba y se vivía parecía fundamental, se ha desvanecido, en el papel ya no está, en tanto que toma cuerpo imperiosamente y se impone como esencial algo que en la vida –en el viaje de la vida– apenas habíamos notado.

El viaje siempre recomienza, siempre ha de volver a empezar, como la existencia, y cada una de sus anotaciones es un prólogo. (…) Viajar es también diferir la muerte, aplazar lo máximo posible la llegada, el encuentro con lo esencial, tal como el prefacio difiere la verdadera lectura. (…) Viajar no para llegar sino por viajar, para llegar lo más tarde posible, para no llegar posiblemente nunca.”

Extraído del Prefacio de El infinito viajar, de Claudio Magris.

OPORTO

Irremediablemente huele a lluvia, una lluvia tan torrencial que presentimos no salga el avión. Pero el avión llega a puerto. La lluvia en las ciudades es triste pero en Oporto realza el verde y se lanza a fogonazos contra el Duero convertido ya en río Douro. La ciudad se sostiene bajo una sonata de otoño, melancólica, rojiza, y no sé si son mis ojos los que la ven hermosamente triste o es así la ciudad ante cualquiera. Presiento que es mi mirada, que se introduce en Oporto con aromas de despedidas, con sonidos de gaviotas.

El suelo, ese característico suelo blanquecino portugués, resbala, presintiendo las caídas, tan irremediables como la lluvia.

Mi amiga María se ha hecho a la ciudad como una portuguesa más. Bajamos a la Ribeira, cruzamos el Puente de Dom Luis y contemplamos el color de Oporto desde Vila Nova de Gaia. Huele a humo de tabaco de liar y atardece. El tiempo pasa aunque nos queramos quedar allí sentados para siempre y la lluvia, que había cesado, vuelve a hacer de las suyas y ha despertarnos de nuestra ensoñación.

El lunes 11 de marzo comenzó el viaje en un avión Madrid-Oporto. Alejandro me acompaña, María y Pablo nos esperan en su destino Erasmus. La rutina los obliga a acudir a sus trabajos diarios mientras Ale y yo nos perdemos entre las calles de Oporto, ganseamos como siempre, nos reímos, nos comprendemos y nos presentimos. Si aquí cesara, si así fuese siempre, si la vida fuese tan fácil como lo son las miradas.

Las gaviotas se bañan en un charco como patos y yo, mientras, practico italiano con un turista perdido a los pies de la catedral. Los restos del muro de los Bacalhoeiros son reflejo de una ciudad sincera, sin artificios, recubierta de un musgo palpitante, de un verde que brilla en los breves momentos en que luce el sol.

Seremos fieles al Mercado de Bolhao, quieren destruirlo y hacer otro centro comercial, otro de tantos, pero el mercado es auténtico y te sirven arroz y bolinhos de bacalhau.

Una noche cenamos Francesinha. En la puerta un cartel reza: “So´você e eu sabemos aonde ela nasceu”. Es el restaurante Regaleira y nos cuenta el dueño que hace más de cincuenta años, un grupo de estudiantes quiso gastar una broma a un compañero, obligándole a comer una especie de sándwich en el que mezclaron todo tipo de alimentos que fueron encontrando por la cocina. Pero el experimento quedó rico y cada noche los estudiantes volvieron al restaurante a reclamar ese extraño sándwich al que por su queso fundido llaman Francesinha, y que es hoy en día la comida más típica de Oporto.

También anécdotas aguardaba la Librería Lello, es considerada la tercera más hermosa del mundo, pero sus dueños están convencidos de que debería ser la primera, ya que fue la única de las tres que nació con el objetivo de ser una librería, las otras tuvieron otros fines, como el de ser un teatro, y con el tiempo se fueron convirtiendo en librerías.

La playa nos aguardó, sin embargo, bajo un día soleado. Un castillito que a mí me recordó al Castillo de Santi Petri de San Fernando en Cádiz, y una sección de fotos aprovechando el sol. Patatas revueltas y sangría. Lecturas adormecidas y sueños. Se escucha un run-run de un tranvía clásico. El mismo mar de todos los veranos, aunque sea la primera vez que estamos aquí. Las promesas de siempre. Y el sol cegador.

Me he enamorado de Oporto, ha sido el sitio perfecto para decir adiós. Adiós, por ejemplo, a Alejandro, que lo veo marchar de vuelta a Madrid. Mientras, María y yo, hacemos a medias una maleta para cruzar hacia la isla de libertades. Y estamos nerviosas.

LONDRES

(Uno siempre se imagina Londres bajo una espesa niebla...)

Llegamos a medianoche. Atravesamos un suelo recubierto de moquetas y nos encontramos María, Cristina y yo en el aeropuerto de Stansted, sólo faltaba Elena en el viaje. Dispuestas a comernos Londres, o al menos, a que Londres no nos devorara a nosotras, armadas con un saco de dormir, tres barras de fuet, latas de atún, setenta y cinco libras, un diccionario de inglés y unas ansias tremendas por conocer la city.


“Solía ir a ver películas inglesas sólo para familiarizarme con las calles. Recuerdo que años atrás un muchacho al que conocía me dijo que las personas que viajaban a Inglaterra encontraban exactamente lo que buscaban. Yo le dije que buscaría la Inglaterra de la literatura inglesa, y él asintió y me dijo: Está allí.”

84, Charing Cross Road de Helene Hanff.

En el último mes me había leído 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff; Historias de Londres, de Enric González y Londres, de Julio Camba...

Llevaba en la mochila fotocopias que señalaban lugares que no podíamos perdernos, apuntes de lugares con personajes curiosos, imágenes de calles que en su día habían sido emblemáticas… y así, echándole persuasión y obligando a que trabajara nuestra imaginación, arrastraba a Cristina y a María por las calles soñadas. "¿Qué vamos a perseguir ahora?", me decían con rintintín… y yo las empujaba a encontrar a Peter Pan, a buscar los recuerdos de Helene Hanff o a imaginar como una calle gris de oficinas y bancos en la que llovía sin cesar, Fleet Street, un día fue “la calle de la tinta”, olía a Periodismo y los bares tenían que colocar teléfonos en sus locales para que los asiduos periodistas pudieran trabajar desde allí. Menos mal que se nos dio bien lo de la imaginación…

¿Quién dice que Londres no es una ciudad para enamorarse?

El cambio de guardia del Buckingham Palace animado por música de The Beatles.

Tower Bridge... impresionante.

Dicen que es la noria más alta del mundo... fijo que también la más cara.
Cambiamos el Mercado de Notthing hill (¿para la próxima?) por el de Camden y eran impresionantes las fachadas de las tiendas: era todo colorido, pelos pinchos, crestas, luces, hombres-palo, botas de colores, rostros blancos, ojos verdes, amarillos, rosas, naranjas, camisetas, gorras, risas, medias con dibujos...
y pompas de jabón.

Te quedas sin palabras cuando ves que esto es un museo. Y que en la misma calle hay dos museos más, dos museos más de estas dimensiones. Y en el barrio vecino, aún quedan más museos.... y además gratis... lo que hicieron por Londres Alberto y Victoria... Éste es el Natural Histor Museum, donde reposan los esqueletos de inmensos dinosaurios.

Vimos todo lo que aparece en esas guías sobre qué ver en tres días en Londres, anduvimos mucho, tomamos metros Onderground y Overground, autobuses rojos de dos plantas, tomamos café italiano, cervezas en el Soho, recorrimos Oxford Street, callejeamos… Nuestro albergue estaba en el centro de la ciudad, en Picadilly; por el día, la gente correteaba, se escondía debajo de los paraguas, y parecía divertirse, ajena a esa imagen estereotipada de ingleses sosos y aburridos. Por la noche se encedían las luces de los teatros: Grease a las puertas del albergue, Mamma Mia, The Phanton of the Opera, We will rock you… Luces, colores, jolgorio… la noche londinense no duerme.

El domingo entramos en The National Gallery y en el Museo Británico. Quizás nos esperábamos más grandes Los girasoles de Van Gogh. A Cristina le gustó La Venus del espejo de Velázquez, yo prefería los reflejos en el agua de Monet. Siempre me gustaron los cuadros con verdes y azules, con mar, con campo, con luz.

No nos quedó duda de por qué el Museo Británico es llamado el "Museo de los ladrones". Todo está allí, absolutamente todo. Estás en China y en la sala continua estás en Sudamérica, ¿qué pensarán los griegos de que queden más restos del Parthenon en Londres que en Atenas? La sensación recorriendo el museo es “Oh, cuántos lugares quiero visitar…” aunque luego piensas, “todo está aquí… con razón los ingleses son los jefes de Europa.”.


En mi casa siempre se celebraban los santos, te regalaban cosas y te llamaban tus tíos y abuelos para felicitarte… Este año, la fiesta estaba montada. Las colonias de irlandeses que viven en Londres se echaron a la calle durante todo el fin de semana para celebrar St Patrick´s day. En ellos sí es cierta la diversión que los caracteriza, el carácter agradable. Las calles estaban coloreadas con tréboles verdes, la música se alzaba por encima de la lluvia y la cabalgata en tonos anaranjados y rojizos bajó desde Picadilly con niños cantando subidos en monociclos. Fue la cabalgata de nuestra despedida...

Los parques londinenses a mí me recordaban a 101 dálmatas… pero no a la película de Disney, me recordaban a mi libro de 101 dálmatas de tapas rojas... el chico que mira por la ventana... seguro que miraba hacia Hyde Park... ese parque era el tantas veces imaginado... y me hubiese pasado todo el día jugando con las ardillas, dándoles de comer como si fueran patos… qué parques más impresionantes, qué maravilla... montarte a caballo por Green Park, por Hyde Park… y volar. Verde, verde, verde…

Y el reloj marcó la hora de la partida. No pensé que Londres fuera a impresionarme tanto. No eran los palacios ni los museos ni los puentes ni las torres, o al menos, no sólo era eso. Era otra cosa. Eran las sensaciones, el ambiente. Londres no era gris ni aburrida, no era altiva ni prepotente, no era cotilla, ni crítica, ni imprudente, ni perezosa.

Londres es atrevida, es atrayente.

Londres es como las sirenas que enamoraban a los marineros, te atrae con su canto y te obliga a lanzarte al mar.


LISBOA

Si desayunas en Londres, almuerzas en Oporto y cenas en Lisboa te desconciertas un poco. La decadencia de Oporto y la luz de Londres me habían atrapado y llegué a Lisboa un tanto aturdida, aún en una de esas nubes que habíamos atravesado en el avión.

Jorge Lobo vino a recogerme a la estación. Además de Iñigo, una madre y una niña de once meses esperaban en casa. El inglés debia ser nuestro medio de conversación, y hablé más inglés en Lisboa que en Londres, y, una vez más, me dije... "es irremediable, tengo que aprender inglés". Pero cuando llego a casa se me pasan las ganas...

Durante cuatro días me recorrí las calles lisboetas, en solitario, haciendo fotografías desde cada mirador, a cada rincón de azulejos azules, a cada portuguesa con pañuelo en la cabeza, a cada tendedero de rutinas diarias, a cada suelo, a cada taza de café… y por la noche, acompañada de amigos, me deje envolver por los fados melancólicos.

Una de esas noches camino a casa nos atrapó la voz de una portuguesa y seguimos la pista de su voz que nos llevó hacia una taberna a los pies de una escalera. "Nunca me sentí portuguesa, nos contó, no soy de Lisboa ni de ninguno de estos lugares, yo soy del mundo entero, yo vivo en todas partes". Luego continuó cantando. Le cantaba un fado de despedida a una amiga que marchaba, le regalaba una parte de ella. Después continuó entre vinos contándonos: "jamás salí de Portugal, ni siquiera conocí España, sin embargo, mi modo de viajar es otro". Lisboa es esa cantante de fados, esa mujer.

El fado nos acompañó durante todo el viaje, el fado regalado con una majestuosa generosidad, un fado que acompañó muchas sinceridades, muchas cuentas con el pasado.


Uno de aquellos días me acerqué a la Torre de Belén, al Monasterio de los Jerónimos, a la Fábrica de pasteles... desde allí observé todo lo que pasaba a mi alrededor, el tipo de familias que allí se encontraban, las parejas bajo un mismo paraguas, con lo incómodo que es, los turistas extranjeros, los españoles que armaban mucho más jaleo, los niños.


Sé que a veces soy demasiado agresiva analizando todo cuanto me rodea, sé que hay quienes se sienten violentados ante mi mirada que capta despierta cada detalle. Pero no puedo remediarlo. Allí en Lisboa podía pasar desapercibida, centrarme en los detalles. Luego en la vida diaria resulta más difícil, por eso, cuando la objetividad y la observación se quedan cortas, cuando no me basta con mirar las fotos que cuelgan en las paredes, leer entre líneas y presentir las miradas, entra en juego la imaginación…

Otro día, enamorada de los gatos como una vieja loca, me perdí por un cementerio histórico. Las fotos no lograron captar esas miradas felinas. Pero por algo fueron tan adorados por los egipcios desde el 2900 a.C. Qué mejor reflejo de la ambigüedad. Qué exactitud contiene la palabra ambigüedad.

Sintra fue también destino. Demasiadas cosas por ver en la villa portuguesa, demasiados turistas.

El Castelo dos Mouros, el Palacio de Pena, el Palacio Nacional, la Quinta da Regaleira…. Cuesta arriba, cuesta abajo… imágenes panorámicas y secretos escondidos en el bosque, huidas, repúblicas y pastas con café. Sintra es un pozo sin fondo, una librería, una cueva, un tesoro, una pareja de toledanos que se hicieron pasar por mis padres, una flor china, pajaritos y dinero. Son también soledades y quesadillas. Volví cansada y con las botas rotas.

También cruzamos el Tajo, un ancho río a punto de desembocar al mar, al océano en este caso. Y ese día, como despedida, lució el sol. Un sol intensamente luminoso.

Yo fui dejando zapatos por el camino, las deportivas olvidadas en Oporto, las botas a cachitos por Londres y Lisboa. Los viajes también son una pérdida, supone decir adiós a los anhelos. Presentí la importancia del viaje y también disfruté de él. Fue más reencuentro que huida. Y al volver a casa, si es que sabes cual es tu casa, se amontonan las sensaciones, las sentidas y las imaginadas. Ha sido divertido. Y ahora, hay que enfrentarse nuevamente con la realidad, cambiar de suelo.


domingo, 30 de marzo de 2008

Punto final

"Hay un principio para cada episodio de la vida, como hay un final, pero nadie es capaz de reconocerlo cuando se presenta, quizá porque vivir consiste en perder a menudo, ganar de vez en cuando, pero casi nunca en saber. Amamos sin razones, y sin razones, también, caemos en la indiferencia. Partimos, creyendo que la despedida ha sido consumada, para descubrir que el adiós aún sigue ahí, lento y desgarrador, inexplicable. Con igual falta de peripecia confundimos la nostalgia por un sentimiento con el sentimiento mismo. No creo que el conocimiento acerca de lo que uno siente mitigue el dolor o intensifique el goce. Más bien al contrario, porque aleja del que sufre la esperanza e introduce en la felicidad el germen de la duda. Pero algo te da: la posibilidad de renacer entre las ruinas."
Un calor tan cercano, Maruja Torres.

viernes, 28 de marzo de 2008

El teatro es un juego

Era enero, llovía, yo tenía trece años y mi padre quiso regalarme una noche de teatro. No era la primera función que veía, ¿quién no recuerda esas aburridas obras de teatro a las que nos llevaban en el colegio? Esas funciones fueron en muchos casos culpables de que los niños nos desapegáramos del teatro, al menos en las ciudades pequeñas. También un año antes había visto otras dos funciones con mi madre: "Jesucristo Superestar" y "Un marido ideal", pero no fueron las mejores animadoras. Aún faltaba aquel enero.

Aquel enero, la niña que iba dejando de ser niña fue atrapada por una fuerza atrayente con una función que se llamaba “Decíamos ayer”.

El teatro, tal y como lo conocemos hoy, nació en las trincheras de guerra para hacer frente al aburrimiento. Pero sólo el que es semejante al actual. Podemos imaginar cómo el mundo que olía a pólvora se detenía entre risas olvidadizas.

Cuando sube el telón, el mundo deja de dar vueltas.

García Lorca decía que el teatro era “el termómetro del pueblo”. El 27 de marzo de 1962 se inauguró en París el Teatro de las Naciones, ITI, Unesco, que es un festival de teatro de los países del mundo. En conmemoración, el 27 de marzo los telones se levantan y se celebra el Día Mundial del Teatro. Puedo recordarme en 27 de marzos adolescentes corriendo entre las bambalinas del Gran Teatro de Huelva ahuyentando fantasmas de tramoyas o animando cual duende. Poca gente y pocos espíritus teatrales a excepción de los que por allí corríamos. Acostumbrada a ello, me sorprendió ver ayer, día del teatro, a tanta gente por todos lados. Madrid vive todo intensamente, y acogió con fervor y entusiasmo las propuestas teatrales de la llamada “noche de los teatros”, desde las cinco de la tarde hasta la una de la mañana Madrid se colocó las máscaras y calentó sus termómetros.

El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana” escribió también Lorca… ayer se hizo en Madrid profundamente humana. Primero me llamó la atención la amplia diversidad de actividades, después, cómo las entradas se iban agotando para todas las actividades, las gratuitas, las caras y las baratas, cómo las colas se hacían interminables, cómo la gente se implicaba…

Esa visión que yo recordaba del teatro como espectáculo marginado en una cultura audiovisual aquí no existía. Aquí la gente apostaba a ciegas por el teatro, se enamoraba de él, o al menos, eso se palpaba en las colas, en colas ansiosas.

Entré en “La pintura a escena, el siglo XIX en El Prado” a las siete de la tarde. Sonaba el piano. Dos actores y dos actrices. De la locura de amor de Juana la loca a las sonatas a la muerte en fusilamientos bélicos. ¡Aún dicen que el pescado es caro!... y la pintura se hizo palabra y la palabra, alma.

Si tuviera que introducir a un niño en el mundo del teatro jamás lo llevaría a ver un clásico declamatorio ni a un musical, a nada que se asemeje a los ballet rusos escolares ni a una clase de literatura, comenzaría con una comedia, o aún mejor, con una función de terror…

Entonces recuerdo “Decíamos ayer”….

Y cuando el telón se baje, y el mundo siga dando esas vueltas, a veces tan absurdas, que da, la chispa de la máscara, el guiño que tras ella se esconde, envolverá el ambiente. El teatro huele diferente, palpita a otro ritmo, y es interesante verlo correr por las calles de Madrid de un modo tan diferente a como recuerdo verlo esconderse por las calles de Huelva… a medias entre la duda, la sorpresa y la ilusión.

Pero sobre todo, tiene razón el dramaturgo inglés Peter Brook cuando dice…olvídense de todo… “El teatro es un juego”.


domingo, 9 de marzo de 2008

Coleccionando países. Por Julio Camba.

(Imagen de Perugia /Umbría- Italia/ de Wikipedia)

Si uno se decide un día a salir de España y pasa una temporada en Francia, pongo por caso, la cosa no es nada grave. Si, después de haber pasado una temporada en Francia, uno resuelve pasar otra temporada en Inglaterra, la cosa tampoco es grave todavía. Pero si, luego de haber vivido en Francia e Inglaterra, uno se establece en Alemania, por ejemplo, la cosa ya comienza a ser grave. Y si al salir de Alemania se va uno a Italia, a Rusia, a los Estados Unidos o a cualquier otra parte, entonces la gravedad sube de punto y uno pasa a la categoría de incurable.

En esto de los países existe también la manía del coleccionista. Cuando uno ha visto cuatro o cinco, se considera ya con una buena base para formar colección, y durante el resto de sus días no le será posible vivr tranquilo en rincón alguno. Un día un señor cualquiera le hablará de Biskra.

- ¿No ha estado usted nunca en Biskra?

- ¡No! –contestará uno humildemente.

Y acto continuo comenzará a pensar que mientras no haga un viaje a Biskra su colección de países no tendrá nada de extraordinario.

Otro día le hablarán del Tibet.

- ¡Hombre! ¡El Tibet! –se dirá uno–. País raro. Ejemplar curioso. Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania, Italia… Éstos son pueblos corrientes, al alcance de todo el mundo; ¡pero el Tibet! ¡Si yo pudiera hacer un viajecito al Tibet!...

Por mi parte, yo me declaro un poco atacado de esta enfermedad de los viajes. Así como hay quien colecciona sellos de correos, paños de paraguas, pipas, corbatas, fotografías de actrices o billetes de Banco, yo colecciono países. Y está fue la principal razón de mi viaje a Italia. Tal se habían puesto las cosas para mí, que si yo no me pasara en Italia por lo menos un par de meses; si yo no me comiese algunos kilos de spaghetti; si no me soltase un poco en el italiano; si no me oyese algunas barcarolas y no viese algunas ruinas al claro de luna, consideraría que mi vida había fracasado por completo.

Ocupado en países ásperos y duros, como Alemania e Inglaterra, yo me había ido reservando siempre Italia para el final, como un postre que se come solo. Luego, al llegar a ella en días de revuelta, me temí que hubiese esperado demasiado y que el postre hubiese comenzado a pasarse. Había quien aseguraba, en efecto, que Italia estaba transformándose de arriba abajo; pero ¿qué me importaba a mí el que la propiedad de las fábricas pasase de manos de los capitalistas a manos de los obreros? A mí lo que me importaba era que las mujeres siguieran teniendo unos ojos muy negros en unas caras muy pálidas, que los spaghetti siguieran sirviéndose al pomodoro, que a los bersaglieri siguieran naciéndoles plumas en los sombreros, y que la música siguiera teniendo un gusto así como de cebolla, que me enterneciera y me diese ganas de llorar…

(Julio Camba, Crónicas desde Italia)

Un sapo buscando un charco

Un día en clase, la profe de Historia del Periodismo nos habla de un tal Julio Camba. Le echa tantas ganas que me intriga saber quién es. Encuentro poco de él en Internet a excepción de algún artículo de dicha profe, alguna crítica un tanto despiadada, alguna web más visual que informativa y más de una entrada de blog reclamando una estrella en el firmamento para el periodista gallego que vivió entre 1884 y 1962. Poco más.

Los halagos alaban su ironía, su humor un tanto malicioso, su capacidad de captar de manera brillante en tan sólo veinte líneas lo que otros no consiguen ni en tres o cuatro folios. Sabe manejar el espacio de tal modo que nada sobre ni se eche en falta.

Las críticas lo tachan de “estar de vuelta de todo”, de vago, de desapasionado, de desligado, de simplón.

Para una idealizadora de viajes, lo que más me llama la atención son sus corresponsalías por más de media Europa y por Nueva York. Su carné de prensa impresiona. Habla un montón de idiomas y estamos a principios del siglo XX, sin Erasmus ni políticas bilingües.

Me leo Millones al horno, La ciudad automática, las crónicas desde Italia y algún que otro artículo. Son ciertos los halagos y son ciertas las críticas.

Escribe Camba: “mucho más que por lo publicado, las gentes lo habían admirado siempre por lo suprimido, y mucho más que por lo que decía, por lo que se suponía que había querido decir.” Con él pasa algo así, la ironía llevada al extremo y un humor nada encubierto te llevan a pensar cuánto de crítica, cuánto de pasotismo, cuánto de realidad o cuánto de ficción se esconde en sus palabras. Él era consciente de su versatilidad, por eso hacia constantes guiños a su público y les retaba (sin que sonara a reto) a leer sus artículos cada cual a su modo. Con ello lograba absoluto poder, si cada cual lee con su mirada un texto, cada cual lee lo que quiere leer… se ganaba a unos y se ganaba a otros... Quizá por eso logró ser toda una figura entre sus contemporáneos. Y él lo dejo bien claro: no pueden tomarme “ni completamente en serio ni completamente en broma”.

Pero un análisis con la lupa distorsionada del pasado visto desde el presente es lo que hace que su hueco en la posteridad haya quedado tan reducido, ¿y eso importa? Él decía que no pero quizás arrastró sus dudas. Acabó sus días deambulando por el Palace bajo la sombra de un fracaso: “Viajar es el más terrible de todos los placeres”… Él, él que había sido la más feliz saltimbanqui rana viajera…

¿Hasta qué punto le importó su mundo? y en cualquier caso, ¿es justo que eso distorsione su obra? No es igual comprender a justificar… cierto. A mí me conquistó con un artículo sobre Spaghetti y con otro sobre Publicidad, por poner ejemplos. “Para el hombre que se ha propuesto vivir de prisa, el tiempo no representa, en realidad, absolutamente nada”, escribió hablando de trenes y esa “unión” entre realidades y representaciones también me hicieron rechazarlo. Una de cal y otra de arena. Así es Julio Camba. Desconcierta. Sobre todo porque no sé cuál es la cal y cuál es la arena. Soy demasiado orgullosa como para rendirme a sus pies así que lo negaré tres veces al estilo bíblico, o las que haga falta.

¿Dónde está la implicación? La suya, digo… le preguntan al periodista gallego. Y entonces escribe un artículo sensiblero con niños pobres… y dices, “eso no, eso no”. Pero el escepticismo choca cuando la realidad se sustenta en los sueños, cuando tras aquello de “si viviéramos de realidades estaríamos muertos, sólo los sueños nos mantienen vivos”, te lanzan un cubo de agua fría.

¿Amor-odio? Me da que esto no se acaba aquí.

Canción


Decir adiós es romper

con parte de tu vida,

es perder las viejas alegrías,

es guardar en un rincón

las memorias de una historia de amor.

Decir adiós es mirar atrás,

volver la vista y ver que tú no estás.

Decir adiós es quemar esas cartas viejas,

es andar sin rumbo por las calles y

es hablar con las paredes y con el aire

porque sin ti no tengo a nadie.

Decir adiós es mirar atrás,

volver la vista y ver que tú no estás.

Decir adiós es tener vivencias y amarguras,

es llorar en un rincón a oscuras,

es perder esas pequeñas manías

de nuestras noches y días.

Decir adiós es mirar atrás,

volver la vista y ver que tú no estás.


Decir adiós. Cecilia. (1975)

jueves, 6 de marzo de 2008

La columna

Justo delante, lo último que veo cuando me acuesto son las cuatro imágenes colocadas con chinchetas en la columna de mi habitación. Dos carteles de dos películas españolas: Libertarias y Sobreviviré.
Dos recortes: Uno con una taza de café y unos escritos en servilletas donde reza: “Hoy me he pasado todo el día corrigiendo. Por la mañana he quitado una coma y por la tarde la he vuelto a poner”. Óscar Wilde. La otra, un dibujo: el arcoiris sale en los días de lluvia.
Debajo un planning que nunca cumplo. Esa es la columna.

El arcoiris apareció hace un par de meses en una revista. El café se está quedando frío. Hacen juego con algunas otras imágenes esparcidas por la habitación. Pocas perduran el paso del tiempo, la mayoría, las cambio cada vez que vario de escenario, de cuarto. Aunque alguna sí que ha resistido varias mudanzas.

“¿Sabes por qué nuestra bandera es roja y negra? Roja por la lucha y negra porque el espíritu humano es oscuro.” Después de esa frase, colgué la foto de Libertarias. Pero el espíritu libertario se escabulló del film y de la historia, se quedó colgado.

Y Sobreviviré es la obsesión. Me la he puesto para desayunar. Y no sé por qué. No es una película que tenga nada de especial, ni que se conozca ni que tenga una historia impactante ni nada de nada. Pero yo me he tragado dos mil veces la primera media hora de la peli y mil veces el resto. Y sabría decir frase a frase todos los diálogos.

Pero quizás tengamos que volver a decorar la habitación, igual ya es hora de cambiar de película.

lunes, 3 de marzo de 2008

Memoria y esperanza. Mario Bendetti

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿Sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros.

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar, abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar.

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan, abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno,
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente.

Mario Benedetti